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El asco está detrás de algunos pensamientos y sentimientos religiosos

La escrupulosidad religiosa puede estar impulsada por la sensibilidad al asco, particularmente los fuertes sentimientos de asco por los gérmenes y las prácticas sexuales, pero, paradójicamente, no por la inmoralidad general.

Hasta las personas y sociedades más seculares generalmente ven su comportamiento moldeado por la religión. Podemos ver su influencia en los códigos de conducta que establecen lo que se considera correcto e incorrecto. Pero también podemos verlo en actitudes más generales hacia la autoridad, la sexualidad, y qué hacer con las personas que no siguen estos códigos.

Hoy, incluso personas socialmente liberales en apariencia se apropian de las herramientas tradicionales de poder utilizadas por la religión para avergonzar y excluir a aquellos cuyo comportamiento desaprueban. Si bien los objetivos pueden haber cambiado, los fundamentos y enfoques subyacentes son notablemente similares. Comprender cómo la religión (y sus ecos en los sistemas de creencias seculares) motiva a las personas a comportarse de ciertas maneras es cada vez más importante en una cultura en la que la gente a menudo tiene identidades múltiples y cambiantes.

La cuestión de qué es lo que realmente lleva a las personas a comportarse de manera religiosa ha irritado a los filósofos durante milenios. Para mucha gente con creencias religiosas, el miedo a un dios (o dioses) y su ira, parece suficiente para mantenerlos en el buen camino. Del mismo modo, el pecado (una transgresión contra una ley divina) o el miedo al pecado, conduce a comportamientos determinados.

Estas formas de escrupulosidad religiosa (temor a dios y miedo al pecado) están influenciadas por una enorme gama de factores sociales y psicológicos. Pero nuestra reciente investigación sobre la conducta destaca un motivador muy importante y básico que puede estar por detrás de estos dos miedos: la emoción del asco.

El asco puede ser una adaptación evolutiva para protegernos de los gérmenes. maerzkind/Shutterstock

El asco quizás se asocie con mayor frecuencia con los alimentos de sabor repugnante y otras sustancias o personas que pueden transmitir enfermedades. En el centro de la experiencia del asco hay un proceso de protección. Desarrollamos la emoción del asco porque puede protegernos de cosas que podrían dañarnos, como las sustancias que transmiten gérmenes.

La expresión facial de asco, que a menudo implica apretar el labio superior y arrugar la nariz, crea una barrera física que evita la ingesta de contaminantes potenciales. Las arcadas que sentimos cuando ingerimos alimentos podridos o pensamos en comer cosas desagradables son una respuesta preparatoria para facilitar la expulsión de microbios potencialmente dañinos.

El asco en respuesta a ciertos comportamientos no nos protege de los gérmenes, pero puede prevenir una forma psicológica de contaminación. Es poco probable que comer una cucaracha batida o dormir en una cama en la que alguien murió la noche anterior nos dañe físicamente, pero podrían hacer que nos sintamos violados de alguna manera, como si hubiéramos ingerido o tocado algo que simplemente no debíamos.

Esta forma de asco no nos protege físicamente, pero protege del daño psicológico. Este tipo de sensibilidad moral es un moderador importante de nuestro comportamiento. De hecho, la sensibilidad al asco también puede afectar nuestras reacciones ante los comportamientos de otras personas. Podemos sentirnos asqueados cuando otras personas rompen nuestros códigos morales, o incluso tienen prácticas sexuales que desaprobamos.

Miedo a Dios, miedo al pecado

Nuestra investigación muestra que la sensibilidad basada en el asco puede desempeñar un papel importante en la motivación de un comportamiento religioso específico. Descubrimos que la escrupulosidad religiosa puede estar impulsada por la sensibilidad al asco, particularmente los fuertes sentimientos de asco por los gérmenes y las prácticas sexuales, pero, paradójicamente, no por la inmoralidad general.

Realizamos dos estudios a través de Internet. El primero involucró a 523 estudiantes adultos de psicología en una gran universidad del sur de EEUU, y examinó la relación entre el asco y la escrupulosidad religiosa. Este estudio mostró que las personas que sentían un asco particular hacia los gérmenes tenían más probabilidades de expresar temor a Dios. Y aquellos con asco hacia las prácticas sexuales tenían más probabilidades de temer al pecado.

Estos resultados sugirieren que existe un vínculo entre las sensibilidad al asco y los pensamientos y sentimientos religiosos, pero no explican cómo están relacionados. El asco puede influir en el desarrollo de la escrupulosidad religiosa o viceversa, o puede ser una combinación de ambos.

Para seguir investigando este problema, realizamos un segundo estudio con 165 participantes. Este experimento implicó conseguir que algunos encuestados se sintieran asqueados mostrándoles imágenes desagradables relacionadas con gérmenes (vómitos, heces y llagas abiertas).

Comparamos su temor a dios y el miedo al pecado con el de otros participantes que no se sintieron asqueados (a quienes se mostró una silla, una seta y un árbol). Los participantes que vieron las imágenes relacionadas con los gérmenes expresaron un sentimiento de asco mucho mayor y reportaron niveles más extremos de escrupulosidad religiosa en términos de temor al pecado, pero no de Dios.

¿Asco o dogma?

Estos estudios se encuentran entre los primeros en sugerir que la emoción básica del asco puede generar pensamientos y sentimientos religiosos. Nuestros hallazgos sugieren que los procesos emocionales básicos que existen separados de la doctrina religiosa y, en gran parte, fuera del control consciente, pueden ser la base de algunas creencias y comportamientos fundamentales basados ​​en la fe.

Carl Senior, Reader in Behavioural Sciences, Aston University; Patrick Stewart, Associate Professor of Political Science, University of Arkansas y Tom Adams, Assistant Professor, Department of Psychology, University of Kentucky

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Redacción QUO

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