Desde hace más de un millón de años, los Homo cuidan de los débiles. Desde las cavernas, pasando por guerras y revoluciones, hasta los hospitales en crisis COVID-19, el cuidado de los otros están en la impronta de los Homo sapiens
Están llegando las vacunas y los primeros en recibirlas son la gente mayor y la más vulnerable. No todo el mundo lo ve adecuado: en una encuesta reciente del CIS una gran parte de los preguntados piensan que en el supuesto de escasez de vacunas se la pondrían antes a un joven con oportunidad de sobrevivir, en segundo lugar a un enfermo y en tercero a un anciano. Sin embargo, son muchos los que piensan que cuidar a los débiles es la piedra angular de una civilización avanzada.
En un número reciente de la revista Enfermería publicaban la vida de una mujer cuyo hermano nació con parálisis cerebral. Nunca supieron exactamente la causa por la que apenas se podía mover ni hablar. Su madre le cuidó toda la vida con ayuda de la mujer que relata la historia y otras hermanas (el padre y el hermano apenas colaboraban). El padre murió y a la madre le dio un ictus. y ahora apenas habla. Así que ella sigue cuidando al hermano y ahora también a su madre: carga a los dos unas 40 veces diarias, les alimenta por sonda y les da sus medicinas. Ella trabaja en un bar y adapta los horarios y el turno con sus hermanas para cuidarles. Y no se pregunta por qué ni para qué, lo hace así desde pequeña.
A lo largo de la historia reciente, y aún hoy, el cuidado ha tenido especialmente nombre de mujer. Nuestra especie no es cazadora, es fundamentalmente una especie social. Y cuidar de los otros es un rasgo que grupos de arqueólogas proponen situar en el primer plano cuando pensamos en nuestros orígenes. Cuidar, fundamentalmente, tiene una base de grupo. Cuidar es cosa de todos.
Los pre neandertales ya cuidaban a los suyos. La historia de Benjamina, la niña pre neandertal de Atapuerca, muestra una comunidad volcada en el cuidado de una joven que por sí sola no hubiera podido sobrevivir. Benjamina, cuyo nombre significa en hebreo “la más querida”, nació con una malformación del cráneo rarísima que se llama craneosinostosis. Y pudo cumplir los 10 años.
La investigadora Ana Gracia Téllez, profesora de la Universidad de Alcalá de Henares, investigadora en Atapuerca, fue quien encontró el cráneo de Benjamina y estudio su caso. Tellez afirma que probablemente nació con trabas psicomotrices y que necesitó más cuidados de los que podían darle solo sus padres en aquella época. Estamos hablando de hace 500.000 mil años, cuando vivían en cuevas y no tenían ni zapatos.
También se puede pensar que el grupo le dio una oportunidad por ser joven, pero ¿cómo sobrevivió entonces el individuo al que pertenecía el cráneo y la mandíbula hallada en Dmanisi?
El paleontólogo David Lordkipanidze, director de las excavaciones del yacimiento de Dmanisi, en la actual Georgia, asegura que este individuo llegó a viejo sin gran parte de su dentadura. En ese momento (hace cerca de 1.800.000 años) no siempre había vegetales para comer en aquél lugar, y tenían que acudir a la carne. Alguien (o mucha gente) tuvo que masticarle a ese anciano la carne.
El comportamiento solidario hacia los ancianos, débiles o enfermos parece enraizado en el Homo de cualquier apellido.
Hay otros fósiles de personas muy ancianas para la época o enfermos que sobrevivieron y no de otro modo sino por los cuidados de un grupo. El comportamiento solidario hacia los ancianos, débiles o enfermos parece enraizado en el Homo de cualquier apellido.
Fernández Dols, catedrático de Psicología Social, explica que nuestra impronta de cuidados está asociada a una característica singular frente a otros animales: “Los recién nacidos humanos tienen un larguísimo periodo de dependencia de sus cuidado”. La infancia humjana es la más larga, así que tenemos que cuidarnos para sobrevivir impepinablemente. Incluso, según un curioso estudio científico, las razones evolutivas por las que las hembras humanas tienen un largo periodo de infertilidad (la menopausia) es la utilidad de las abuelas como cuidadoras.
“Desde un punto de vista biológico el cuidado de los más débiles tiene sentido porque garantiza la supervivencia de nuestros genes. Lo más previsible es cuidar a aquellos con los que tenemos vínculos de parentesco. Pero cuidamos más allá de los nuestros. Entonces entran en juego otros factores sociales y psicológicos: el apego, la empatía y después el sentido de la compasión y la moral, ineludibles y exclusivamente humanos”.
En la antigua Sumeria se encuentran deidades femeninas que velan por el cuidado del cuerpo de los otros y aparecen las figuras de las sacerdotisas que preparaban recetas para combatir el dolor. Son comadronas, geriatras, boticarias y enfermeras que a veces fueron acusadas de brujería.
En el Antiguo Egipto, los ancianos no eran débiles, sino sabios. Llegar a los 50 años era algo tan extraordinario, que a los ancianos se les consideraba más cercanos de los dioses. En Egipto, Amenhotep, hijo de Apu, escribía: “He alcanzado los ochenta años de edad, grande en el favor del rey. Alcanzaré los ciento diez”. También presumía Pepiankh: “Pasé mi existencia hasta los 110 años entre los imakhus vivos en posesión de mis facultades”. Hay que decir que esta cifra era para los egipcios el summun de la perfección, pensaban que era la máxima que podría alcanzar una persona, así que es posible que fuera un farol. Pero también hay reportes de malos tratos.
En el Papiro del Britsh Museum 10052 se cuenta la historia de un anciano que se metió en lo que no le importaba y al que se le dijo: “Oh temblequeante anciano, que mala sea tu edad provecta; si alguien te mata y te arroja al agua, ¿quién se preocupará por ti?”.
Marco Vitruvio, el arquitecto por excelencia del Imperio Romano, habla de la primera residencia de ancianos conocida: “La casa de Creso, destinada por los sardianos a los habitantes de la ciudad que, por su edad avanzada, han adquirido el privilegio de vivir en paz en una comunidad de ancianos a los que llaman Gerusía”. También se llamaba Gerusía el grupo de ancianos que componían en Esparta 28 miembros vitalicios mayores de 60 años. Funcionaban como tribunal superior para los delitos más graves, así que lejos de estar desprotegidos eran ellos los que mandaban. Igual que los viejos varones en Roma, que poseían un poder casi ilimitado como “pater familias”, hasta que Augusto recortó su poderío, aunque tampoco se les segregó.
Del mismo modo que a Benjamina, en Atapuerca, la cuidaron en grupo, pronto existió la conciencia de los cuidados sociales. Casi todas las sociedades consagran e institucionalizan esos factores dándoles rango de norma religiosa, legal o ambas.
Hasta la Alta Edad Media no hay una constancia de cuidados institucionalizados a los enfermos. Las Hosterías u hospitales de monasterios seguían la regla de San Benito, que establece que los hermanos enfermos han de ser cuidados “como si fueran Cristo en persona”. Los monjes enfermos estaban aislados y incluso laicos, como San Cosme y San Damián, dos médicos árabes cristianos que no cobraban a los enfermos. Forman parte de lo que se llama “santos anárgiros”, que eran los que no aceptaban el pago por los cuidados, verdaderos despreciadores del dinero.
“Durante la Edad Media las condiciones de vida de los campesinos eran penosas, pero las personas con discapacidad se integraban con facilidad en la comunidad llevando a cabo tareas menores pero necesarias. Esa situación desapareció con la revolución industrial; la persona con discapacidad no es válida como trabajador industrial, la familia extensa desaparece en las ciudades y la persona con discapacidad se convierte en marginada”, dice Fernández Dols.
Hasta la Revolución francesa no se consideró una obligación social atenderles. La tercera de sus proclamas, la fraternidad, hizo civil lo que hasta entonces se basaba en caridad cristiana. “El pensamiento ilustrado sostenía que cualquier sistema de asistencia pública debería convertir a los pobres en sujetos útiles, leales y productivos”, según la profesora Mari Ángeles Espadas Alcázar, de la Universidad de Jaén.
Así se crearon los hospicios, aunque al principio se parecían más a cárceles. Bernardo Ward en su Obra pia pretende que “sean encerrados en los hospicios a todos los vagabundos que no se busquen una forma honrada de vivir sin que le sea libre salir de ellos”. Se crean hospitales, pósitos, montes de piedad, cofradías y hermandades, y las casas de expósitos donde había cientos de niños abandonados, generalmente considerados “hijos del pecado”. En Madrid se creó en 1788 la Asociación de Señoras de las Cárceles.
Y por qué cuidar. El catedrático de Psicología Social José Miguel Fernández Dols dice que es indiscutiblemente un beneficio social: “cuidar para ser cuidado/ser cuidado para cuidar. Hay mucho debate sobre los orígenes de la motivación para cuidar: un sentido innato de justicia, una tendencia innata a la compasión, una mejora de nuestra autoestima, incluso una sensación de superioridad. También está el apego. Al fin y al cabo, detrás de cualquier cuidado están las muchas formas de amor”. Como le ocurre a la mujer con la que comenzamos este reportaje, que cuenta su historia en la revista Enfermería, quizá la base de todo es que el por qué cuidamos, finalmente, da exactamente igual.
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