Este es un cumpleaños agridulce para Tim Berners-Lee, que creó, justo hace 30 años, la World Wide Web, la primera red informática mundial. Lo celebra lanzando una campaña para salvarla de la difusión de fake news y la influencia de las redes sociales. ¿Qué ha ocurrido en estas tres décadas?

Este joven ingeniero de software, que entonces contaba con 33 años, trabajaba en el centro de cálculo CERN, una organización europea de investigación nuclear, cerca de Ginebra. En 1989 imaginó un sistema de gestión descentralizada de la información, una gran base de datos de hipertexto con enlaces mecanografiados”.

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Un voto de confianza

Su jefe, Bernd Pollerman, consideró la idea, a pesar de que le resultaba vaga, y le dio un tiempo para que desarrollara un diagrama de flujo en un modelo funcional, el lenguaje HTML, las direcciones de URL, la aplicación HTTP y WorldWideWeb.app, el primer navegador web y editor de páginas.

En 1990, el belga Robert Cailliau se unió a Berners-Lee para contribuir a la promoción de su invento, basado en el lenguaje HTML (que permite crear páginas web), el protocolo de intercambio de hipertexto HTTP (que permite a los usuarios pedir y luego recibir una página web) y las direcciones URL. A finales de ese mismo año, Berners-Lee pone en marcha el primer servidor y navegador web del CERN.

Los servidores web externos ya estaban en marcha y aquella propuesta dio lugar a la creación de la World Wide Web, un espacio para que toda la humanidad pudiera compartir ideas y conocimientos que, sin duda, cambió la vida del ser humano.

Cómo se navegaba entonces

Berners-Lee presentó en diciembre de 1990 la primera página web del mundo. En ella el CERN recogía los primeros datos sobre la red, incluyendo una breve descripción de la misma y diversos hipervínculos para explicar en qué consistía el proyecto de Berners-Lee. Los responsables de esta organización celebran el hito rescatando el primer navegador web de la historia, que en realidad era una aplicación creada en 1990 para una máquina NeXT de la sede de esta institución científica. Los usuarios pueden revivir aquellos orígenes de una tecnología modesta pero revolucionaria y hacerse una idea de lo que era navegar hace tres décadas.

CERN

Una placa conmemorativa y un extracto del anuario del CERN recuerdan hoy en su antiguo despacho ese momento histórico. “Tim trabajaba muchísimo, la luz siempre estaba encendida en su despacho”, ha explicado a los medios de comunicación François Flückiger, sucesor de Berners-Lee en la dirección técnica de la web en el CERN cuando este se marchó al instituto MIT, en Estados Unidos, en 1994.

La idea de Berners-Lee era encontrar un sistema para que los miles de científicos repartidos por el mundo pudieran compartir a distancia sus investigaciones. “Desde el principio tuvo presente la dimensión planetaria y enseguida tuvimos la sensación de que se estaba escribiendo la historia”, recuerda Flückiger, quien reconoce que no todos los directivos compartieron entonces su entusiasmo.

En 1993, el CERN puso el programa de la web a disposición pública lo que permitió a todo el mundo usarlo libremente. Un año más tarde, Flückiger decidió sin embargo lanzar una nueva versión del programa, en ‘open source’. Así el CERN conservaba los derechos de autor, pero daba a cada uno el derecho de utilizarlo y modificarlo libremente y sin costes.

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Flückiger, hoy retirado, considera que la web es una de las tres grandes invenciones del siglo XX que configuran la sociedad digital, junto a la tecnología IP y los algoritmos de búsqueda de Google. Al mismo se pregunta si, dado el acoso digital, las fake news, la histerización de las masas o la exhibición de la vida privada, no habremos creado un monstruo sin control que permite que las creencias se impongan al conocimiento.

En enero, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, pidió en el Foro Económico Mundial de Davos una regulación de la web y lamentó que algunos países la utilicen para violar los derechos humanos. La campaña que ahora lanza Berners-Lee para salvar la web incluye la creación en 2019 de un contrato basado en un acceso para todo el mundo y respetando la vida privada. “La web ha sido corrompida por los estafadores y los trolls”, declaraba recientemente en un artículo en el New York Times. Hoy casi 2.000 millones de páginas web en línea se han vuelto indispensables para la humanidad en su búsqueda de información, comunicación, ejecución de tareas y formas de entretenimiento.