Manuel Peinado Lorca, Universidad de Alcalá
Winston Churchill, gran aficionado a empinar el codo, supuestamente dijo una vez, y con razón: «El gin-tonic ha salvado más vidas y cabezas inglesas que todos los médicos del Imperio». Toda una metáfora del globalizado mundo colonial, en el que una bebida genuinamente europea y un brebaje suramericano se unieron en un país asiático para sostener al Imperio británico. El matrimonio entre la ginebra y la tónica se consumó en el Raj británico del siglo XIX.
Las guerras coloniales emprendidas por los británicos durante los siglos XVII y XVIII estuvieron salpicadas de desastres provocados por enfermedades tropicales transmitidas por mosquitos. Tardaron medio siglo en aprender la lección.
Desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX, la Compañía Británica de las Indias Orientales se anexionó a la fuerza grandes áreas de la India. Esta era la “joya de la Corona” y la explotación de sus recursos hizo posible la revolución industrial en el país anglosajón, pero Gran Bretaña tuvo que pagar un precio muy alto. Decenas de nuevas enfermedades diezmaban a invasores, colonos y soldados de piel blanca. La malaria era una de ellas, quizás la peor.
El control británico de la India colonial exigía la capacidad de combatir la enfermedad. En la década de 1840, los soldados y ciudadanos británicos residentes en la India usaban 700 toneladas anuales de corteza en polvo de quinina –un árbol reconocido como antídoto contra la malaria que se probó por primera vez en la condesa de Chinchón–, que era importada desde los dominios españoles en América tropical.
La quinina es amarga, así que para hacer de aquel polvo algo remotamente bebible lo mezclaron con azúcar y agua. Así nació un refresco medicinal, la “Indian Tonic Water”, que todavía sigue apareciendo en las modernas latas de tónica.
Se convirtió en la bebida elegida por los angloindios y mantuvo vivas a las tropas británicas. Permitió a los funcionarios sobrevivir en las insalubres regiones bajas y húmedas de la India, y finalmente hizo posible que una población británica estable prosperase en las colonias tropicales.
Pero faltaba algo. La amargura de la quinina no se frenaba con el azúcar de caña. El valor del soldado no se potenciaba con unas gotas de agua tónica. El alcohol barato era un ingrediente más eficaz para mitigar la amargura e infundir valor. Ideal para sobrellevar las larguísimas campañas bélicas en las colonias británicas. ¿Y si mezclamos el refresco con una ginebra peleona?, debió sugerir algún intendente aficionado al mollate.
La ginebra podía destilarse desde cualquier grano. Empezó a emplearse en Holanda con el nombre holandés “Jenever” y se hizo popular en Gran Bretaña cuando el holandés Guillermo de Orange se convirtió en el rey Guillermo III de Inglaterra. En ese momento ya se producía ginebra en Inglaterra, porque el brebaje había sido descubierto por los marinos británicos cuando apoyaban a Holanda durante la Guerra de Independencia holandesa en 1568 y pudieron comprobar que aquel destilado convertía en jabatos a sus aliados holandeses. Le llamaron “coraje holandés” y se llevaron la receta a su país.
Durante el convulso reinado inglés de Guillermo III y María II que comenzó en 1688, la fabricación de ginebra se convirtió en una herramienta de política económica para proporcionar una alternativa al coñac francés en un momento de conflicto político y religioso entre Gran Bretaña y Francia. Entre 1689 y 1697, el Gobierno aprobó una serie de leyes destinadas a restringir las importaciones de coñac mediante la imposición de fuertes aranceles. Al mismo tiempo, para aumentar la venta de productos nacionales, ofreció beneficios fiscales para ayudar a los súbditos británicos a destilar sus propios licores a partir del “buen cereal inglés”.
La ginebra era más segura que el agua potable (por llamarla así) y diez veces más barata que la cerveza o que cualquier otro refresco, y era inagotable. Como no podía ser menos, se convirtió en el licor de los pobres, que eran una abrumadora mayoría. Al final de los primeros dos años de ejecución de las leyes que favorecían su consumo, la producción nacional de ginebra se disparó hasta más de dos millones de litros al año.
En 1721, las cuentas de impuestos especiales de Inglaterra indicaban que aproximadamente una cuarta parte de los residentes de Londres estaban empleados en la producción de ginebra. Esto equivalía a casi 9,1 millones de litros de producto libre de impuestos al año.
Durante la década siguiente, el consumo de ginebra (permitida a los mayores de 15 años) se duplicaría nuevamente y las ciudades de medio millón de habitantes podrían comprar una copita de ginebra por poco más de un centavo entre una gama de casi 7 000 ginebras distintas.
Así que si algo sobraba en Inglaterra era capacidad para destilar ginebra. Y si los marinos de la Royal Navy tenían derecho a una ración de ron al día, ¿por qué no añadirle ginebra barata al “agua india” para reducir su sabor amargo y, sin duda (aunque no se dijera), por el efecto embriagador que infundía valor a las tropas?
La mezcla con el alcohol fue la excusa para socializar una medicina imprescindible para la supervivencia de la colonia. Cuando los soldados regresaban al Reino Unido y pedían en los clubes el combinado se identificaban como los héroes de oriente, lo que fomentaba su consumo por emulación. Había nacido el combinado por excelencia del imperio Británico y de otro imperio, el de un avispado alemán, Johann Jacob Schweppe (1740-1821).
Schweppe desarrolló un método para carbonatar el agua en la ciudad suiza de Ginebra (toda una premonición) donde fundó la empresa Schweppe’s en 1783. En 1792 se trasladó a la populosa Londres para desarrollar el negocio hasta retirarse en 1798, dejando el negocio abierto a su expansión futura bajo el nombre de J. Schweppe & Co. La expansión internacional llegó alrededor de 1870 cuando apareció la tónica, un agua carbonatada con varios ingredientes, entre otros con quinina.
Era una empresa con buen fario. Cuando quiso implantar su negocio en América, envió al que sería su primer jefe de exportación, Walter James Hawksford, a bordo del Titanic: fue uno de los pasajeros que escapó con vida del naufragio.
En 2012, una de las botellas originales de Schweppes, que Hawksford llevaba consigo y se hundió con el barco, fue encontrada en perfectas condiciones. A partir de entonces se decidió relanzar la primera versión de la botella con el fin de usarse en la línea de tónicas Premium.
La tónica era una bebida directa y original heredera de los ingleses que habían servido (o se habían enriquecido) en la India. Allí tomaban quinina y se acostumbraron a mezclarla con limón y soda. El resultado, solo o mezclado con ginebra, acabó teniendo tanto éxito que lo llevaron consigo de vuelta a Inglaterra y lo convirtieron en la bebida nacional. Había nacido el gin-tonic, un trago “largo, vivo y ligero”, una perfecta compañía tanto para el aperitivo como para la sobremesa o la noche.
Si le agradan los gin-tonics, olvídense del carácter medicinal del combinado moderno. No hay excusa terapéutica que valga. La tónica hace mucho que no lleva la cantidad de quinina original (algunas versiones Premium están volviendo a los orígenes) por los efectos secundarios de su ingesta, y la mayoría de las ginebras, hijas de la química, están a años luz del “London Gin” original: un destilado seco sin edulcorantes, con puro sabor a nebrina obtenida de los enebros menorquines y hecha con aguardiente de cereal.
Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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