Desde el pasado 5 de marzo, los amantes del cine vuelven a disfrutar de las películas en Nueva York. Las salas han vuelto a abrir sus puertas tras casi un año de cierre forzado por culpa del coronavirus. El gobernador Andrew Cuomo definió el momento ‘como el primer día de la vuelta a la normalidad’.
Nueva York, la ciudad más poblada de Estados Unidos, ha sido escenario de 1.760 películas. King Kong, El Padrino, Taxi Driver, Manhattan, Spiderman y un larguísimo etcétera de películas imprescindibles en nuestra cultura tienen como escenario La ciudad que nunca duerme. El cine ha hecho que Central Park, Times Square o la Estatua de la Libertad estén impresas en nuestra retina como si formaran parte de nuestra vida.
Rafa Mingorance, autor del canal de YouTube Diario Vivo Nueva York, cuenta en este vídeo qué ha significado el cine para la ciudad de Nueva York a lo largo de su historia.
Texto de Rafa Mingorance:
Nueva York es uno de los mercados cinematográficos más importantes de Estados Unidos no solo por el consumo de películas, también se trata de la ciudad más filmada del mundo. Desayuno con diamantes, El Padrino, Batman, Sexo en Nueva York, Friends, Seinfeld, la famosa escena del baile del Joker en la escalera (foto superior) está rodada en pleno Bronx.
La lista de series y películas ambientadas y grabadas en Nueva York es muy amplia. Solo en 2011 se rodaron 188 filmes y 23 series de televisión. Incluso el cuerpo de policía y los bomberos disponen de un departamento especializado en asesorar sobre el rodaje de series y películas.
Lo cierto es que el cine estuvo a punto de desaparecer en Estados Unidos al poco tiempo de inventarse.
Thomas Edison no solo creó una bombilla que funcionó durante 48 horas; también patentó el kinetógrafo. Se trataba de un aparato que permitía grabar imágenes en movimiento. Cuando se presentó en 1897, todo el mundo quedó fascinado con la maravilla técnica. Pero el efecto que provocó aquella novedad duró poco. Los neoyorquinos preferían ver las comedias que se representaban en los teatros de toda la ciudad.
Todo eso cambió el 15 de febrero de 1898. En La Habana, el acorazado Maine había saltado por los aires debido a una explosión y fue la excusa que utilizó Estados Unidos para declarar la guerra a España.
De pronto, los neoyorquinos iban en masa al cine alzando victoriosos la bandera y tocando los tambores. Todas las noches se agolpaban en el Eden Musee, ubicado en la calle 23, para ver las películas que llegaban del frente cubano. En tan solo tres meses, el Eden Musee proyectaba 200 películas de guerra. Para satisfacer la demanda, los cineastas se vieron obligados a rodar escenas bélicas que se inventaban.
Utilizaban maquetas y efectos especiales caseros. El público lo sabía y le daba igual. No le importaba que una carga de caballería que había sucedido en la colina de San Juan, se hubiera filmado en Nueva Jersey o que las maquetas de los acorazados españoles explotaran en un tanque de agua de la calle 14.
La gente quería seguir aplaudiendo los combates heroicos que veían en la pantalla. Y así fue hasta que terminó la guerra. España acabó firmando un tratado de paz humillante en París a finales de 1898. En ese momento, Cuba quedó bajo el control de Norteamérica.
A raíz de la guerra, los cineastas de Nueva York se dieron cuenta de que podían inventar historias con la misma facilidad que recreaban las batallas de Cuba. Esa circunstancia marcó el punto de inicio del cine narrativo americano. Un ejemplo de ello fue ‘Asalto y robo a un tren’. Dirigida por Edwin S. Porter en 1903, esta película inició el género del western y se la considera la primera obra de ficción importante del cine estadounidense.
Tenía escenas de batallas con pistolas a bordo de un tren que iba a toda velocidad y, en el momento final, un bandido disparaba al público. El éxito fue extraordinario.
Edison abandonó el negocio del celuloide unos años más tarde. Intentó, sin acierto, monopolizar el cine con reclamaciones de patentes que, al final, obligaron a sus competidores a marcharse a California.
El centro de la producción cinematográfica se trasladó de Nueva York a lo que todos conocemos hoy como Hollywood. En la década de los 40 y los 50 en Manhattan había un gran número de salas, algunas de ellas lujosas y realmente espectaculares.
El declive del cine se inició en los años 60 cuando la población empezó a comprar, de forma masiva, los televisores con mando a distancia. Luego llegaron las salas especializadas en Midtown, pero muchas cerraron en los 80 y los 90.
Dos cines maravillosos dejaron de proyectar películas hace tiempo. El primero se llama Loew’s Paradise y se ubica en el Bronx y el segundo es el Loew’s Valencia y se encuentra en Queens. Ambos tienen una fachada ornamentada de gran belleza y merecen una visita cuando podamos viajar. Las dos salas representan muy bien el esplendor de una época que ya difícilmente volverá.
Ver una película en el cine es un placer personal, pero al mismo tiempo formas parte de una multitud que te acompaña y que también ríe, llora y siente miedo o tristeza delante de la gran pantalla. Esa multitud desconocida comparte contigo las mismas emociones y eso, sin duda, tiene mucho de saludable, sobre todo ahora que nos han obligado a vivir aislados durante tanto tiempo.
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