Pocos saben que la serie Bones, sobre una antropóloga forense que resuelve casos difíciles a base de analizar huesos y restos humanos casi inservibles, tiene mucho de ficción pero también mucho de verdad detrás. El personaje de Temperance Brennan (Emily Deschanel) está basada en la actividad profesional de una mujer de carne y hueso: Katy Reichs, que, además, aprovecha la materia de los casos que estudia para escribir novelas que no podían ser más que de misterio. Y las vende como rosquillas.
En España, aunque no nos demos cuenta, se emite una serie parecida, por entregas discontinuas, y sin darle tanto bombo al nombre del protagonista. En otras palabras: cada poco tiempo, Miguel Botella, antropólogo del Laboratorio de Antropología Física de la Universidad de Granada, sobresale en los medios gracias a sus trabajos de reconocimiento de cadáveres, restos humanos y demás indicios forenses. El público quizá no repara en su nombre pero el resto de la comunidad científica sí, y por ello es conocido y reconocido mundialmente. Ha trabajado determinando la complexión que debió tener Cristóbal Colón (a partir de 150 gramos de restos que había en Sevilla), su hermano y su hijo, ha asesorado en la apertura de fosas de la Guerra Civil española y trabaja en casos como las desapariciones y asesinatos de Ciudad Juárez (México) o descuartizamientos recientes en Medellín (Colombia).
Quizá sus opiniones más oídas sean las referentes al error garrafal que llevó a decir a la Policía que los restos de la finca Las Quemadillas no eran de Ruth y José sino de animales. «Eso solamente se explica por un exceso de soberbia al no querer preguntar ni asesorarse. Yo hice mi propio informe que corroboraba al 100% el que se pidió oficialmente a Francisco Etxeberría», –otro de los verdaderos Bones españoles– que afirmó que aquellos huesos eran los de dos seres humanos. Aunque no se ha podido determinar si son los hijos del acusado, José Bretón.
¿Por qué es usted capaz de «recomponer» cuerpos que llevan 500 años muertos y en condiciones de humedad, y no puede hacer casi nada con restos quemados recientes?, le preguntamos. «Porque el fuego destruye toda la materia orgánica mientras que el tiempo a veces respeta parte del colágeno de un hueso», y eso contiene información valiosa para determinar qué tipo de individuo es. Porque ése es su trabajo; el de cotejar ADN es de otros especialistas, como su compañero de universidad José Antonio Lorente, que fue quien trató de cotejar la información genética de Colón con la de su hermano y su hijo.
Su último trabajo tumba el mito de la opulencia de las corte faraónica. Resulta que los jerarcas del Antiguo Egipto “sufrían muchos problemas de malnutrición y trastornos gastrointestinales agudos, debido al consumo de agua contaminada del Nilo”. Lo cual les reportaba una salud tan precaria como la del resto del pueblo, y acortaba su vida hasta los 30 años de media.
Lo ha descubierto después de analizar los restos de 200 esqueletos y momias hallados a las orillas de la presa de Asuán, en una excavación que se está desarrollando en la tumba número 33 de la necrópolis de Qubbet el-Hawa, a unos 1.000 kilómetros al sur de El Cairo. Esta tumba fue construida durante la XII Dinastía (1939-1760 a. C.).
Uno de los indicios más visibles que han manejado Miguel Botella y su equipo proviene de que los huesos de los niños enterrados en la tumba comunitaria –se reutilizaban contínuamente– no presentaban heridas ni mellas. Botella comenta a QUO desde su laboratorio que “los huesos son de reacción lenta. O sea, si se observan daños en él es que la enfermedad había sido progresiva y larga; en Asuán hemos observado trazas de tuberculosis, lepra, sífilis… En los huesos de Tutankamon se hallaron cepas de dos tipos de malaria”, cuenta el investigador.
Pero si el individuo aparece con los huesos intactos “quiere decir que murió de una enfermedad rápida y grave, como una neumonía”. Eso es algo que observaron en los esqueletos de niños, la mitad de los cuales perdía la vida antes de los cinco años. “Y eso indica que la malnutrición era importante”, añade Botella.
Su disciplina, la forense, no hurga solamente en los restos hallados, sino que se vale de datos puramente históricos. «Sabemos que el agua del Nilo ya estaba contaminada hace 4.000 años, porque todas las grandes ciudades de los actuales Egipto y Sudán vertían sus aguas fecales y residuales al río», comenta. Así que el agua era igual de mala para ricos como para plebeyos, lo cual igualaba bastante la salud de unos y otros, «a veces hasta el límite de la supervivencia».
La técnica que más está utilizando y mejorando Miguel Botella es la de superposición craneofacial, que se inició en los años 30 con radiografías, y que ahora se realiza con mucha más fiabilidad gracias a tomografías de cráneo cruzadas con bases de datos y fotos. ¿No es como para dedicarle una serie de televisión?
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