¿Qué hacemos con nuestras fantasías sexuales? ¿Contarlas, intentar hacerlas realidad? En realidad, las fantasías son un fin en sí mismas
¿Piensas en tener sexo en público, hacer un trío con alguien conocido, usar látex o juguetes? Las fantasías sexuales que más aparecen en las encuestas son también las que más se repiten en los medios. Pero ¿qué hacemos con nuestras fantasías?
Si antes las fantasías sexuales eran algo privado, prohibido o vergonzoso, los mensajes que hoy recibimos de nuestro entorno nos animan a convertirlas en realidad, compartirlas con nuestras parejas, e intentar que entren en sintonía con nuestras prácticas sexuales habituales.
Como si la fantasía fuera algo que debemos expulsar de nuestro interior y que se convierta, en la medida de lo posible, en algo habitual en nuestros encuentros eróticos. Como si debiera haber una correspondencia radical entre aquello con lo que fantaseamos y las posibilidades que nos ofrece el mundo material.
Sin embargo, todos estos mensajes, más que ayudar a mantener una vida erótica satisfactoria, tienden a ser una fuente de problemas y confusión.
Para desenredar los líos generados por las fantasías y su puesta en práctica quizá sea necesario concretar de forma concisa a qué nos referimos cuando hablamos de fantasía erótica. La definición más clara la encontramos en la obra de del psicólogo Eric Klinger (1):
“Verbalizaciones de todo proceso mental cuyo producto ideativo no es evaluado por el sujeto en términos de su utilidad para lograr ninguna meta extrínseca al proceso en sí mismo.”
En términos más sencillos, la fantasía no tiene una finalidad. Igual que el ocio y el juego (Krieger la compara con los juegos infantiles) fantasear es una práctica que no tiene otra finalidad que la práctica misma.
Esto distingue las fantasías claramente de otro proceso mental con el que se suele confundir: la planificación. Si estás comprando las cuerdas para que te aten a la cama, ya no es una fantasía, es un plan.
Esta diferenciación es realmente importante para entender el valor de la fantasía erótica. Fantaseamos por fantasear, y planificamos para llevar a cabo prácticas concretas.
Así la fantasía es parte de la intimidad de los sujetos, y no está limitada por la realidad objetiva. No necesita ser posibilista. No pertenece a la esfera de lo literal y materializable, sino que pertenece a la de la metáfora y la alegoría.
Esta confusión entre la fantasía y la planificación hace que las fantasías se vean afectadas por dos grandes problemas culturales de nuestra sociedad: la inmediatez y la progresiva desaparición de nuestra intimidad.
La fantasía forma parte de la autoerótica, es decir, las prácticas eróticas que sirven a las personas para encontrarse consigo mismas. Entre estas prácticas encontramos la masturbación, pero también la autoexploración sensorial o el disfrute de la pornografía, todo ello en solitario.
La fantasía no produce nada consumible inmediatamente. Es fruto de la calma y de la posibilidad de tener tiempo propio a solas, sin prisas. Si por el contrario buscamos la inmediatez, la fantasía queda reducida en muchos casos a estímulo masturbatorio.
Aunque la masturbación es una parte importante de la autoerotica de muchas personas, las fantasías se pueden disfrutar también sin la masturbación. Identificar las fantasías eróticas con la masturbación resta valor a ambas formas de autoerótica. Es un producto de nuestra cultura en la que todo debe ser materialmente productivo, en este caso, un instrumento para el orgasmo.
Lo mismo ocurre con la imposición para compartirla, confesarla y llevarla a cabo. La autoerotica nos permite explorarnos, conocernos y aprender de nosotros mismos; explorar nuestros deseos sin que el juicio ajeno interfiera con ellos, y experimentarlos de la forma más plena posible. No hay necesidad de sacar las fantasías a la luz, como se nos dice continuamente.
Ya en 1973, la autora Nancy Friday(2) alertó sobre esta forma de ver las fantasías de las mujeres:
“La mayoría de la gente piensa que las fantasías sexuales de las mujeres llenan una necesidad, una vacante; que están tomando el lugar de The Real Thing, y como tales surgen no en momentos de plenitud sexual, sino cuando algo falta”.
Los mensajes de los medios en la actualidad hacen que esto se pueda decir de las fantasías de todo el mundo en general. Sin embargo, para la sexología la fantasía sexual es algo bien diferente.
Las fantasías sexuales son una parte central de la autoerótica de las personas, disfrutable y constructiva, que les sirve para encontrarse e intimar consigo mismas, del mismo modo que los encuentros con otras personas les sirven para generar intimidad con ellas.
No es obligatorio materializar las fantasías sexuales. Esto no les da valor sino que se lo resta. Lo que ocurre en ciertas fantasías nunca podría llevarse a cabo en la realidad.
Mantener las fantasías en la esfera de la intimidad hace que se conviertan en una forma de enriquecimiento personal. Fantaseemos por fantasear y disfrutemos de ese espacio de libertad personal que solo se da en esa intimidad, en ese Jardín Secreto como lo denominó Nancy Friday.
REFERENCIAS
1 Klinger, E. Structure and Functions of Fantasy John Wiley and Sons. Hoboken. 1971.
2 Friday, N. My Secret Garden.Trident Press, New York. 1973.
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