Sendoa Ballesteros Peña, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Quien alguna vez haya acudido a un curso de primeros auxilios se habrá percatado de que los maniquís utilizados para la enseñanza de las maniobras de reanimación son (prácticamente) siempre mujeres. Además de que siempre tienen la misma cara. Lo que la mayoría ignora es que también tienen el mismo nombre: Anne. No es una casualidad
En 2020 se cumple el 60 aniversario de la presentación oficial del maniquí Resusci Anne, un torso de mujer concebido para enseñar y entrenar la técnica de resucitación cardiopulmonar (RCP). Aunque el procedimiento de reanimación cardiopulmonar combinando la realización de masaje cardiaco y ventilaciones boca a boca ha sufrido variaciones desde su concepción por Peter Safar (y James Elam) en 1958 hasta nuestros días, la imagen del maniquí ha permanecido inalterada durante todo este tiempo.
Es más, podemos decir que se ha convertido en una figura internacionalmente conocida en el ámbito de la práctica médica. No en vano con la comercialización de Resusci Anne se inició un nuevo paradigma de enseñanza basado en la simulación clínica y no necesariamente en la práctica sobre paciente real (ya sea vivo o muerto).
Tras la publicación de la descripción inicial de la técnica de reanimación cardiopulmonar, Peter Safar contactó con el fabricante de juguetes noruego Asmund Laerdal con la intención de diseñar un muñeco a escala real y de alta fidelidad con el que poder enseñar y practicar las novedosas maniobras de reanimación. Fruto de esta interacción nació Resusci Anne. Aunque, tal vez, lo más correcto sea decir que así se resucitó a “la desconocida del Sena”…
Cuenta la historia popular que, a finales de la década de 1880, las autoridades parisinas recuperaron del río Sena el cuerpo de inerte de una mujer joven. Por su aspecto, su edad no debía de exceder los 16 años. Y puesto que el cuerpo no revestía signos de violencia, la muerte se atribuyó a un suicidio romántico y el cuerpo fue trasladado a la morgue municipal. Como era costumbre en aquella época, el encargado del mortuorio realizó una máscara funeraria de su rostro y fue expuesta en público, con el objetivo de que alguien pudiera identificar el cadáver.
Si bien jamás se conoció la identidad de la joven, la armonía de los rasgos faciales de su máscara mortuoria prendó a artistas y bohemios, hasta el punto de que durante los años siguientes se realizaron réplicas de la cara de “la desconocida del Sena” que sirvieron como elemento de decoración en talleres y hogares de toda Europa. Cuando, a finales de los años 50, Asmund Laerdal fabricó el maniquí encargado por Peter Safar, utilizó de modelo para poner cara a su muñeca la máscara que decoraba el salón de la casa de sus abuelos. Y así fue como resucitó la imagen (y la historia) de la “desconocida del Sena”.
Resusci Anne fue utilizada masivamente a partir de 1960 en la enseñanza del tratamiento de la parada cardiaca. Desde entonces se ha convertido en un icono de esperanza y vida para millones de personas a lo largo de todo el mundo. Gracias a ella, unos han aprendido a salvar vidas y otros se han beneficiado de sus conocimientos sorteando una muerte prematura.
Aunque posiblemente la historia de la desconocida del Sena sea eso, una historia, resulta especialmente atrayente pensar que la joven que se suicidó (tal vez, por una historia de desamor) se ha convertido, paradójicamente, en la imagen más “besada” de la historia. Millones de labios han unido sus labios a los de Resusci Anne. Por no hablar de la cantidad de corazones que se han revivido gracias a ella.
Sendoa Ballesteros Peña, Enfermero en Osakidetza- Servicio vasco de salud. Profesor asociado a la Facultad de Medicina y Enfermería, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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