Ha liderado expediciones en los cinco continentes, ha escalado el Kilimanjaro y ha estudiado los métodos de orientación de las tribus más remotas de la Tierra: Navegar leyendo las estrellas, el rastro de los animales o el lenguaje de los ríos y los charcos. Tristan Gooley es un destacado miembro de la Royal Geographical Society, la misma sociedad geográfica que sufragó los viajes de Richard Darwin a las islas Galápagos, los de Shackleton a la Antártida, los de Edmund Hillary a la espinosa cumbre del Everest… Locas expediciones geográficas para las que hacían falta un héroe ilusionado por una misión y filántropos que apostaran su dinero para conocer el mundo más allá del cristal de sus monóculos. Esta sociedad contribuye hoy a los viajes de Gooley.
A los 19 años se extravió durante tres días con un amigo en el volcán de una isla en Indonesia, y por poco no lo cuenta. Pero lo contó. Aquello y también sus primeras escaladas a algunas de las grandes cimas de África o Asia y todo lo que vino después. Hoy, Gooley ha escrito varios libros de éxito en los que relata los detalles de sus viajes, acercando la naturaleza a los miles de urbanitas que mientras le leen sueñan con oír de cerca el canto de un pájaro. Goolye ha venido a Barcelona para promocionar su último libro, un sorprendentísimo superventas que lleva como título Cómo leer el agua (Ático de los Libros).
“El agua está llena de información, solo con aprender a interpretarla puedes orientarte y convertirte en un navegante de la naturaleza”, dice, y asegura que con su libro es posible instruirse para leer los lagos tal y como lo hacían los nativos de la Polinesia o el mar como un vikingo, y detectar aguas peligrosas en la oscuridad de la noche.
[image id=»95497″ data-caption=»”Leer el agua, como mirar un cuadro o una escultura, no es imprescindible para vivir, pero da un conocimiento revelador de nuestro entorno”, afirma Gooley.» share=»true» expand=»true» size=»S»]P. Aseguras que el agua suena distinto si trae buenos o malos presagios…
R. Sí, el sonido del agua, a escalas distintas, proporciona señales opuestas. Puede dar información para echar a correr o para tumbarte al sol relajado. Me voy a explicar: cuando el agua se mezcla con el aire genera burbujas, y estas burbujas generan ondas, y esas ondas producen un sonido. Si estás en un arroyo en un día apacible, con los ojos cerrados, escuchas ese sonido sereno de las moléculas del agua del río con las del aire sereno, y lo que oyes produce una sensación de calma, de tranquilidad. Sin embargo, si hay tormenta, si el flujo del agua del río es torrencial, las ondas sonoras llegan a ti alteradas, anunciando claramente peligro.
“Animo a observar un vaso de agua. Su superficie no es plana, sino que se encorva por las paredes. Este hecho en sí mismo no dice nada, pero unido a otros elementos ayuda a entender cómo se desbordan los ríos”, sostiene Gooley.
P. ¿Y también ves en la tierra las señales de la tormenta?
R. El terreno suele estar mojado muy por encima de donde alcanza el caudal del río. La tierra no es más que una mezcla de partículas, con huecos entre ellas llenos de aire, como un panal de tubos finos que permiten al agua subir por ahí. Si la presión atmosférica es baja por la presencia de nubes, el agua sube por esos canales internos, asciende y llega a la superficie. Así que podemos saber que se avecinan tormentas. Este dato nos dice que aumenta la posibilidad de inundaciones.
P. ¿Tiene esto algo que ver con lo que ocurre con los charcos?
R. Los charcos no son fruto del azar. Representan señales de que existe algo que ha bloqueado el agua y ha impedido que esta penetre en el suelo. Si caminamos por el campo y, sin haber llovido, nos topamos con numerosos charcos, el entorno nos dice que bajo nuestros pies hay rocas. En la ciudad, el asfalto o las aceras dificultan la permeabilidad de la tierra.
“ Si navegas por el Pacífico puedes orientarte interpretando los colores de la parte inferior de las nubes”
P. Ahora que estás con nosotros en Barcelona, háblanos del Mediterráneo, cuéntanos algo que lo caracterice frente a otros mares.
R. Este mar me fascina. Contaré un fenómeno que me interesa mucho y que ocurre en Gibraltar, su zona de confluencia con el océano Atlántico. Cuando el sol aparece, calienta muy rápido el agua del Mediterráneo porque es un mar que está encerrado. Dicho calentamiento provoca dos efectos: por un lado, hace que su nivel baje y, al mismo tiempo, genera un aumento de su salinidad y densidad. El océano Atlántico pasa por encima para rellenar el Mediterráneo, generando corrientes que se llaman ‘termohalinas’.
P. ¿Es verdad que cada mar tiene su color? ¿Cuál es la causa de la especial transparencia del Mediterráneo?
R. El Mediterráneo es un ejemplo de aguas oligotróficas. Esto significa que contiene una cantidad especialmente baja de algas y nutrientes marinos, por eso tiene ese color azul tan cristalino. Los cambios de color en el agua son realmente códigos llenos de información. Un tema que me interesa mucho es la capacidad que tienen los habitantes del Pacífico para orientarse, a lo largo de grandes extensiones de océano, interpretando los colores de la parte inferior de las nubes.
P. Hay océanos profundamente oscuros, ¿cuál dirías que es especialmente llamativo?
R. Recuerdo una ocasión en que navegaba dejando atrás Islandia. El color del agua era de un azul oscuro, intenso y con notas grisáceas. Pero, de pronto, todo cambió y la tonalidad se volvió muy viva, acompañada de destellos verdosos. Se trataba de una corriente de agua que provenía de Groenlandia. Me sentí como Cristóbal Colón con un nuevo descubrimiento entre manos. Daban ganas de prescindir para siempre del aparato de GPS que llevábamos en el barco y seguir aquella estela de agua.
“Cuando aprendes que puedes medir el tamaño de una gota de lluvia mirando los colores del arcoíris, que cuanto más rojo es, más grandes son las gotas, los arcoíris adquieren una nueva belleza”, explica.
P. Los océanos a menudo se han vuelto contra los hombres y están llenos de misterios. ¿Alguno que te gustaría especialmente desvelar?
R. Me fascina el suceso del velero Mary Celeste. Lo avistó un marinero del barco inglés Dei Gratia a 600 millas de la costa portuguesa en diciembre de 1872. Cuando accedieron a él, descubrieron que la mesa estaba servida y los diez tripulantes habían desaparecido para siempre.
P. ¿Da algo más de información, además de su belleza, un atardecer sobre el mar?
R. Me gustar ver cómo cae la luz del sol sobre el agua. Lo que se dibuja sobre la superficie de las olas es un efecto óptico conocido como el ‘camino de luz’. Esta imagen da información útil a los marineros porque cuanto más ancho sea ese camino, más fuerte vendrá la marea. Cada pequeña ola en la superficie del agua recibe la luz y la refleja. Si hay mucho viento, hay más olas superficiales, y los caminos de luz pierden su contorno nítido.
P. La mejor hora del día para leer un lago y un río…
R. Busca un sitio en el que se produzca una mezcla de aguas poco profundas a la sombra junto con otras que se iluminen por el sol a tu espalda. Las primeras y las últimas horas de sol son el mejor momento. Como en ese instante no existe ningún resplandor en el agua, se pueden ver multitud de detalles que hay bajo la superficie y en el lecho.
P. ¿Qué variedades de plantas e insectos son imprescindibles para saber si un río goza de buena salud?
R. Lo primero de todo, un río poblado con diversidad animal y vegetal nos dice que tiene buena salud. Si faltara una especie que estamos acostumbrados a ver, mala señal. En el libro explico que las criaturas que se vean en el agua del río darán pistas valiosas sobre los minerales que este contenga. Por ejemplo, los cangrejos de río necesitan mucho calcio para formar sus caparazones. Ese hecho indica que estamos ante un suelo con varios tipos de piedras calizas.
P. Propones usar el olfato y el oído para leer bien las señales que emite un lago.
R. El olfato es nuestro sentido más evocador. Los olores alcanzan nuestra memoria de un modo más rápido y duradero. Gracias a los olores cerca del agua, podemos detectar la naturaleza de las orillas, la dirección del viento, la temperatura y la vegetación. En verano, debido a la actividad de algas y bacterias en el barro, el olor es un poco más fuerte, pero eso es normal. Ahora, si percibes un ligero olor a huevos podridos podría indicar que las bacterias están produciendo sulfuro de hidrógeno, lo que supone una disminución del oxígeno y la consecuente corrupción de todo el ecosistema acuático.
P. Y para empezar, ¿a qué lago deberíamos ir a leer el agua?
R. No es el más bonito, pero el Swanbourne, en Inglaterra, me ha enseñado cómo se relacionan el viento y el agua. Cuando una corriente de aire atraviesa los arbustos que se ubican en su orilla, crea ondas en el agua que aumentan de tamaño y cambian el patrón de sus formas a medida que se extienden sobre la superficie. Mi primera lección fue entender allí que un árbol frena más al viento que un muro.
P. ¿Qué don del agua deseas?
R. Su flexibilidad para cambiar de forma y llegar allí donde quiere en el momento que lo desea. El agua sabe aprovechar, para moverse, la energía del viento que sopla sobre su superficie.
P. Y supongo que haces tuyo el famoso ‘Be water, my friend’…
R. Sí, no podría estar más de acuerdo.
Redacción QUO
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