SER HUMANO

Julio Verne, el hombre que anticipó el siglo XX

Soy el más desconocido de los hombres”. Así dejó escrita su queja Julio Verne (1828-1905), el segundo autor más traducido de la historia después de Agatha Christie, cuyas obras han sido vertidas a más de un centenar de idiomas y cuyas creaciones se han convertido en referencias identificadas por lectores de todo el mundo. Lo más curioso es que esa incomprensión continúa, en gran parte porque sus propios descendientes se ocuparon de hacer desaparecer mucha de su correspondencia y documentos privados. Y por eso apenas se puede hacer otra cosa que especular con respecto a hechos tan importantes como la complicada relación con su hijo Michel, el oscuro episodio por el que recibió un tiro en la rodilla a manos de su propio sobrino y la auténtica vida sexual de un hombre que prácticamente desde los inicios de su matrimonio se sintió encerrado en una unión infeliz que también hacía sufrir a su esposa, Honorine. Todo esto es parte de lo que aprendí investigando a Julio Verne.

El director de cine Orson Welles montó una comedia musical, ‘Around the world’, inspirada en la novela ‘La vuelta al mundo en ochenta días’

Zarzuelas en catalán
Junto con María Santoyo, he comisariado la exposición dedicada a su figura. Ha supuesto un apasionante viaje en el que vimos su enorme influencia a todos los niveles. Isaac Peral se inspiró en él para diseñar su submarino. Encontramos, por ejemplo, la existencia de zarzuelas vernianas que transcurren en corralas o arreglan el título para no pagar royalties (como la catalana De la terra al sol); descubrimos curiosísimas colecciones de cromos, juegos, incluso cajas de cerillas ilustradas con alusiones al mundo Verne… Supimos de auténticas locuras de montajes teatrales, como el de un musical de Orson Welles inspirado en La vuelta al mundo en ochenta días… Varios años antes, un español, Enrique Rambal, había montado en Valencia superproducciones llenas de picardía y efectos que nada tenían que envidiar a las del genio del cine.

Buceamos en el circo admirado por Verne, supimos que solo montó en globo una vez; y sobre todo, descubrimos que, por esos años, España era una tierra llena de creadores que se atrevían con cualquier reto. Claro, que en nuestro trabajo para la exposición el mayor desafío fue tomar imágenes audiovisuales de una pareja de jirafas del parque de Cabárceno, en Santander, para una de las joyas de la muestra, lo que hemos llamado bestiario verniano. El audiovisual con estos animales fue también digno de un rodaje hollywoodiense.

Abogado por deseo paterno
De lo que ha persistido más material es de la obra de Verne, gracias a la correspondencia intercambiada con su editor, Pierre-Jules Hetzel, que intervenía de tal modo en la redacción y configuración de sus novelas, que casi podría ser considerado coautor.
Antes de que Julio Verne conociera a Hetzel, había ido dando tumbos en su empeño en labrarse una carrera como escritor que le alejara del destino marcado por su padre, quien, en contra de su primera ambición de ser marino, había establecido que como primogénito le correspondía ser abogado para, así, heredar el bufete familiar de Nantes. Verne había probado con las operetas, con las obras cómicas, incluso con la poesía, sin resultado.
Obligado por los imperativos de su matrimonio con una viuda con dos hijas, llegó a resignarse a trabajar como agente de Bolsa.

Nunca fue un aventurero. Sus máximas expediciones personales fueron un tranquilo viaje en yate por el mediterráneo y visitar en dos ocasiones la ciudad de Vigo

Entonces, por sorpresa y a una edad bastante tardía para la época (35 años), Verne obtuvo un rotundo éxito con la publicación de su primera novela, Cinco semanas en globo (1863). El libro causó sensación por su trepidante narración de un periplo en aerostato que atravesaba el África desconocida, pero sobre todo  por la habilidad para mezclar realidad (las expediciones que en ese momento intentaban conocer el continente) con ficción (la construcción de un fantástico globo, el Victoria).

Las fuentes del Nilo
Esa tensión entre realidad y ficción será una de las señas distintivas de su obra, incluso hasta límites sorprendentes. Así, por ejemplo, si en Cinco semanas… llegó a señalar el lugar en el que posteriormente se encontrarían las míticas fuentes del Nilo, poco más tarde, en su díptico lunar llegará a una sorprendente similitud con las futuras misiones Apollo de la NASA: coincidencias con el punto de despegue y amerizaje, tiempo que tardarían los proyectiles en ir a la Luna, dimensiones de la bala y el módulo lunar, tripulación de tres personas, etc.

Verne creó para la ficción un nuevo tipo de héroe: el científico capaz de enfrentarse a cualquier peligro

Cinco semanas… anticipaba también lo que sería la gran aportación de la obra verniana; significó la carta de nacimiento de un nuevo tipo de héroe, el científico, capaz de enfrentarse a cualquier situación y peligro con las únicas armas de sus conocimientos de ciencia y técnica. Lograba así encarnar la profunda fe en el progreso que marcaría la segunda mitad del siglo XIX; y de paso, acariciar el sentido de la maravilla de sus lectores.

Los folletines por entregas
Hetzel comprendió muy bien el potencial de esta obra, y así diseñó un gran plan al que dio el nombre de “Viajes extraordinarios”, una colección en la que, bajo contrato, Verne iría escribiendo una, dos (a veces, incluso más) obras anuales en las que abordaba los distintos ámbitos del conocimiento (el mar, la geología, la geografía, la química, la astronomía, etc.). Hetzel publicitó las obras de Verne como la forma perfecta en la que los lectores, especialmente los más jóvenes, podrían ir aprendiendo de una manera muy atractiva. Además, Hetzel elaboró todo un moderno plan de explotación en diversos formatos: primero, el folletín por entregas; luego, aparición en uno o varios volúmenes; y finalmente, y coincidiendo con el período navideño, lujosas ediciones ilustradas en tapa dura. Posteriormente, añadió a estas las Obras Completas. Y todo, por un precio cerrado que hacía que Verne apenas viera los beneficios de las ventas, de cuya cuantía su editor ni siquiera le informaba.

El éxito fue arrollador, pero a la vez le encasilló injustamente como un escritor juvenil, lo que hizo que la crítica nunca le tomara en serio. Verne se moriría sin ver logrado su sueño de entrar en la Academia Francesa, y su valoración literaria aún está muy lejos de la que han obtenido otros autores que cultivaron el folletín, como Víctor Hugo, los Dumas, padre e hijo, y Charles Dickens.

Demandado por un científico
Con cerca de ochenta novelas, más otros títulos de cuentos, teatro, ensayos, etc., Verne escribía a un ritmo de semiesclavitud en el que se levantaba antes de la salida del sol, trabajaba hasta la hora de la comida y dedicaba la tarde a la lectura y la documentación. Mantener este ritmo de trabajo lleva inevitablemente a plantearse algunas dudas. Hoy en día es sabido que el argumento de Los quinientos millones de la Begun le fue comprado por Hetzel a un oscuro escritor, Paschal Grousset. Otras acusaciones pretendieron que obras como La vuelta al mundo… y Veinte mil leguas… se basaban en materiales preexistentes. Verne ganó todas las demandas, aunque, para evitar escándalos, tuvo que resignarse a compartir los derechos de la adaptación teatral de la primera. Otra cosa es lo que ocurre con el numeroso material póstumo, en el que los investigadores van localizando los distintos grados de intervención de su hijo y albacea en las redacciones finales.

Escribía a un ritmo de semiesclavitud. Se levantaba antes de la salida DEL SOL PARA Empezar a TRABAJAR

Más sonada, por ejemplo, fue la demanda que le planteó el científico Eugène Turpin, inventor de un terrible explosivo, la melinita, quien se vio reflejado en el científico loco y traidor que protagonizaba Ante la bandera (1896). Aunque era evidente que el personaje de ficción y el real estaban unidos por demasiadas similitudes, Verne salió absuelto. Por entonces, ya vivía totalmente retirado en Amiens, donde llegó a ocupar un cargo de concejal (una de sus principales aportaciones fue la fundación del circo de la localidad, que consideraba una disciplina artística superior).

Contra lo que pueda parecer, Verne no fue un aventurero. Solo los éxitos de las adaptaciones teatrales de títulos como Miguel Strogoff y La vuelta al mundo en ochenta días le permitieron disfrutar durante un tiempo de un yate, con el que, sin embargo, se limitó a hacer varios cruceros por el Mediterráneo. E incluso dos visitas a Vigo, cuya bahía desempeña un papel destacado en Veinte mil leguas de viaje submarino. Este libro, además, fue publicado por primera vez en España, debido a que Francia se encontraba inmersa en la guerra franco-prusiana.

El pesimismo del final de sus días
Una escritura tan agotadora, unida a la amargura de una vida doméstica que le asqueaba y a las secuelas del disparo de su sobrino, que hicieron que se pasara los últimos años de su vida cojeando, cambiaron su visión, antes tendente al optimismo. Sus últimas obras (con ejemplos tan evidentes como el genio loco de Robur el conquistador, tan lejano del anarquismo idealista del capitán Nemo) transmiten una gran desconfianza en lo que el avance imparable del progreso traerá consigo. Repentinamente, los científicos encarnaban lo peor del espíritu humano, una visión agorera que, por cierto, ya aparecía en París en el siglo XX, una obra temprana que, sin embargo, no se publicó hasta mucho después de su muerte, en 1994.

Y sin embargo, Verne logró algo formidable: transmitió el espíritu de progreso de una época  a varias generaciones.
Así, de Gagarin a Robert Peary, de Peral a Asimov, de Ray Bradbury a Santos Dumont, de Von Braun a Tsiolkovski, muchos de los nombres que protagonizaron los grandes avances del siglo XX reconocieron que habían sido inspirados por la lectura de sus obras. En ellas está la razón de por qué el hombre conquistó el mundo y puso el pie en el espacio: una insaciable sed de aventura y conocimiento.

La fiebre lunar

Cartel de La Grande Lunette en el Palacio de la Óptica de la Exposición Universal de 1900. París, Musée Carnavalet
Es imposible disociar el éxito mundial de las novelas que Verne dedicó al viaje a la Luna de la auténtica “fiebre lunar” que recorrió el mundo entre finales del XIX y principios del XX. El cartel que incluimos es una de las más conocidas (y bellas) muestras. La Grande Lunette era una atracción que consistía en un inmenso telescopio que permitía que el público pudiese ver la Luna con un detalle y una cercanía sin antecedentes hasta entonces. Fue una verdadera sensación.

Vivir en una bala

Y viajar en ella a la Luna
Muchos iconos de Julio Verne se han convertido en patrimonio universal. Uno de los más perdurables, por su potencia evocadora, es la bala en la que viajaban los tres protagonistas de los libros De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna, y que ha sido revisitada y homenajeada en muchas ocasiones. Las artistas de Wot Studio han creado su propia versión expresamente para la exposición, con una visión contemporánea y lúdica sobre cómo sería la vida en una bala.

Jaswant Singh II

Maharajá de Jodhpur, con collar de esmeraldas, c. 1880 Colección Clark & Joan Worswick
Cómo era el mundo que visitó Phileas Fogg en su viaje alrededor del mundo? Una respuesta muy certera nos la da la colección de fotografía antigua de los norteamericanos Clark y Joan Worswick. A esa colección pertenece la foto del Maharajá de Jodhpur. En la era anterior a las imágenes masivas, los lectores de las novelas de Julio Verne se arrebataban con las descripciones de lugares y gentes exóticas, que eran sinónimo de aventura.

Albert Robida

Salida de la ópera en el año 2000
Verne echó un vistazo en dos de sus obras a cómo sería el futuro. Y sus inspiraciones y visiones coinciden con las de otros artistas de la época, como Albert Robida, quien hacia 1890 plasmó en una serie de ilustraciones su particular versión del año 2000, que hoy nos maravilla por su enorme fe en el progreso. En la imagen superior, Robida ilustró la salida de la ópera de lo que para él era el futuro. Lo que para nosotros es ahora retrofuturismo, para ellos era un aluvión de maravillas que a veces nos hacen sonreír por su ingenuidad. Cuando aún no hemos conseguido hacer real el icono del coche volador, estos visionarios estaban convencidos de que nuestra vida prácticamente transcurriría en el aire. Eso sí, la moda permanecería fiel a lo habitual a finales del XIX.

Honoré Daumier

Nadar eleva la fotografía a nivel de arte, 1862
Gaspard-Félix Tournachon, más conocido por el sobrenombre artístico de Nadar, fue un fotógrafo del XIX que, aparte de sus retratos de prácticamente todos los personajes importantes de su época (incluido Verne), tuvo una gran afición por la posibilidad de volar. Construyó un gran globo, el Géant, e hizo las primeras fotografías aéreas. Gran amigo de Verne, participó con él en la polémica sobre si el aire se conquistaría con vehículos más o menos pesados que el aire, y ambos fundaron una sociedad para promover la segunda opción. Tal era la amistad de Verne que uno de los tres personajes que viajan a la Luna, Michel Ardan, está inspirado en el propio Nadar (reconocido por Verne en una carta a su amigo); el parecido físico de los grabados y la descripción de su espíritu grandgiñolesco aportan pruebas irrefutables.

Copa de los Pirineos

Para el español que cruzó los Pirineos en globo
Jesús Fernández Duro fue un asturiano que se convirtió en uno de los aeronautas más importantes de su momento. Entre sus hazañas (aparte de ir en automóvil entre Gijón y Moscú, y volver, ¡en 1902!, la mayor distancia lograda hasta ese momento), hay que contar el cruce de los Pirineos en globo, una hazaña que le valió la entrega de este soberbio trofeo, que podrá verse en la exposición. Hernández Duro se inspiró para sus aventuras en la lectura juvenil de Verne, pero murió mientras estaba inmerso en la mayor de todas: la construcción de un aeroplano.

La isla misteriosa

Mapa de Julio Verne, 1875
Aunque la mayor parte de los escenarios de los libros de Verne son reales, hay un puñado de lugares inventados que despiertan, quizá por eso, una especial fascinación. El más importante seguramente sea la isla Lincoln, el escenario de la famosísima La isla misteriosa, para muchos el mejor libro de Verne y que es una no evidente continuación de 20.000 leguas de viaje submarino. El mapa que el propio Verne realizó de la isla ha llenado páginas y páginas de especulación. Como en este caso, en los libros vernianos es posible encontrar más lugares ficticios, y descubrir su equivalente o inspiración real es una apasionante tarea en la que participan estudiosos de todo el mundo.

Viajes rápidos a Cuba y México

Compagnie Générale Transatlantique, París, 1891, Biblioteca Nacional
Verne vivió el arranque de la época dorada de los colosos transatlánticos, que aparecen en muchas de sus obras (en alguna, como La ciudad flotante, casi un antecedente del Titanic, se convierten de hecho en protagonistas absolutos).   En aquel momento, los barcos equivalían a las naves espaciales de nuestros días, y los países que entones eran grandes potencias mundiales se encontraban inmersos en una carrera para batir todos los récords de velocidad y capacidad. Por eso, no es extraño que Verne se dejara fascinar por la alta tecnología que incorporaban los cada vez más gigantescos colosos marinos, como el que ofrecía pasajes a Cuba y México.

Diagramas de animales extintos

Waterhouse Hawkins, 1853
La única novela de Verne en la que conscientemente (aunque con trampa) se salta la verosimilitud científica, especulando con la posibilidad de que bajo nuestra superficie pueda haber un mundo que conserve las condiciones de la época de los dinosaurios, es Viaje al centro de la Tierra. En este sentido, uno de los momentos más memorables es la lucha entre un ictiosaurio y un plesiosaurio. Para su descripción, Verne se inspiró en los grabados en los que los científicos y los artistas se unían en imaginar el aspecto de aquellos seres que inflamaban la imaginación del público.

La vuelta al mundo de Nellie Bly

The World, 1890
En noviembre de 1889, The New York World, el diario de Joseph Pulitzer, dio una campanada propagandística al enviar a su famosa reportera Nellie Bly a batir el récord de ficción de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en ochenta días. El viaje fue acompañado por numerosas iniciativas, como este juego que, como el de la oca, reproducía las etapas del viaje, incluida la visita a Verne en Amiens (a quien puede verse en la esquina superior derecha). Gracias a iniciativas como esta, Bly (que terminó su viaje en poco más de 72 días) regresó convertida en una heroína. El último tramo, a través de EEUU, fue una locura, con muchedumbres que se agolpaban para verla.

Un pelín borde

Phileas Fogg, protagonista de La vuelta al mundo en ochenta días, es el paradigma del gentleman británico: cortés, valiente, puntual y frío. Aunque al final sucumbe al amor de Aouda. Este es un grabado de Neuville & Benett de 1873.

Años dorados

De 1863 a 1885
se editó lo mejor de la obra de Verne: Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la Tierra, Los hijos del capitán Grant, De la Tierra a la Luna, Matías Sandorf, Veinte mil leguas de viaje submarino y La vuelta al mundo en ochenta días.

Sin moverse

Las primeras biografías crearon el mito de que nunca salió de su gabinete. Sin embargo, sí hizo cruceros y viajes de placer.

Redacción QUO

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