Por ahí nadie hace lo que Collin con esa claridad y esa belleza. Es como un Van Gogh –que no me gusta– o un Gauguin –que me encanta– cuyo trabajo es tan excepcional que pocos lo entienden. Rae se mete muy dentro de la adoración por las piernas de las mujeres. Sus fotos son un simple testimonio de su obsesión. Viaja a Los Ángeles, Pórtland, al calabozo de Simone Kross o a Craiglist para lograr estas irresistibles fotos. Su formación es la mejor: desde el trabajo de Elmer Batters a la técnica de Natacha Merritt.
La mujer tatuada yace ahí, a veces en parejas, permitiéndole exponer sus piernas a su erección, a la tuya y a la mía también. Es con las piernas con las que él mantiene una relación. La persona es importante pero secundaria comparada con sus piernas. No es raro en Collin que, una vez fotografiada una mujer, le pida que le deje fotografiarla por la noche mientras duerme. Es la misma claridad y devoción que Degas empleó cuando se mudó a un burdel durante un año para fotografiar su tema favorito. Su jornada es interminable: retrata a mujeres de una edad que no suele aparecer en las escenas de sexo. Durante una semana me estuvo trayendo magníficas fotos de treintañeras. Y las variaciones son muchas.
(Extracto de un texto de Eric Kroll)
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