Emilio José González González, Universidad Pontificia Comillas
Napoleón dijo que China era un gigante dormido al que había que dejar que siguiera con su sueño porque, cuando despertase, haría temblar al mundo
China despertó en 1978 y el mundo no se echó a temblar. Pero sí observa con creciente preocupación que el gigante asiático se ha decantado por un nacionalismo rampante, con tintes imperialistas.
El espectacular crecimiento económico de China la ha convertido en el mayor competidor de Estados Unidos, que durante más de medio siglo tuvo la hegemonía económica mundial, sin que ningún otro país lograse hacerle sombra.
Ahora, los dos gigantes se enfrentan y cada uno juega sus cartas: frente a los controles chinos a la inversión extranjera a la vez que invierte en terceros países, Estados Unidos ataca con amenazas de prohibición y acusaciones de espionaje industrial.
Estados Unidos ha conseguido un triunfo sobre China con la venta de un porcentaje de TikTok a Oracle y Walmart. Pero la guerra comercial (fría), apenas ha comenzado.
La primera manifestación de ese nacionalismo es el comercio internacional. China ha exportado lo que ha querido donde ha querido sin problemas. Sin embargo, para proteger a sus empresas, sigue limitando las importaciones en contra de las reglas internacionales.
Además, sigue acogiéndose a la cláusula de nación más favorecida. Esta cláusula permite a un país de renta baja mantener aranceles altos mientras sus empresas se desarrollan.
Lo cierto es que China es un país de renta media-alta, según el Banco Mundial. Por tanto, ya no debería seguir restringiendo las importaciones mediante aranceles elevados. No obstante, sigue haciéndolo, pese a las protestas de Estados Unidos y la Unión Europea. Esa desigualdad es una de las causas de la guerra comercial con EE.UU. y de las crecientes diferencias con la UE.
Gracias a esa política, China acumula grandes superávit comerciales año tras año. El enorme volumen de recursos que le aportan lo utiliza, en primer lugar, para comprar empresas en todo el mundo, sobre todo para hacerse con su tecnología. También lo hace para impulsar la expansión de sus multinacionales, como explica Lourdes Casanova, profesora de la Universidad de Cornell, en su libro The Era of Chinese Multinationals: Competing for Global Dominance.
Para realizar esas operaciones, China utiliza sus multinacionales, o su fondo soberano, China Investment Corporation. Según datos del informe Sovereign Wealth Funds 2019 este fondo gestiona un volumen de activos equivalente al 90% del PIB español. Esos recursos proceden del abultado superávit comercial chino.
El gobierno chino, en cambio, no permite que los inversores extranjeros adquieran libremente empresas chinas, especialmente tecnológicas. Tampoco permite que muchas empresas extranjeras operen libremente en su mercado. Solo pueden hacerlo mediante acuerdos con compañías locales a las que, obligatoriamente, tienen que transferir tecnología y conocimiento.
Esta asimetría está generando muchas fricciones con Estados Unidos y Europa. Se vio cuando, en 2016, la empresa china Midea se hizo con la alemana Kuka Robotics, una empresa de vanguardia en robótica.
China, en cambio, trata de bloquear este tipo de operaciones cuando sus intereses se ven afectados. Es el caso de la compra de ARM Holdings por parte de la estadounidense NVidia. Los microprocesadores que fabrica ARM están en el 95% de los dispositivos inteligentes. Unos microprocesadores que China considera estratégicos y, por eso, trata de bloquear la operación.
Luego están los problemas relacionados con el espionaje industrial. En julio pasado, el gobierno estadounidense cerró el consulado chino en Houston, alegando que desde allí se espiaba a empresas que desarrollan y utilizan tecnologías de vanguardia.
Estados Unidos ha instado a los países occidentales a vetar a Huawei en el desarrollo de sus redes 5G, al considerar que sus dispositivos facilitarían el espionaje industrial del gobierno chino.
Ese mismo argumento fue utilizado para amenazar a la tecnológica china ByteDance con prohibir las operaciones de TikTok en EE.UU. En este caso, alegaba cuestiones de seguridad nacional, por el acceso a los datos personales de millones de norteamericanos.
La condición impuesta para levantar el veto fue que ByteDance vendiese a una empresa norteamericana parte de la filial estadounidense de TikTok. En un acuerdo de última hora, se ha cerrado la venta del 20% a Oracle y Walmart con lo que, aparentemente y de momento, queda resuelto el conflicto.
China también utiliza los recursos para intervenir en el mercado de divisas. Se trata de mantener infravalorado el renminbi (el yuan), con el fin de favorecer sus exportaciones al ser los precios más bajos en dólares.
Para ello utiliza el fondo soberano State Administration of Foreign Exchange, dotado con activos por un valor equivalente al 65% del PIB español. De acuerdo con el índice Big Mac, una medida aproximada de la infravaloración o sobrevaloración de una divisa que elabora The Economist, en 2020 el renminbi chino estaría infravalorado respecto al dólar en un 45,7%. Esto facilitaría sus exportaciones a Estados Unidos.
China también invierte en los países en desarrollo para garantizarse el acceso a materias primas y alimentos. Las inversiones se realizan a través de multinacionales chinas o del fondo soberano China Investment Corporation. En la mayoría de los casos emplean mano de obra china en vez de trabajadores locales. De esta forma, esas inversiones apenas ayudan al desarrollo de los países receptores.
Por último, está la iniciativa One Belt, One Road, también conocida como Nueva Ruta de la Seda. China la financia, principalmente, mediante el China Development Bank.
Esta institución concede créditos a los países en desarrollo, tanto en Asia como en el África Subsahariana y Latinoamérica para la construcción de infraestructuras. Se trata, en esencia, de conectar al país con los mercados para los productos chinos de Europa, Asia y África a través de rutas terrestres y marítimas.
La iniciativa ha sido muy cuestionada. El primer ministro malasio, Mahathir Mohamed, llegó a calificarla como una nueva forma de colonialismo. Esa crítica se repite en otras naciones asiáticas y africanas.
El temor que albergan muchos es que esos créditos debiliten la soberanía nacional de los países acreedores. Incluso, temen que abra las puertas a la intervención política y comercial china en esos países, muchos de los cuales tienen dificultades para devolver los préstamos recibidos.
China quiere vender, pero no quiere comprar. Y este nacionalismo económico no gusta en EE.UU. y la UE.
A ello se suma lo que sucede en Hong Kong, o con la minoría uigur en Sinkiang, o con la construcción de islas artificiales en el mar de la China para que los chinos amplíen sus aguas territoriales a costa de sus vecinos, o con el reciente enfrentamiento armado entre tropas chinas e indias en el Himalaya.
El despertar chino no está haciendo temblar al mundo, pero sí que lo está preocupando mucho.
Emilio José González González, Profesor de Economía, Universidad Pontificia Comillas
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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