Excepcionales atletas españoles de élite han posado para las cámaras de QUO y nos han contado cómo viven, disfrutan, sufren y se superan cada día en cada uno de sus deportes y disciplinas.
«Las olimpiadas son una pasada. Vas por la calle y te encuentras con los mejores atletas del mundo de cualquier deporte. Es impresionante” dice Alejandro Valverde cuando vivió sus cuartos juegos olímpicos. En Río estuvo la élite del atletismo mundial, aquellos que han sabido pasar de ser geniales a erigirse en los mejores. Lo consiguen muy pocos.
La diferencia está en arañar unas décimas de segundo al cronómetro, mejorar la marca aunque sea en un milímetro o resistir más que el rival. Entrenadores, biomecánicos, fisiólogos, psicólogos, nutricionistas y analistas estadísticos trabajan junto a los atletas para conseguir superar los límites, pero, ¿hasta dónde?
Usain Bolt ha realizado las mejores marcas mundiales en 100 y 200 m durante siete años, el keniata David Rudisha mantiene el récord en 800 m desde 2012 y el también keniata Dennis Kimetto corrió un maratón en 2 h 2 min 57 s, una cifra casi imposible de superar según Greg Whyte, de la Universidad Liverpool John Moores. Este especialista en ciencias del deporte sostiene que los seres humanos están a punto de alcanzar el límite.
“Cada día realizo trabajo de pesas durante una hora y media, cinco o seis días por semana, con cien movimientos diferentes. Después, hago ejercicios cardiovasculares suaves, como caminar, durante unos 50 minutos”, explica Mintxo Lasaosa, cuatro veces campeón de España de culturismo.
“Eso me ha permitido pesar ahora 86 kilos, lo mismo que cuando tenía 27 años”. Pero el entrenamiento no lo es todo, según un estudio de la Universidad Case Western Reserve, en Ohio. Los cientos de horas que los deportistas dedican a superar sus marcas apenas representan un 1% en su rendimiento, sostiene la investigación.
“Es necesario para alcanzar un alto nivel de competencia, pero, una vez llegado cierto punto, es casi imposible mejorarlo”, asegura Brooke Macnamara, autora del trabajo. Minimizar la importancia del entrenamiento no es razonable. Al corredor de 3.000 m obstáculos Fernando Carro le ayuda a mantener durante toda una prueba un ritmo de carrera de casi 22 km/h difícilmente igualable. “Durante el invierno hacemos un volumen de kilómetros descomunal”, explica. ¿Asegura su perseverancia la gloria? Carro tiene a su favor otro as personal en la manga.Empezó a correr antes que a andar, cuando solo tenía siete meses de vida.
En la década de los 90 Anders Ericsson, de la Universidad de Florida, popularizó la teoría de las 10.000 horas, una suerte de tratado que dejaba de lado la importancia del talento a favor del entrenamiento. Este psicólogo no sabía que poco después la genética pondría en entredicho unos argumentos creídos con fe ciega por millones de seguidores. De los miles de genes que tiene el ADN humano, más de 200 están asociados con el rendimiento deportivo. “A mí me ha ayudado mucho”, afirma Nani Roma, campeón del rally Dakar tanto en moto como en coche durante varios años. “Mi padre tiene 87 años y está completamente activo. He tenido la suerte de heredar mucho de él. Cuando me hacen un test físico, los médicos me dicen ‘oye, vaya suerte que has tenido con esta genética, tus huesos son durísimos’. Lo decía Per-Olof Åstrand, uno de los padres de la fisiología moderna,“la persona que quiera convertirse en deportista de élite debe elegir con cuidado a sus padres” porque la herencia genética influye en alrededor de un 50% en los individuos”.
Es poco probable que el defensa central de la selección española de hockey sobre hierba, Bosco Pérez-Pla de Alvear, eligiera la familia en la que iba a nacer, pero acertó de pleno. Su tío Jonás Alvear fue olímpico en México y también practican este deporte sus cinco hermanos. Según el preparador físico de la RFEH Xavier Haro Rubio: «Durante un partido internacional, Pérez-Plarecorre entre 5.000 y 9.000 m a velocidades que llegan a superar los 21 km/h y experimenta aceleraciones y frenadas de diferente magnitud. La mayoría de ellas están en torno a los 5-6 G (fuerza gravitatoria de aceleración), pero no es raro que alcance los 8-10 G en momentos de máxima intensidad». A los 16 G durante un minuto un ser humano puede morir.
Lo llaman deportes explosivos y, al igual que en el fútbol sala y el sófbol, se trabaja la recuperación mediante una técnica denominada RSA (Repeated Sprint Ability), es decir, una serie de esprints con apenas unos segundos de descanso entre uno y otro. “Son disciplinas que requieren mucha chispa, velocidad, hay muchos encontronazos”, dice Carlos Ortiz, capitán de la selección española de fútbol sala. “Es muy exigente. Se fuerzan los abductores, las rodillas, los tobillos…” Las pulsaciones están al máximo el 80% del tiempo de partido y es en el banquillo donde realmente recuperan, según Antonio Bores, doctor en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y autor de Fútbol sala: manual de la preparación física.
Los aspectos biométricos y, cómo no, la física, influyen en los resultados. Los tratados deportivos invaden las estanterías de los entrenadores explicando ángulos de ataque, rotaciones, relaciones peso/potencia e inercias. El lanzamiento de martillo es biomecánica pura en manos del atleta Javier Cienfuegos. Sus brazos actúan como una extensión del cable de la bola, el movimiento de sus piernas se coordina con el del giro.“Si te pasas de fuerza o rapidez pierdes velocidad”, dice. En sus manos, el martillo, con un peso de 7.160 g, alcanza una velocidad de 30 m/s –108 km/h– y llega a 76,71 m.
Y cuando Celia Robledo, campeona española de danza sobre hielo, se desliza sobre la pista, lo hace al amparo de las teorías de Newton. Basándose en la ley de conservación del momento angular rota lentamente, con los brazos extendidos. A medida que los acerca al cuerpo, aumenta la velocidad del giro y los despliega nuevamente para frenar el movimiento. Y también Newton es el que permite a Robledo saltar a unos 58 cm del suelo, lo mismo que un jugador de baloncesto, según Rafa Jácome, director de los servicios médicos de la Federación Madrileña de Deportes de Invierno, consultor de fisioterapia de la Federación Española de Deportes de Hielo -FEDH y director de la clínica GlobalPhysio. Cuando contrae los músculos de la pierna para estirarlos súbitamente empujando contra el hielo, se genera una segunda fuerza sobre ella que produce la velocidad vertical. La energía es tan brutal que al caer soporta 357 kg, siete veces su peso, en una sola pierna.
Los impactos fortalecen su masa ósea. Al menos hasta cierto punto. Cuanto más reciben los huesos, más se endurecen. Los boxeadores lo saben. En un combate se lanzan entre 50 y 100 golpes y hay quien, como el estadounidense Paul Williams, campeón del mundo, peso welter, superaron esta cifra. En su faceta actual de entrenador vigila que sus muchachos no sean matones. Y generalmente ningún boxeador lo es. Son solo dos contrincantes buscando el triunfo. El español Youba Sissokho, peso welter, lo confirma. “Me centro en la victoria”, explica, sabiendo que la velocidad de su puño alcanza los 50 km/h y una fuerza bruta de
250 kg, según Carlos Balsalobre, doctor en Ciencias del Deporte. Sissokho tiene un físico impresionante, de esos que acobardan. Lo mismo que quienes practican rugby y halterofilia, disciplinas en las que las masa muscular llega a representar más del 70% del total del peso, frente al 40% de los individuos normales. “No hay un biotipo instaurado en el rugby. Para mí, el cuerpo perfecto sería el de un jugador a Jaime Nava, capitán de la selección.
Para que el músculo sea más visible hay técnicas como la del “secado subcutáneo”, una práctica muy extendida entre los culturistas. Se basa en eliminar el agua retenida en el tejido celular para que la piel se “pegue” al músculo. Debe realizarse bajo supervisión médica y, junto a una reducción progresiva del líquido ingerido, lleva aparejadas otras servidumbres como la disminución del sodio en la dieta y el aporte de diuréticos. El objetivo de los culturistas es el desarrollo del músculo en sí mismo, no la habilidad o la fuerza como sucede en otras disciplinas en las que “el cuerpo ha de ser fuerte, pero ligero, capaz de impulsar hacia arriba y hacia adelante”, según Didac Salas, campeón de España de pértiga en pista cubierta, cuando habla de su deporte. Basa su estrategia en una técnica de doble péndulo, el formado por su cuerpo y la pértiga apoyada sobre el cajetín, y el que se genera cuando está colgado de ella. En el sófbol, sin embargo, las bases son resistencia y velocidad. “Debemos estar muy musculadas para soportar tanto tiempo agachadas”, explican Elizabeth Colmenares y Nuria y Tábata Díaz, jugadoras de esta disciplina que muchos describen como “un beisbol en pequeño” o una especie de “ajedrez en movimiento”.
Pero si hay deportes sufridos, esos son la lucha olímpica y el rugby. En el primero, el cuello es el rey; en el segundo, corpulencia, potencia y velocidad conforman los tres pilares básicos del éxito. Para conseguirlo, los jugadores levantan, como mínimo, 1,25 veces su propio peso en press de banca tumbados sobre su espalda y estirando los brazos hacia arriba–, 1,5 en sentadillas –partiendo de cuclillas– y 1,75 veces su peso en peso muerto. Ejercitan aspectos como la fuerza de la patada para lanzar el balón a distancias superiores a los 50 m, y trabajan la velocidad con el objetivo de lograr correr 100 metros en poco más de 10 segundos. Pasan la mayor parte de su tiempo entrenando. El resto, en la enfermería. “Lo que más duele son los golpes secos en los cuádriceps, también en las costillas, porque tienen poca protección”, se queja Jaime Nava, capitán de la selección española de rugby y una máquina en estado puro: durante el juego llega a desarrollar 2.000 vatios de potencia.
Pero el dolor no detiene a los deportistas de élite. “Aprenden a tolerarlo”, dice Carlos Balsalobre. “Cuando una persona recibe un puñetazo, cae al suelo, pero cuando le han dado cientos de ellos desarrolla mecanismos para soportarlos. Es algo psicológico. Es simplemente que adquieren la habilidad de competir con un cierto grado de sufrimiento”. ¿Cuánto? El hombre lleva preguntándoselo desde la Grecia presocrática. Los primeros estudios científicos datan del siglo XIX, cuando nace la Fisiopatología. Posteriormente, la medicina ha intentado crear escalas de números, palabras y signos para clasificar los diferentes umbrales sin que hasta el momento haya consenso, y menos cuando se habla del deporte de élite, donde el dolor no es limitante. Todavía permanece en la retina de los aficionados la imagen de un Nadal con la mano ensangrentada que seguía luchando por la victoria en el Grand Slam de Australia hace un par de años. “Tenemos que lidiar con el dolor todos los días, forma parte de nuestro entrenamiento”, reconoce Javier Cienfuegos, el mejor lanzador de martillo que ha tenido España. “Los golpes son pasajeros”, apunta el boxeador Youba Sissokho. El ciclista Alejandro Valverde, del equipo Movistar, señala que los cuádriceps duelen como ningún otro músculo, mientras que el rugbista Jaime Nava y el corredor de 3.000 m obstáculos Fernando Carro no saben lo que es tirar la toalla por el dolor, como demostraron en nuestra sesión de fotos: uno la hizo con un dedo roto y el otro con fascitis en un pie.
¿Temeridad, irracionalidad, inconsciencia? Su capacidad de superación es lo que les lleva a traspasar la línea roja. Las hermanas Botas, Sandra y Nadine, campeonas de eslalon de esquí náutico, lo saben. Sobre sus tablas alcanzan los 120 km/h. “A esa velocidad, una caída es terrible”, afirman. También Fátima Gil, del equipo nacional de alpinismo, asume situaciones de riesgo. “La montaña es mi pasión. En ella crezco como deportista y como persona. Me encanta escalar, el vacío, dormir en la pared. Y, sobre todo, la libertad que se respira en grandes espacios”.
Michael Joyner, investigador de la Clínica Mayo, en Minnesota, afirma que los atletas no son capaces de disociar el dolor del resto de sus sensaciones, como otras personas. Se centran en él, lo utilizan para controlar cómo se sienten, para evaluar sus límites a través del ardor de sus músculos o la tensión de sus tendones. El sufrimiento es parte de la información que manejan para sopesar su fortaleza, su aguante. Tesón, desafío, irracionalidad. “Hay algo que te hace seguir”, dice Nani Roma. “He pilotado con una triple fractura en un dedo sin enterarme. ¿Resistencia? No, adrenalina pura”.
Nani Roma tiene 44 años; Jaime Nava, 33; Alejandro Valverde, 36… En todos los deportes hay un momento óptimo que combina la excelencia física, la técnica y la estratégica, pero en la mayoría de ellos ese punto se sitúa entre los veinte y los treinta años. A partir de entonces, hay una pérdida ósea de alrededor de un 0,35 % en los hombres y un 3-5 % en las mujeres, la masa muscular se retrae a un ritmo de un 6 % anual y la altura un centímetro cada década a partir de los 40. Por no hablar de que la velocidad de reacción merma en un 0,03 % anual a partir de los 27 años y el rendimiento aeróbico, es decir, de la cantidad de oxígeno que el cuerpo transporta por kg de peso, desciende un 10 % anual en las personas sin entrenamiento y solo un 5% en los deportistas.
En los de élite, como Fernando Carro, corredor de 3.000 m obstáculos, se sitúa en 80 ml/kg/m frente a los 40 ml/kg/m de alguien desentrenado. Esa es la diferencia. Carro puede correr a una gran velocidad durante tres kilómetros, frente a atletas que no soportarían ni uno solo. ¡Y hacerlo saltando vallas! Para paliar la pérdida energética y aumentar las células que transportan oxígeno, los expertos han encontrado en la cafeína y los preparados ergogénicos unos aliados de excepción. El zumo de remolacha llamó la atención de los especialistas cuando Chris Carver, un corredor británico de 46 años, ganó una ultramaratón en Escocia al correr 238 kilómetros en 24 horas. Solo un año antes, Carver no había sido capaz de superar los 225 km, trece kilómetros menos. Atribuyó su triunfo al hecho de que esta hortaliza nos ayuda a producir dióxido de nitrógeno, que a su vez se transforma en óxido nítrico, un excelente vasodilatador que disminuye el consumo de oxígeno durante el ejercicio. Ahí estaba la explicación. Sin embargo, su contenido proteínico es de apenas 1,56 g por cada 100 g, frente a los 20,87 de una chuleta. La carne no lo es todo en el deporte.
El nueve veces medalla de oro olímpico Carl Lewis es vegetariano. También lo es la multicampeona de tenis Martina Navratilova. Y la patinadora sobre hielo Celia Robledo. “Me hice vegana hace dos años. Olvidé todo lo que era la proteína. Ahora entiendo su importancia. Debo tomar más de la que pensaba mediante soja, nueces, legumbres, espinacas y brócoli… De todas maneras, me suelo poner tan nerviosa que me cuesta probar bocado”, confiesa. Y cuando sale a pista, cuando la victoria está al alcance de la mano… “Si lo haces bien, pero a los jueces no le gusta, no llegas a nada”. Los sentimientos de frustración e impotencia afloran. Michael Jordan falló más de 9.000 tiros a lo largo de su carrera, Serena Williams acaba de rendirse ante Garbiñe Muguruza y el recorrido de Alberto Contador en el Tour ha sido brevísimo. Otros ciclistas, como Alejandro Valverde, explican que “al terminar una competición, hay que rodar sobre la bici estática unos minutos para que los músculos y el ácido láctico que hay entre ellos se liberen”. Con un coeficiente aerodinámico en carrera de 0,8 Cx, frente a los 0,7 Cx de un F1, el ciclista murciano genera en cada pedalada 500 W de potencia. El cuerpo humano apenas posee un dos por ciento de la energía diaria que necesita.
La vía más eficaz para aumentarla es mediante la ingesta de hidratos de carbono, que llegan a suponer alrededor del 50% de la dieta de un deportista de élite. Se distribuyen a lo largo de la jornada en función de la proximidad de una prueba deportiva. “En épocas de competición desayuno bastante bien, no me privo. Tomo cereales, tostadas, zumo de naranja, café… A media mañana, una pieza de fruta y a mediodía, proteínas en forma de carne o pescado, más unos cuantos hidratos para el entrenamiento que tengo por la tarde”, explica Eugenia Bustabad, campeona de España de lucha olímpica en todas las categorías. Llegó a esta disciplina por casualidad, desde el judo, y asegura que no es una práctica tan violenta como parece. “Hay veces que te dan cabezazos o te ponen un ojo morado, pero no es un deporte agresivo”, sostiene. En principio ninguno lo es. Sí tienen todos grandes dosis de disciplina, sacrificio, entrega, dedicación, tesón y sufrimiento, pero, como dice el boxeador español Youba Sissokho, “los golpes son pasajeros, pero la victoria que pueden proporcionar dura toda la vida”.
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