Crees que un segundo es un lapso tan fugaz y ligero que nada ocurre durante él. Que si lo pierdes, no habrá consecuencias. Piensa otra vez. Si pudieras filmar a cámara lenta un segundo de tu vida, verías, solo en el cerebro, que en ese instante cada neurona se activa unas 200 veces. Si tenemos mil millones de neuronas, cada segundo nuestro cerebro transmite unos 20.000.000.000.000.000 de bits de información. Sin que te des cuenta. Este caudal de datos es tan enorme que científicos del Instituto de Tecnología de Okinawa y del Centro de Investigación de Julich, en Alemania, simularon este breve instante de nuestra mente con el cuarto ordenador más potente del planeta. Y necesitaron 40 minutos y 83.000 procesadores para recrear ese momento efímero.
“La vida es ritmo, velocidad. Sabemos que algo falla cuando no ocurre dentro de los parámetros normales”, asegura a Quo el Dr. Ángel Moya, presidente de la Sección de Electrofisiología y Arritmias de la Sociedad Española de Cardiología. Y Moya sabe exactamente de qué habla.
“Nuestro corazón puede pasar, en segundos, dependiendo del estado físico, del reposo a un ritmo altísimo”. Los atletas llegan a tener un ritmo cardíaco de 200 latidos por minuto. Si cada latido fuera un paso, serían unos 150 metros por minuto, es decir, 9 kilómetros por hora, más o menos la velocidad de un ratón doméstico. A un ritmo normal, unos 70 latidos por minuto, un glóbulo rojo tarda 60 segundos en recorrer el circuito sanguíneo completo. Dependiendo de la ruta, claro, porque si en las arterias la velocidad es de 2 km/h (como una tortuga), en las venas se desplaza a ritmo de caracol: 0,5 km/h.
Así de rápido llega la droga a tu cerebro
Ya lo decía el deportista estadounidense Sparky Anderson: “Si tienes que decidir entre potencia y velocidad, y a menudo se presenta esa elección, elige velocidad”. ¿Tres segundos te parece deprisa? Pues es lo que tarda la cocaína en llegar a tu cerebro. Bastante más veloz que la nicotina, que tarda unos 20 segundos y a años luz del azúcar (15 minutos), el alcohol (20 minutos) y la cafeína (45 minutos). ¿Por qué esa diferencia? Según Manuel Martín Loeches, profesor de Neurociencias Cognitivas de la Universidad Complutense de Madrid, todo “depende de la estructura molecular. Las drogas tienen que atravesar una barrera de protección hematoencefálica, como una cerradura. Si, molecularmente hablando, son más parecidas a las sustancia químicas del cerebro, entran más rápido. Es como si tuvieran una copia de la llave. En cambio, si son muy diferentes en su estructura, tardan más en pasar esa barrera”.
Claro que estas no son, ni de lejos, las velocidades máximas de nuestra anatomía. Aunque sí estamos bien ubicados, porque es el cerebro el correcaminos del cuerpo. Según un estudio realizado por Mary Potter del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), podemos procesar una imagen en apenas 13 milisegundos. Este es el más rápido de nuestros sentidos, mientras que el más lento es el gusto: 500 milisegundos, ya que debe unirse información relacionada con el olfato y el tacto, o los termorreceptores (como en el caso de la comida picante).
Lo cual no es extraño. En términos adaptativos y evolutivos, la vista es mucho más importante. Tanto que nuestro cuerpo reacciona antes de que nosotros seamos conscientes de lo que vemos. “Respondemos a las emociones básicas (miedo, rabia, alegría, repugnancia, tristeza y sorpresa)”, señala Loeches, “antes de que tengamos cualquier pensamiento cognitivo de ellas. Salimos corriendo y al cabo de unos 50 milisegundos se siente el miedo. Es posible que justamente el miedo sea una de las más rápidas: es la más importante de todas. Hay partes del cerebro que lo procesan sin pasar por la conciencia. Tan rápidamente sucede esto en nuestro cuerpo que reaccionamos al miedo antes de sentirlo. La respuesta es evolución pura: para la huida no hay que pagar un gran precio, pero el daño puede ser mayor si no se reacciona. El sistema está tan afinado que nuestro cerebro identifica más rápidamente “el lugar de donde proviene la amenaza que el hecho o no de que se trate de un peligro real. La diferencia es de, aproximadamente 60 milisegundos”, señala Loeches. Las restantes 5 emociones básicas se perciben a la misma velocidad, aproximadamente.
El cerebro depende de la velocidad
Nuestro cuerpo está acostumbrado a la velocidad. La precisa para sobrevivir. De hecho, “cuando se compara la inteligencia de las especies se evalúa tanto la cantidad de neuronas como la sustancia blanca, que es la que da la velocidad. Y esta es fundamental. En la esclerosis múltiple se pierde la mielina, que es lo que le da velocidad al nervio. Estos siguen activos pero transmiten la información a un ritmo mucho más lento y pierden sensibilidad en el cuerpo. Dependiendo de la zona afectada, es como si estuvieran ciegos”, concluye Loeches.
Así, en nuestro cuerpo los sucesos son de una celeridad tal que no es extraño que David Eagleman, del Colegio de Medicina de Baylor, haya demostrado que vivimos en el pasado, ya que tardamos por lo menos 80 milisegundos en ser conscientes de lo que sucede a nuestro alrededor.
Cada década tienes un esqueleto nuevo
Pero… ¿y qué hay de lo que ocurre en nuestro interior? Volvamos a usar la cámara lenta para espiar los ritmos de nuestras células. Todos los procesos de nuestro cuerpo están condicionados por la eficacia de las células que los llevan a cabo. Y estas tienen mucho trabajo. Tanto que su vida transcurre a una velocidad muy distinta de la nuestra. Y para medirla hay dos sistemas. Por un lado, se pueden cultivar, pero los datos no siempre se corresponden con lo que sucede dentro de nuestro cuerpo.
Así, la opción más eficaz es la descubierta hace poco por el Dr. Jonas Frisen, biólogo celular de Instituto Karolinska, de Estocolmo, Suecia. Del mismo modo que el carbono 14 permite datar restos orgánicos, Frisen descubrió que los ensayos de bombas nucleares realizados hasta 1963 liberaron carbono 14 en la atmósfera, duplicando la cantidad que hay naturalmente, y este se incorporó al ADN.
Desde que los ensayos se detuvieron, el carbono 14 se ha reducido a un ritmo predecible. Y al analizar la célula, podemos ver a cámara lenta su vida entera. Gracias a esto, Frisen puede determinar a qué velocidad viven. No todas las células de nuestro cuerpo tienen el mismo ciclo vital: las óseas, por ejemplo, viven 10 años, lo cual significa que en cierto sentido cada década estrenamos esqueleto. Esta es una velocidad media. En un extremo están las células de nuestros intestinos, con microvilli. Según el profesor de inmunología Tom MacDonald, de la Escuela Médica de Londres, se reemplazan cada 2 o 3 días. Un poco más lentas son las que forman nuestras papilas gustativas: apenas 10 días. Los glóbulos rojos son aún más longevos y pueden alcanzar los 4 meses. Finalmente, en el lado opuesto del reloj celular se encuentran las células cardíacas, los cardiomiocitos. En los primeros 25 años, cerca de un 1% de las células se reemplaza anualmente. El ritmo desciende a la mitad al llegar a los 70. Será por eso que con los años es más fácil tener un corazón roto.
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