Cuando, a principios de 1979, tres ejecutivos de la Fox acudieron a los estudios Shepperton de Londres, no sabían lo que iban a presenciar. Les habían encargado visionar una nueva película del espacio, y con una buena provisión de refrescos y hamburguesas se dispusieron a pasar lo que esperaban que fuera una entretenida tarde. Se trataba de una copia de trabajo, sin música y con secuencias sin sonorizar; pero aun así, a los cuarenta minutos de proyección, uno de ellos ya había vomitado, y los otros dos habían perdido el apetito. La escena en la que un sanguinolento ser surge del pecho de un astronauta había sido demasiado para sus estómagos. Lo que acababan de ver era la primera copia de Alien, el octavo pasajero (1979), un filme llamado a convertirse en el último gran clásico del cine de terror.
Un tipo siniestro
Una nave espacial, siete astronautas y un monstruo sanguinario… Alien nació para ser una modesta película de serie B, dirigida por un realizador de segunda fila (Ridley Scott aún era un “ilustre desconocido”). Pero el proyecto se fue hinchando hasta costar mil quinientos millones de pesetas de las de entonces.
Lo que no le preocupó a nadie fue el hecho de que ninguno de los actores fuera famoso, ya que, como decía Ridley Scott, “la estrella era el monstruo”. Para el cineasta, el éxito de la película dependía de que la criatura provocase auténtico pavor. Pero, ¿quién podía crear un monstruo que fuera original y repulsivo? Alguien le sugirió el nombre de Hans Rudi Giger, un pintor y escultor que diseñaba espantosos seres híbridos de carne y metal, y Scott viajó a Suiza para conocerle.
“Cuando entré en el estudio de Giger”, cuenta Scott, “me encontré ante una especie de conde Drácula vestido de cuero negro, con la tez pálida y los ojos llameantes. Estaba rodeado de huesos y tallando un bloque de plástico”. El director, fascinado por la macabra obra de Giger, le contrató como director artístico. Con todo, el primer diseño del monstruo que hizo el suizo no le gustó nada a Scott, quien lo rechazó porque parecía “un pavo trufado de los que se comen en Navidad”.
Giger decidió, entonces, crear un monstruo similar a las terribles criaturas biomecánicas típicas de su obra. Así, un día abandonó los estudios; cuando la recepcionista le preguntó adónde iba, él respondió: “A por huesos”. Pasaron tres días sin que nadie supiera nada de él, hasta que regresó al frente de una procesión de camiones cargados de cajas. “Había recorrido las tiendas de artículos médicos, los mataderos y Dios sabe qué lugares más”, explica el productor Walter Hill. “Nos llenó el estudio de osamentas. Había una fila de calaveras humanas, un esqueleto de serpiente y hasta el cráneo de un rinoceronte”.
Un masai en el espacio
El aspecto final del ser creado por Giger es bien conocido: una especie de reptil bípedo con cola de escorpión y cabeza fálica. Se construyó un alien de casi tres metros de alto, con la ayuda de huesos, plástico y fibra de caucho. En realidad era un traje, en el que debía introducirse un actor.
Ridley Scott y Walter Hill querían que la persona que se disfrazara de alien se moviera con una extrema ligereza, que resultara a la vez amenazadora y sensual. Probaron con karatecas, modelos y bailarines de ballet, pero no quedaron convencidos. Finalmente, cuando estaban a punto de darse por vencidos, el destino les echó una mano. Una noche que estaban en un pub vieron entrar a un joven negro, tan alto y estilizado que casi tuvo que ponerse en cuclillas para pasar por la puerta. “Ridley me miró”, recuerda Walter Hill, “se acercó al muchacho y le dijo: Perdone, ¿le interesaría trabajar en una película?” Aquel chico se llamaba Bolaji Badejo, y era un miembro de la tribu masai que medía dos metros cuarenta y que estudiaba Bellas Artes en Londres. Él es quien se esconde bajo la piel del alien.
Un mundo orgánico
En el guión, los astronautas descubrían el nido con los huevos del alien en el interior de una pirámide perteneciente a una milenaria civilización extraterrestre. Dicha pirámide se transformó en una nave espacial varada en la superficie de un planeta asolado, y Giger diseñó el interior fiel a su estilo habitual, creando formas de inspiración orgánica: concibió los orificios de entrada como si fueran labios vaginales, e hizo que las paredes del interior parecieran una columna vertebral.
Pero el mérito de crear la secuencia más impactante del filme, aquella en la que el embrión de alien revienta el pecho de Kane (John Hurt), es de Ridley Scott. Se rodó con un tronco artificial sobre el pecho del actor y con un dispositivo explosivo situado bajo una bolsa con dos kilos de tripas de animal y cuatro litros de sangre artificial. El resultado fue impresionante, pero a Scott le pareció que había demasiada sangre, y volvió a rodar usando sólo dos litros. Esa fue la toma buena.
La película se estrenó en mayo de 1979; pero antes, la Fox cortó las escenas más crudas. Entre las imágenes que el público nunca llegó a ver están la erótica muerte de Veronica Cartwright, ensartada entre sus piernas por la cola del alien, y el momento en el que Ripley (Sigourney Weaver) descubre a Dallas (Tom Skerrit) convertido en “incubadora” humana de futuros aliens; el desdichado suplica a la chica que lo remate para no seguir sufriendo, y ella obedece… Momentos fuertes felizmente recuperados para la reposición del filme.
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