Chile tiene uno de los cielos más despejados del mundo. Y la región de Coquimbo, uno de los firmamentos más limpios de Chile. No es raro, por lo tanto, que esta región sudamericana se haya convertido en destino de algunas de las mejores instalaciones científicas de observación astronómica de nuestro planeta, y de numerosos turistas ávidos de ver el universo en su máxima transparencia.
Las regiones de Chile se enumeran en orden creciente, de norte a sur. Y Coquimbo es la número cuatro, tras Tarapacá, Antofagasta y Atacama. La belleza de su firmamento nocturno la ha hecho merecedora de la denominación de “región estrella”. Y para ver su cielo llevamos a Raul Cebrián, el lector de Quo ganador de uno de los premios de nuestro número 200. Con él estuvimos una semana recorriendo la región y viendo planetas, constelaciones, galaxias, estrellas… Y también mucho más que estrellas.
Llegar a Chile desde España requiere alrededor de trece horas. El pisco sour de bienvenida en el avión de Lan Airlines que nos trasladaba a Santiago confirmaba que el viaje iba a consistir en mucho más que ver solamente el firmamento. Esta básica bebida, compuesta del tradicional aguardiente llamado pisco, limón y azúcar, es el manjar más tradicional y, por lo que pudimos ir viendo, un complemento ideal para mirar el cielo nocturno.
Hace muchas décadas, en su búsqueda de un cielo limpio y claro desde el que observar nuestro universo, los científicos estadounidenses y europeos se fijaron en Chile. Concretamente, en Coquimbo, la primera región del país en albergar un observatorio astronómico internacional. En la actualidad acoge numerosas de esas instalaciones, como Cerro Tololo, La Silla, Las Campanas, Gemini Sur, SOAR y el futuro Large Synoptic Survey Telescope (LSST o, en castellano, Gran Telescopio para Rastreos Sinópticos).
Con nuestro lector, visitamos una de esas grandes instalaciones, concretamente el Gemini Sur, un telescopio científico del hemisferio sur que se complementa con su homónimo Gemini Norte en Hawái. La primera sorpresa de Raúl vino de la mano del puesto de observación. Aunque él sí pudo acercarse al telescopio propiamente dicho, los astrónomos ya no observan las estrellas en el firmamento. Lo hacen sobre la pantalla de un ordenador, en una convencional mesa que podría ser la de un oficinista. Afortunadamente para ellos, todo hay que decirlo: la precisión de un aparato de estas características obliga a mantener la cúpula a la misma temperatura del exterior. Y eso, por la noche, quiere decir mucho frío. En el caso del Gemini Sur, que se encuentra a una altitud de más de dos mil quinientos metros, hablamos de temperaturas bajo cero.
El cielo de Coquimbo es tan limpio que los responsables de turismo de la zona quieren mantenerlo así para siempre. “Tenemos mucha ilusión puesta en la petición para obtener la certificación Starlight”, explica Adriana Peñafiel, directora regional de Turismo. Starlight es un sello internacional que garantiza la ausencia de contaminación lumínica en las zonas donde se concede. En el caso de esta región chilena, todas y cada una de las luces de la ciudad están especialmente orientadas para evitar “oscurecer” el cielo. Además, apenas tienen nubes durante todo el año.
Es difícil ver un cielo tan limpio como allí. Cuando uno se aleja unos pocos kilómetros del mar, la sequedad del ambiente propicia el espectáculo, y el firmamento se ofrece como una catarata de miles y miles de estrellas. No es extraño, por tanto, que en Coquimbo esté en plena expansión el turismo astronómico. Miles de visitantes se acercan cada año a la zona para rendirse ante sus tributos: los astrofísicos de medio mundo no pueden estar equivocados.
Cerro Cancana, Cruz del Sur, Cerro Mayu, Pangue, Collowara, Cerro Mamalluca… En Coquimbo hay numerosos observatorios de divulgación que permiten que los turistas se sientan astrofísicos por un día. En ellos, astrónomos aficionados con grandes telescopios se encargan de desvelar los secretos de la miríada de puntos de luz que inundan el horizonte. La visita de Raúl incluyó Mamalluca y Collowara: allí pudo ver el cielo chileno en toda expansión, bien explicado a través de la voluntariosa labor de sus monitores.
Pero la pasión de Coquimbo por su firmamento no se limita a los observatorios científicos de renombre internacional, ni a los centros de divulgación. Todo en esta región huele a estrellas. El recorrido turístico de nuestro lector incluyó conocer gran parte de esta zona: los cientos de kilómetros recorridos permitían sobrepasar numerosos hoteles y casas rurales centrados en la observación astronómica.
En el caso de Raúl, tuvo la suerte de pasar la noche en las estribaciones de la cordillera andina, en el valle de Elqui. Allí, en La Casona Distante, una casa rural realmente perdida, disfrutó de espiar el universo en su pequeño observatorio privado.
Este hotel, como otros en Coquimbo, dispone de cúpula propia desde la que observar el cielo. Unos días antes, el espectáculo nocturno lo había disfrutado a simple vista en una bañera de madera llena de agua caliente al aire libre, en el Refugio El Molle. También había gozado de las bondades de un asado realizado en cocinas solares en el restaurante Solar Villaseca. Y vio leones marinos y pingüinos de Humboldt en isla Damas. Y mucho, mucho más.
En esta vía láctea particular, Raúl Cebrián descubrió muchas estrellas, sí, pero como hemos visto también, tuvo a su alcance la hospitalidad chilena. Y pudo, cómo no, disfrutar de las bondades del pisco y conocer cómo se fabrica este aguardiente chileno, en la industriosa fábrica Capel y también en la artesanal Los Nichos.
Las estrellas de Coquimbo y el pisco sour tienen en él a un nuevo y ferviente admirador.
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