El mercado de la juguetería sexual crece imparable, ajeno a crisis y a las últimas caídas de las Bolsas. Las ventas, que en países como el Reino Unido superan ya los cinco millones de productos anuales, se animan cada vez más gracias a la privacidad que permite el comercio on line. Y frente a los gigantes, como la compañía alemana Beate Uhse, la fabricación artesanal mantiene también su firmeza. La tendencia home made en juguetes eróticos permite resistir a uno de los talleres más emblemáticos que quedan en España, BS Atelier, en Madrid. Fabrica dildos y anillos personalizados a gusto del cliente y con una idea del negocio muy lejana a la fabricación industrial. El cliente se lleva una pieza única.
Estos juguetes están pensados tanto para satisfacer los gustos reales de las mujeres como para cubrir orientaciones sexuales diferentes a la heterosexualidad. Sus fundadoras, Beatriz Higón y Sabela Dopazo, procuran que los productos sean anatómicos y con la curvatura necesaria para que se adapte a la vagina de la mujer. El trato directo con sus clientas les ha permitido evolucionar y atender sus necesidades. Disponen, por ejemplo, de kits de vaginismo de seis piezas que crecen de tamaño progresivamente. Resultan muy útiles para mujeres con este trastorno o para quienes se hayan hecho una vaginoplastia. En juguetes anales, la clave está en la variedad, teniendo en cuenta que este tipo de sexo es más delicado.
Otro aspecto muy cuidado es el material. Se usan siliconas y pigmentos médicos en lugar de los ftalatos o ésteres de ácido ftálico, unos componentes químicos muy porosos que permiten fácilmente la entrada de fluidos, por lo que los juguetes son muy difíciles de limpiar. La transferencia es, además, doble, ya que los ftalatos dejan residuos que la mucosa de los genitales absorbe.
El mercado de los juguetes eróticos artesanales es tan viejo como el placer del erotismo. Se han encontrado innumerables restos arqueológicos de objetos destinados a tal fin. Hace más de 2500 años, China, Roma, Egipto y Grecia elaboraban ya consoladores de diversos materiales y tamaños, aunque su distribución se hacía de forma muy clandestina. Por ejemplo, los griegos esculpían en la madera penes que después humedecían con aceite de oliva. En la Edad Media el material más común para estos menesteres era el excremento de reses disecado y cubierto después con resina. Alguno llegó a alcanzar los cuatro metros cuadrados, una dimensión que hace pensar que los campesinos lo usaban más como ritual y símbolo de fortaleza que para uso personal.
En el siglo XIX, los consoladores fueron una herramienta terapéutica que se prescribía en consulta para atajar la ansiedad, la irritabilidad y otros comportamientos femeninos. Desde entonces, son muchas las mujeres que han mejorado su vida sexual y sus relaciones eróticas gracias a los juguetes sexuales.