Hace miles, miles de años, alguien decoró la superficie de las rocas y el interior de grutas y cuevas con los dibujos más extraños de la prehistoria. Los aborígenes las atribuyen a seres extraterrestres
En medio del desierto del Sahara, al sudeste de Argelia, se encuentra un conjunto de rocas rojas y negras que reciben el nombre de Tassili n’Ajjer. En ellas aún quedan rastros de una de las mayores muestras de arte rupestre conocidas en el mundo, con más de 15.000 pinturas prehistóricas realizadas hace al menos siete mil años.
En 1956 el explorador francés Henry Lhote, perplejo por las extrañas figuras antropomorfas de cabezas redondeadas y dimensiones colosales que encontró, las bautizó como “pinturas de tipo extraterrestre” y a una de ellas la llamó ‘el gran rey marciano’. “Esto se popularizó de tal manera que, con el paso del tiempo, no han sido pocos los que han querido ver en estas representaciones la mano de seres que llegaron al desierto desde otros planetas”, escribe Juan Gómez en Las cuevas y sus misterios (Ed. Luciérnaga).
Sin boca y de mirada siniestra
Igual de inquietantes que las pinturas de Tassili son los rostros de la cueva de Kimberley, cerca del río Gleneg, al noroeste de Australia. La zona reúne más de un centenar de pinturas a lo largo de 400.000 km2 (aproximadamente tres veces el tamaño de Inglagerra). Entre las iguras más inquietantes están unos humanoides de gran tamaño que llegan a medir hasta seis metros de altura.
Los aborígenes les llaman los wandjina –así se denomina a estos personajes–, seres mitológicos asociados con la creación del mundo.
Dice la leyenda que fueron los wandjina los que crearon la lluvia y los ríos y construyeron las montañas. También dieron vida a los primeros humanos, y les enseñaron las instrucciones básicas de la vida.
Una vez terminada su labor, unos volvieron a la Vía Láctea y otros se quedaron entre las rocas de esta cueva vigilando cómo evoluciona la raza que ellos crearon. Antes de irse, dejaron grabados sus autorretratos con sus cabezas coronadas con una especie de aureola lumínica. Así narró el expedicionario George Grey en 1838 su descubrimiento: “Parecía que salía de la roca; y me quedé ciertamente sorprendido cuando vi, por primera vez, aquella gigantesca cabeza y la parte superior del cuerpo doblándose, desde la penumbra del abrigo rocoso, hacia mí”.
Amarillismo en el arte rupestre
Hasta aquí, cuentos y leyendas que se extienden de lugar en lugar. “Por puro amarillismo. No hay personas serias haciendo arqueología, hasta donde me consta, que hayan propuesto eso”, asevera María Cruz Berrocal, arqueóloga e investigadora en la Universidad de Constanza (Alemania).
“A veces nos resulta difícil reconocer la creatividad de sociedades diferentes a la nuestra. Igual que en el caso de las pinturas australianas de Kimberley, las figuras tipo Bradshaw, en la misma zona, fueron atribuidas a poblaciones distintas a los aborígenes australianos porque costaba aceptar que los indígenas tuvieran la capacidad de realizar un arte tan sofisticado y de tal calidad artística”
Inés Domingo Sanz, investigadora de la fundación ICREA, opina que “a veces nos resulta difícil reconocer la creatividad de sociedades diferentes a la nuestra. Igual que en el caso de las pinturas australianas de Kimberley, las figuras tipo Bradshaw, en la misma zona, fueron atribuidas a poblaciones distintas a los aborígenes australianos porque costaba aceptar que los indígenas tuvieran la capacidad de realizar un arte tan sofisticado y de tal calidad artística”.
Recuerda también que en las cuevas de Altamira costó aceptar que poblaciones anteriores a nosotros tuvieran la capacidad de comunicarse a través del arte y hacer obras maestras como las de esta cueva. “Parte de nuestro trabajo como arqueólogos”, añade, “es utilizar las evidencias para demostrar las capacidades y habilidades técnicas y artísticas de las poblaciones que estudiamos»
Con respecto a los wandjina y las pinturas de Tas-sili plantea que en ambas regiones existen diversos estilos artísticos que hacen referencia a diversas fases y tradiciones, “pero no tengo ninguna duda de que todas son de origen humano y nada tienen que ver con un origen extraterrestre”.
Esa comunidad ya había domesticado la vaca y poseía una amplia tradición ganadera y agrícola. En aquellos días, el planeta vivía el fin de la última glaciación, y Tassili gozaba de la mejor climatología para los nuestros. Los expertos incluso proponen que fuera esta la cuna de la civilización egipcia. Además de representar numerosos animales, están las extravagantes figuras antropomorfas que muestran al hombre cazador, recolector y temprano agricultor que, además, danza y honra a sus dioses adornado y con vistosos ropajes.
Conocer la cronología de los wandjina y de las pinturas de Tassili nos acercaría a saber quiénes fueron sus autores y cómo vivían, si lo que representan es real o imaginario o si comparten simbología con otras culturas. Pero hay algo que Inés Domingo Sanz ha aprendido en los años que lleva trabajando con poblaciones indígenas en Australia, para las que el arte rupestre todavía conserva su sentido: “Lograr la interpretación de una tradición artística una vez han desaparecido los autores es prácticamente imposible. Una misma figura puede tener múltiples significados. No creo que lleguemos a saber el verdadero significado del arte prehistórico”.
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