Llegas a tu oficina, saludas al conserje y, al doblar la columna, justo donde siempre ha estado tu mesa, está la nada. O mejor dicho, las huellas de las patas de la mesa y un par de pelusas. Parece que tu jefe ha querido evitar la confrontación; un método ‘sútil’, pero no menos violento que la agresividad que destila la peor de las conversaciones. Si ya sabías tú que ni para eso servía. Un cobarde, eso es lo que es, te dices. Y algo de razón no te falta. la confrontación genera tal ansiedadque nos lleva a huir de ella, aunque eso aumente el sentimiento de dolor de nuestro interlocutor. «imaginamos lo que podría suceder porque nos influye lo que ya hemos experimentado anteriormente», explica la psicóloga Anne Dickson en Conversaciones difíciles (Ed. Amat)
¿Qué debería haber hecho tu jefe? Lo primero, no echarte, porque seguro que vales un montón. Pero si la situación va de ERE o cosas por el estilo, explicarte con argumentos, sin situarse en una posición de superioridad, por qué la empresa prescinde de ti. A ver, respira, contén las lágrimas. Ya sabes aquello de cuando una puerta se cierra, otra se abre. En fin. Nuestro más sentido pésame.