Estos animales fascinantes muestran un comportamiento singular cuando nadan unos pegados a otros, en densos bancos de cientos de ejemplares. De repente, algunos individuos se alejan del grupo y reivindican su singularidad alzando el vuelo fuera del agua, lejos del compás de la muchedumbre. Se hunden considerablemente, toman impulso y salen disparados hacia el aire libre, donde aletean varios segundos antes de caer panza abajo y provocar un estruendo colosal. El motivo que los lleva a comportarse de una manera tan extravagante es una incógnita, aunque
hay distintas teorías que tratan de explicar el fenómeno: que lo hacen para comer, que es para desparasitarse, que se trata de una forma de cortejo… Lo más probable es que tengan más de una razón y, teniendo en cuenta el jaleo que provoca cada planchazo contra el agua –algunas especies de mantarraya superan con holgura la tonelada de peso– la tesis de que es una forma de comunicación es una de las más plausibles. De lo que no hay duda es de que se trata de un baile físicamente exigente: pueden pasar hasta 24 horas dando saltos de más de dos o incluso tres metros de altura.