Cuando cruzas la puerta de entrada del cementerio de Montjuïc, caminas con sigilo. Se impone el silencio y tus pies dan un paso tras otro lentamente; con las suelas de los zapatos provocas el crujido de la gravilla y temes despertar a los muertos de su sueño profundo. Hasta ahí, más o menos, un cementerio cualquiera. Pero lo que este ofrece es aprovechar ese recogimiento para elegir un libro, el que quieras entre los 3.644 ejemplares dedicados a la muerte que atesora su biblioteca pública. La idea de esta biblioteca temática fue de Manel Hernández, y es la única de su género en España.
Treinta años reuniendo libros
Manel nos espera en el recinto. Nos cuenta que empezó su labor hace treinta años, recopilando libros sobre rituales funerarios que iba clasificando y guardando en una sala del tanatorio de Sancho de Ávila (Barcelona), el primero que se construyó en España y que abrió sus puertas en 1968. Como, de pronto, no paraban de llegar ejemplares, Manel Hernández se instaló allí y puso un horario de visitas, de 9 a 12. Acudía temprano y escuchaba historias de muertos mientras se rodeaba de libros sobre restos de faraones enterrados.
Con el tiempo, la sala del tanatorio de Sancho de Ávila se quedó pequeña. Había que buscar una solución al problema que, al final, se encontró en el nuevo complejo ubicado en la entrada del cementerio de Montjuïc. La biblioteca es la segunda más importante de Europa dedicada a la muerte, por detrás de la de Viena. Ahora, el fondo bibliográfico del arqueólogo y egiptólogo Manel Hernández ocupa 80 metros cuadrados y permanece en silencio junto a una colección de carrozas fúnebres, también única en España.
Con aire afable y con la mirada algo perdida al cielo, Manel expresa “Yo voy esquivando la muerte como puedo”. Empezó su labor de coleccionar libros a finales de los años 70 del siglo pasado. “Me interesaban los libros de rituales funerarios. Nunca pensé que lograría una biblioteca tan grande”, explica Hernández, de 86 años de edad y delgado como un sable.
La obra más valiosa (y de mayor tamaño) lleva por título The temple of king Sethos I at Abydos, y consta de tres volúmenes. Fue publicada en 1933 por Amice Mary Carveley y M.F. Broome. Contiene información sobre los rituales funerarios en el Antiguo Egipto. Está expuesta de forma abierta, para que los visitantes puedan observar los dibujos que contienen sus páginas. Manel compró la obra a un particular en 2003 después de certificar su valor.
Pero el primer ejemplar llegó hace treinta años: Dioses, tumbas y sabios, del alemán C.W Ceram. “Para mí se trata de un libro fundamental, porque gracias a sus páginas sentí el impulso de adentrarme en la arqueología”. Uno de los últimos que ha recibido proviene del Centro de Estudios Históricos de Terrassa (Barcelona) y se llama Estat dels cementiris del partit judicial de Terrassa a finals del segle XIX, señala Manel Hernández sentado a una mesa, a media luz, con numerosas carrozas fúnebres a sus espaldas.
Una de las obras más curiosas es los Principios de la botánica funeraria. Aquí, el lector aprende las especies admisibles o rechazables en un jardín funerario, sean sembradas, representadas o esculpidas. Incluso señala las especies más idóneas para depositarlas en forma de ofrenda floral. Se explica, de forma didáctica, por qué los cementerios están sembrados de cipreses.
¿Por qué cipreses?
Al parecer son árboles largos, apuntan al cielo y ayudan a las almas a elevarse. Los cipreses pueden durar hasta 500 años y son verdes, un color que representa la vitalidad; es un símbolo de prosperidad. En la biblioteca guardan un ejemplar de El gran libro del humor negro, de Philippe Héraclès, escrito en francés. En sus páginas aparecen aforismos, epitafios y chistes de todo tipo sobre la muerte. Hay caricaturas de calaveras, personas, etcétera. “Me pareció buena idea aceptarlo en la biblioteca porque trata la muerte desde otra perspectiva, distinta de la del dramatismo acostumbrado”, comenta Manel Hernández.
Y no podían faltar dos libros sobre brujería. “Cuando los visitantes pasean por las vitrinas y ven estas obras, se quedan quietos observándolas. Llaman la atención. También te digo que, hasta la fecha, nadie ha venido aquí para consultarlas expresamente”. En la biblioteca también hay dos ejemplares curiosos. Están escritos en francés. Uno versa sobre las técnicas empleadas a la hora de suicidarse y el otro recoge la historia y técnicas de las ejecuciones capitales. En ambos, el texto se acompaña de numerosas ilustraciones. Manel los eligió para la biblioteca porque se habla de Egipto, tema que le apasiona. En este espacio de Montjuïc hay publicaciones de buena parte del mundo; por eso están editadas en alemán, árabe, catalán, castellano, francés, gallego, inglés, italiano, japonés, portugués, ruso y sueco.
Antes de marcharnos, caminamos con Manel por el cementerio. La lista de escritores que descansan allí es interminable: Manuel de Pedrolo, Jacint Verdaguer, Montserrat Roig, Josep Carner, Àngel Guimerà, etcétera. Pasamos por el mausoleo del autor dramático, coleccionista y pintor Santiago Rusiñol, quien nunca imaginó que sería enterrado en el mismo cementerio donde celebró en vida una caracolada.
La caracolada literaria
La fiesta gastronómica ocurrió en 1891, tras una conferencia de gran éxito que pronunció el escritor en el Ateneo de Barcelona. Había quedado tan satisfecho de sus palabras que Rusiñol decidió celebrarlo con los amigos en el merendero de Can Tunis, justo al lado del cementerio de Montjuïc. En medio del festín, el humorista Albert Llanes notó que algunos caracoles estaban vacíos y le dijo al dueño de la tasca: “Maestro, estos caracoles son una porquería. ¡Los del otro cementerio son mucho mejores!” No sabemos si Santiago Rusiñol era de la misma opinión, pero desde su muerte, en 1931, tiene toda la eternidad para reflexionar en su panteón –número 16– situado en la vía de Santa Eulalia. Cerca está Javier Tomeo, también enterrado en Montjuïc desde el pasado mes de junio.
Tomeo era un gran conocedor del mundo animal; prueba de ello es que escribió en vida novelas sobre hormigas rosa, gorgojos barbudos y pulpos violinistas. Por supuesto, no podían faltar los caracoles, capaces de devorar los sueños de las hortalizas, como narró en su fábula La rebelión de los rábanos. Cuando vivía, a Javier Tomeo no le gustaba pasear por la calle dedicada a él en Zaragoza; decía que era como visitar un cementerio, pero con tránsito de coches y peatones. En el cementerio de Montjuïc, mira al mar desde la montaña.
Cinco obras clave sobre la muerte
El libro de los muertos. Obra fundamental del Antiguo Egipto, contiene fórmulas que permiten a los difuntos llegar al más allá.
La divina comedia. Dante Alighieri escribió un poema épico convertido en cumbre de la literatura universal.
Pedro Páramo, de Juan Rulfo. La novela cuenta cómo el protagonista, Juan Preciado, va en busca de su padre, Pedro Páramo, al pueblo de Comala, México.
Los seres queridos, de Evelyn Waugh. Es una novela de humor negro, crítica del uso del dinero para evitar enfrentarse a la muerte.
Las intermitencias de la muerte, de José Saramago. En un país anónimo, la muerte deja de existir. La euforia colectiva se desata, pero luego llegan el caos y la desesperación.
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