19 finales inéditos de libros y películas que nunca verás. ¿Son mejores?

19 finales inéditos de libros y películas que nunca verás. ¿Son mejores?

Bogart se quedaba con la chica en Casablanca, Ahab cazaba a Moby Dick, a Pinocho lo ahorcaban y en El Resplandor el personaje de Jack Nicholson llegaba a sobrevivir (al menos no moría en pantalla).

Así eran los desenlaces originales de historias míticas del cine que finalmente no llegaron a grabarse o a emitirse en el montaje final. ¿Son incluso mejores que los que pudimos ver en realidad? Aquí tienes 19 ejemplos…

Acorralado (1982)

Fue la primera aventura de Rambo, y en el final previsto (y rodado, aunque nunca exhibido), el héroe encarnado por Sylvester Stallone moría de un disparo accidental de su amigo el coronel Trauman (Richard Crenna).

Alien (1979)

En el guión original de este filme de Ridley Scott, el monstruo atrapaba a la teniente Ripley, pero en el último instante, en vez de matarla, la dejaba marchar. Era un intento de humanizar ligeramente al monstruo, demostrando que permitía vivir a la chica por haber sido una buena adversaria.

Anna Karénina (1877)

León Tolstoi publicó por primera vez su célebre novela por entregas en 1875, en una revista llamada Ruskii Vestnij (El mensajero ruso). Curiosamente, en esta primera versión Anna no moría, y su amante, el conde Bronski, regresaba nuevamente a su lado.

Fue una imposición del editor, Mijaíl Kátkov, quien argumentaba que su publicación iba dirigida a señoras de clase media que no toleraban los sucesos trágicos y dolorosos. Karénina no se suicidó tirándose al tren, por tanto, hasta que la historia fue publicada, ya en forma de libro, en 1877.

Atracción fatal (1987)

El famoso filme sobre un hombre casado que tiene una relación adúltera con una mujer que se obsesiona enfermizamente con él tenía previsto acabar de un modo más fatalista. El personaje de Glenn Close, al comprender que su amante (Michael Douglas) se ha reconciliado con su mujer y sus hijos y que ya nunca volverá a verle, se metía en una bañera de agua caliente y se degollaba a sí misma. Pero los productores pensaron que esta conclusión la convertía a ella en una víctima y a él en un canalla, y obligaron a rodar un nuevo desenlace en el que ella, transformada en psicópata, trata de asesinar a Douglas y su familia.

Casa de muñecas (1879)

Todo el que conozca esta obra de Ibsen sabe que termina con la protagonista, Nora, abandonando a su esposo e hijos. Pero el autor tuvo que modificar la conclusión para poder estrenarla. La actriz que debía protagonizarla, Elma Varing (una estrella de la época) se negó a interpretar el papel aduciendo que una mujer decente podría abandonar a su esposo, pero nunca a sus hijos.

Ibsen cedió a las presiones y, durante muchos años, las representaciones de la obra acababan con Nora llevándose a los niños con ella. Fue en la década de 1930 cuando se recuperó por fin la idea original del autor.

Casablanca (1942)

Cuando empezó a rodarse esta famosa película de Michael Curtiz, el guión no tenía aún un final previsto. Las posibilidades barajadas fueron muchas: que los personajes de Bogart y Bergman acabaran juntos; que ella muriera y, por tanto, nadie se quedara con la chica… A última hora, se optó por el mítico desenlace que todos conocemos, en el que Bogart se sacrifica y deja que la mujer de su vida se vaya con el líder de la resistencia antinazi, Victor Laszlo.

Drácula (1897)

El novelista irlandés Bram Stoker había previsto un clímax mucho más desatado del que terminó publicándose. En su mente estaba la idea de que la heroína, Mina Harker, dejaba a su prometido, Jonathan, y se entregaba voluntariamente al monstruo para que la convirtiera en vampira y pasar junto a él la eternidad. Pero su editor le hizo desistir de la idea, haciéndole ver que tal desenlace habría sido «dinamita» en la puritana sociedad victoriana.

El libro de la selva (1894)

En la primera versión que redactó Rudyard Kipling, Mowgli era asesinado por el tigre Shere Khan. La moraleja que quería mostrar el autor es que el poder de la jungla siempre acaba devorando al hombre. Pero la editorial le presionó para cambiarlo por otro menos sombrío, en el que el protagonista logra acabar con el sanguinario felino haciendo que lo aplaste una manada de bueyes.

El resplandor (1980)

En el guión, el personaje de Jack Nicholson se perdía en el laberinto (mientras su hijo y su esposa escapaban del lugar), pero no se le veía morir. Existía a continuación una escena adicional en la que la madre estaba ingresada en un hospital, recuperándose de la crisis nerviosa provocada por los terroríficos acontecimientos vividos, mientras el niño jugaba tranquilamente en el pasillo. Entonces, una pelota amarilla (como la que le lanzaban los espíritus en el hotel en una secuencia anterior) se acercaba rodando hacia él.

Esta conclusión pretendía ser ambigua: dar a entender que Nicholson había sobrevivido y acechaba a su familia en el hospital, o que había muerto pero seguía acosando a sus seres queridos desde el más allá. De cualquier forma, la amenaza persistía.

El rey Lear (1605)

Puede parecer completamente demencial, pero en el año 1780, el prestigioso y poderoso editor británico Samuel Johnston, quien detestaba la trágica manera en la que concluía esta obra de Shakespeare (prácticamente todos los personajes del reparto perecen), encargó a otro autor, Nahum Taye, que reescribiera la pieza original. Le pidió que suprimiera los pasajes más cruentos y añadiera un nuevo desenlace en el que Cordelia y Lear acaban juntos y ella, la hija buena del monarca, se casa eventualmente con el duque de Gloucester. Paradójicamente, esta versión adulterada –y edulcorada– conoció un gran éxito, y la pieza con el final original –el pensado por Shakespeare– no volvió a representarse hasta mediados del siglo XIX.

El tercer hombre (1949)

En el libreto de Graham Greene, el personaje de Joseph Cotten, al descubrir que su gran amigo se ha convertido en peligroso traficante, le delata a la policía y al final se queda con su novia. Más que un final feliz, al director Carol Reed le pareció que aquello era un desenlace demasiado cínico y obligó al autor a escribir otro en el que el protagonista perdía a la chica, que le abandonaba al descubrir su delación. A Graham Greene debió de quedarle algo de resquemor, porque años después, en otra de sus novelas, «El americano impasible», hizo que el delator sí se quedara con la chica del amigo traicionado.

La isla del tesoro (1883)

En el primer manuscrito de Robert L. Stevenson, los expedicionarios descubrían al concluir el relato que no existía ningún tesoro enterrado en la isla. Una conclusión demasiado sarcástica para la época, al mostrar cómo tantas muertes y sacrificios no habían servido para nada.

La naranja mecánica (1971)

El guión de esta versión de la novela de Anthony Burgess sobre la violencia urbana acababa con su sádico protagonista, Alex, supuestamente reinsertado: casado, con hijos y llevando una vida familiar aparentemente feliz. Pero el plano final nos mostraba cómo, ocasionalmente, salía de su casa con una excusa peregrina para perpetrar un acto de ultraviolencia. Se cambió por otro menos explícito pero más sugerente. Alex, aparentemente curado, sonríe malévolamente al quedarse a solas.

La reina de África (1951)

En el guión original de James Agee, los personajes de Humphrey Bogart y Katharine Hepburn morían ahogados mientras hundían el acorazado alemán. Fue el escritor Peter Viertel quien convenció a John Huston para que los encantadores héroes sobrevivieran. «El público no aceptará que tras sobrevivir a las cataratas, los cocodrilos y las fiebres, dos personajes con tanto coraje mueran de una forma tan absurda», le dijo.

Moby Dick (1851)

La idea inicial de Herman Melville era hacer que el capitán Ahab y su tripulación cazaran a la gran ballena blanca. Pero una vez cumplida la obsesión que se había convertido en su única razón de vivir, el marino ponía fin a su existencia subiendo a un bote durante la noche y perdiéndose en la inmensidad del mar. Quien haya leído la novela sabe que, finalmente, el cetáceo sobrevive tras hundir el barco y cargarse a casi toda la tripulación (solo sobrevive un personaje: Ismael).

Pinocho (1882)

Quien haya leído esta novela de Carlo Collodi se habrá sorprendido al descubrir que la primera mitad es de una crudeza y un realismo casi atroz, en la que el célebre personaje se comporta como un pícaro sin escrúpulos, mientras que en la segunda parte se trasforma en un ser más idealista y bondadoso. ¿La razón? El autor tenía previsto finalizar su novela en el capítulo 15, con Pinocho siendo ahorcado por el Zorro y el Gato como castigo a sus ambiciones. Llegó incluso a escribir el cruel desenlace: «No tuvo fuerzas para decir nada más. Cerró los ojos, abrió la boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó tieso». Horrorizado, su editor le obligó a suprimir ese pasaje y a escribir otros veinte capítulos de carácter más infantil.

Pretty woman (1990)

Aunque resulte difícil de creer, en el guión original, el personaje de Richard Gere estaba casado, y al terminar la historia acababa separándose con gran pesar de su corazón de la prostituta interpretada por Julia Roberts y regresando con su esposa. Pero tras el primer «test screening» (pase de prueba que se realiza con espectadores elegidos al azar), la reacción del público fue tan negativa que se rodaron nuevas escenas para convertir al personaje de Gere en soltero y hacer que en el último instante se quedara con la chica.

Sospecha (1941)

En esta película rodada por Alfred Hitchcock, Joan Fontaine cree que su marido, Cary Grant, piensa asesinarla para heredar su fortuna, aunque se acaba descubriendo que todo son ideas paranoicas sin base real alguna. Pero en el guión original, la historia terminaba de una forma mucho más negra y fatalmente irónica. Ella, enferma, escribe una carta a su padre contándole sus sospechas de que su esposo está tratando de envenenarla. Poco después, él efectivamente la asesina con un vaso de leche emponzoñada. Al día siguiente, el criminal camina silbando por la calle y se dirige a un buzón dispuesto a echar el correo, ignorando que entre esas cartas se encuentra la que escribió su mujer inculpándole.

¿Teléfono rojo?, Volamos hacia Moscú (1964)

Esta comedia negra de Stanley Kubrick sobre los peligros de una guerra atómica terminaba originalmente con una batalla de tartas de nata entre rusos y americanos (que sí llegó a rodarse) en la ONU. Pero al director no le convenció, y filmó el que actualmente se conoce, más absurdo y simbólico, pero también más divertido: el científico paralítico interpretado por Peter Sellers se levanta de su silla y grita: «¡Puedo andar! ¡Heil, Hitler!»

Vicente Fernández López

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19 finales de películas inéditos

19 finales de películas inéditos

Bogart se quedaba con la chica en Casablanca, Ahab cazaba a Moby Dick, a Pinocho lo ahorcaban y en El Resplandor el personaje de Jack Nicholson llegaba a sobrevivir (al menos no moría en pantalla).

Así eran los desenlaces originales de historias míticas del cine que finalmente no llegaron a grabarse o a emitirse en el montaje final. ¿Son incluso mejores que los que pudimos ver en realidad? Aquí tienes 19 ejemplos…

Acorralado (1982)

Fue la primera aventura de Rambo, y en el final previsto (y rodado, aunque nunca exhibido), el héroe encarnado por Sylvester Stallone moría de un disparo accidental de su amigo el coronel Trauman (Richard Crenna).

Alien (1979)

En el guión original de este filme de Ridley Scott, el monstruo atrapaba a la teniente Ripley, pero en el último instante, en vez de matarla, la dejaba marchar. Era un intento de humanizar ligeramente al monstruo, demostrando que permitía vivir a la chica por haber sido una buena adversaria.

Anna Karénina (1877)

León Tolstoi publicó por primera vez su célebre novela por entregas en 1875, en una revista llamada Ruskii Vestnij (El mensajero ruso). Curiosamente, en esta primera versión Anna no moría, y su amante, el conde Bronski, regresaba nuevamente a su lado.

Fue una imposición del editor, Mijaíl Kátkov, quien argumentaba que su publicación iba dirigida a señoras de clase media que no toleraban los sucesos trágicos y dolorosos. Karénina no se suicidó tirándose al tren, por tanto, hasta que la historia fue publicada, ya en forma de libro, en 1877.

Atracción fatal (1987)

El famoso filme sobre un hombre casado que tiene una relación adúltera con una mujer que se obsesiona enfermizamente con él tenía previsto acabar de un modo más fatalista. El personaje de Glenn Close, al comprender que su amante (Michael Douglas) se ha reconciliado con su mujer y sus hijos y que ya nunca volverá a verle, se metía en una bañera de agua caliente y se degollaba a sí misma. Pero los productores pensaron que esta conclusión la convertía a ella en una víctima y a él en un canalla, y obligaron a rodar un nuevo desenlace en el que ella, transformada en psicópata, trata de asesinar a Douglas y su familia.

Casa de muñecas (1879)

Todo el que conozca esta obra de Ibsen sabe que termina con la protagonista, Nora, abandonando a su esposo e hijos. Pero el autor tuvo que modificar la conclusión para poder estrenarla. La actriz que debía protagonizarla, Elma Varing (una estrella de la época) se negó a interpretar el papel aduciendo que una mujer decente podría abandonar a su esposo, pero nunca a sus hijos.

Ibsen cedió a las presiones y, durante muchos años, las representaciones de la obra acababan con Nora llevándose a los niños con ella. Fue en la década de 1930 cuando se recuperó por fin la idea original del autor.

Casablanca (1942)

Cuando empezó a rodarse esta famosa película de Michael Curtiz, el guión no tenía aún un final previsto. Las posibilidades barajadas fueron muchas: que los personajes de Bogart y Bergman acabaran juntos; que ella muriera y, por tanto, nadie se quedara con la chica… A última hora, se optó por el mítico desenlace que todos conocemos, en el que Bogart se sacrifica y deja que la mujer de su vida se vaya con el líder de la resistencia antinazi, Victor Laszlo.

Drácula (1897)

El novelista irlandés Bram Stoker había previsto un clímax mucho más desatado del que terminó publicándose. En su mente estaba la idea de que la heroína, Mina Harker, dejaba a su prometido, Jonathan, y se entregaba voluntariamente al monstruo para que la convirtiera en vampira y pasar junto a él la eternidad. Pero su editor le hizo desistir de la idea, haciéndole ver que tal desenlace habría sido «dinamita» en la puritana sociedad victoriana.

El libro de la selva (1894)

En la primera versión que redactó Rudyard Kipling, Mowgli era asesinado por el tigre Shere Khan. La moraleja que quería mostrar el autor es que el poder de la jungla siempre acaba devorando al hombre. Pero la editorial le presionó para cambiarlo por otro menos sombrío, en el que el protagonista logra acabar con el sanguinario felino haciendo que lo aplaste una manada de bueyes.

El resplandor (1980)

En el guión, el personaje de Jack Nicholson se perdía en el laberinto (mientras su hijo y su esposa escapaban del lugar), pero no se le veía morir. Existía a continuación una escena adicional en la que la madre estaba ingresada en un hospital, recuperándose de la crisis nerviosa provocada por los terroríficos acontecimientos vividos, mientras el niño jugaba tranquilamente en el pasillo. Entonces, una pelota amarilla (como la que le lanzaban los espíritus en el hotel en una secuencia anterior) se acercaba rodando hacia él.

Esta conclusión pretendía ser ambigua: dar a entender que Nicholson había sobrevivido y acechaba a su familia en el hospital, o que había muerto pero seguía acosando a sus seres queridos desde el más allá. De cualquier forma, la amenaza persistía.

El rey Lear (1605)

Puede parecer completamente demencial, pero en el año 1780, el prestigioso y poderoso editor británico Samuel Johnston, quien detestaba la trágica manera en la que concluía esta obra de Shakespeare (prácticamente todos los personajes del reparto perecen), encargó a otro autor, Nahum Taye, que reescribiera la pieza original. Le pidió que suprimiera los pasajes más cruentos y añadiera un nuevo desenlace en el que Cordelia y Lear acaban juntos y ella, la hija buena del monarca, se casa eventualmente con el duque de Gloucester. Paradójicamente, esta versión adulterada –y edulcorada– conoció un gran éxito, y la pieza con el final original –el pensado por Shakespeare– no volvió a representarse hasta mediados del siglo XIX.

El tercer hombre (1949)

En el libreto de Graham Greene, el personaje de Joseph Cotten, al descubrir que su gran amigo se ha convertido en peligroso traficante, le delata a la policía y al final se queda con su novia. Más que un final feliz, al director Carol Reed le pareció que aquello era un desenlace demasiado cínico y obligó al autor a escribir otro en el que el protagonista perdía a la chica, que le abandonaba al descubrir su delación. A Graham Greene debió de quedarle algo de resquemor, porque años después, en otra de sus novelas, «El americano impasible», hizo que el delator sí se quedara con la chica del amigo traicionado.

La isla del tesoro (1883)

En el primer manuscrito de Robert L. Stevenson, los expedicionarios descubrían al concluir el relato que no existía ningún tesoro enterrado en la isla. Una conclusión demasiado sarcástica para la época, al mostrar cómo tantas muertes y sacrificios no habían servido para nada.

La naranja mecánica (1971)

El guión de esta versión de la novela de Anthony Burgess sobre la violencia urbana acababa con su sádico protagonista, Alex, supuestamente reinsertado: casado, con hijos y llevando una vida familiar aparentemente feliz. Pero el plano final nos mostraba cómo, ocasionalmente, salía de su casa con una excusa peregrina para perpetrar un acto de ultraviolencia. Se cambió por otro menos explícito pero más sugerente. Alex, aparentemente curado, sonríe malévolamente al quedarse a solas.

La reina de África (1951)

En el guión original de James Agee, los personajes de Humphrey Bogart y Katharine Hepburn morían ahogados mientras hundían el acorazado alemán. Fue el escritor Peter Viertel quien convenció a John Huston para que los encantadores héroes sobrevivieran. «El público no aceptará que tras sobrevivir a las cataratas, los cocodrilos y las fiebres, dos personajes con tanto coraje mueran de una forma tan absurda», le dijo.

Moby Dick (1851)

La idea inicial de Herman Melville era hacer que el capitán Ahab y su tripulación cazaran a la gran ballena blanca. Pero una vez cumplida la obsesión que se había convertido en su única razón de vivir, el marino ponía fin a su existencia subiendo a un bote durante la noche y perdiéndose en la inmensidad del mar. Quien haya leído la novela sabe que, finalmente, el cetáceo sobrevive tras hundir el barco y cargarse a casi toda la tripulación (solo sobrevive un personaje: Ismael).

Pinocho (1882)

Quien haya leído esta novela de Carlo Collodi se habrá sorprendido al descubrir que la primera mitad es de una crudeza y un realismo casi atroz, en la que el célebre personaje se comporta como un pícaro sin escrúpulos, mientras que en la segunda parte se trasforma en un ser más idealista y bondadoso. ¿La razón? El autor tenía previsto finalizar su novela en el capítulo 15, con Pinocho siendo ahorcado por el Zorro y el Gato como castigo a sus ambiciones. Llegó incluso a escribir el cruel desenlace: «No tuvo fuerzas para decir nada más. Cerró los ojos, abrió la boca, estiró las piernas y, dando una gran sacudida, se quedó tieso». Horrorizado, su editor le obligó a suprimir ese pasaje y a escribir otros veinte capítulos de carácter más infantil.

Pretty woman (1990)

Aunque resulte difícil de creer, en el guión original, el personaje de Richard Gere estaba casado, y al terminar la historia acababa separándose con gran pesar de su corazón de la prostituta interpretada por Julia Roberts y regresando con su esposa. Pero tras el primer «test screening» (pase de prueba que se realiza con espectadores elegidos al azar), la reacción del público fue tan negativa que se rodaron nuevas escenas para convertir al personaje de Gere en soltero y hacer que en el último instante se quedara con la chica.

Sospecha (1941)

En esta película rodada por Alfred Hitchcock, Joan Fontaine cree que su marido, Cary Grant, piensa asesinarla para heredar su fortuna, aunque se acaba descubriendo que todo son ideas paranoicas sin base real alguna. Pero en el guión original, la historia terminaba de una forma mucho más negra y fatalmente irónica. Ella, enferma, escribe una carta a su padre contándole sus sospechas de que su esposo está tratando de envenenarla. Poco después, él efectivamente la asesina con un vaso de leche emponzoñada. Al día siguiente, el criminal camina silbando por la calle y se dirige a un buzón dispuesto a echar el correo, ignorando que entre esas cartas se encuentra la que escribió su mujer inculpándole.

¿Teléfono rojo?, Volamos hacia Moscú (1964)

Esta comedia negra de Stanley Kubrick sobre los peligros de una guerra atómica terminaba originalmente con una batalla de tartas de nata entre rusos y americanos (que sí llegó a rodarse) en la ONU. Pero al director no le convenció, y filmó el que actualmente se conoce, más absurdo y simbólico, pero también más divertido: el científico paralítico interpretado por Peter Sellers se levanta de su silla y grita: «¡Puedo andar! ¡Heil, Hitler!»

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