¿Qué lleva a alguien a querer ser artista? Ya es bastante complicado ganarse la vida con la propia manifestación vital. Pero es que, además, el arte es sufrimiento. Un artista tiene entre el doble y el triple de posibilidades de suicidarse que un empleado normal. Actores, bailarines y escritores en especial.
La relación de los escritores con el suicidio lleva muchos años siendo objeto de estudio. Puede que ocurra porque su arte sea menos efímera que la de los intérpretes. Lo cierto es que parece haber una relación entre el desgarro interior y la habilidad para crear historias. Muchos de los artistas que acabaron consigo mismos sufrían algún tipo de trauma o trastorno que afectaba su vida y su arte.
Incluso las muertes de escritores más repentinas e inesperadas tenían un poso de reflexión y de decisión meditada. Todos ellos dejaron, intencionadamente o no, una nota de suicidio en sus obras. ¿Cómo ese desencanto que marcaba sus vidas derivó en tan trágico final? Lo único que hay que hacer es leer un poco entre líneas.
Cesare Pavese, seducido por la muerte
Palabras, palabras y palabras. Así se puede resumir la vida de Cesare Pavese, que, durante toda su vida, se dedicó a traducir autores clásicos. Se refugió de la muerte de su padre, cuando contaba tan sólo con 6 años de edad, en los libros. Especialmente en la literatura norteamericana, tanto que comenzó a editar sin descanso a escritores como John Steinbeck o Walt Whitman.
Sus devaneos con la política hicieron que entrase en la Resistencia Antifascista italiana. Acabó exiliado, pero esa separación de su tierra natal le sirvió para empezar a publicar sus propios poemas. Reflexiones sobre la mujer, el amor… y la muerte. Esta idea asolaba con especial virulencia los pensamientos de Pavese (“Todos, antes de nacer, ya estábamos muertos”) Entre fracasos amorosos y depresiones por no poder comunicarse con los demás transcurrió la vida de este poeta hasta que se suicidó, con 42 años, ingiriendo un bote de somníferos.
Lo cierto es que ni a amigos ni a conocidos les sorprendió esta decisión, sobre todo porque el último rechazo sufrido le había afectado especialmente. Cesare salió al encuentro de una muerte que siempre le había seducido. Lo debía tener muy claro al decir “Para todos tiene la muerte una mirada./Vendrá la muerte y tendrá tus ojos./Será como dejar un vicio, /como ver en el espejo/resurgir un rostro muerto,/como escuchar unos labios cerrados./Descenderemos al abismo mudos.”
Ernest Hemingway, palabras agotadas
Periodista, trotamundos, premio Nobel, conductor de ambulancia, considerado como uno de los cinco grandes escritores americanos y aún hay quien le considera parte de la generación pérdida. El maestro del minimalismo literario fue una auténtica personalidad, un hombre versátil y brillante.
Y eso que no tuvo una vida especialmente fácil. Vivió en sus propias carnes los horrores de la guerra, fue herido en varias ocasiones, además de asistir impotente al suicidio de cinco miembros de su familia, incluido su padre y sus propios hermanos. Hay quien dice que Hemingway es el auténtico escritor de la vida, precisamente porque escribe sobre la muerte en todas sus formas.
Con apenas 60 años su cuerpo, maltratado por la bebida y las viejas cicatrices, comenzó a debilitarse. Hemingway había sido diagnosticado de hemocromatosis, un mal hereditario. Siguiendo la tradición familiar, acabó con su vida disparándose con una escopeta de caza. Aun a día de hoy, no hay más detalles sobre el por qué de esta radical decisión. Aunque el propio autor nos da una pista en su último libro, El jardín del Edén, que tiene muchos matices autobiográficos, cuando dice “Aquel día, terminó de escribir por la tarde. Había comenzado una frase nada más llegar al despacho, y había conseguido terminarla. La tachó, escribió otra y de nuevo se quedó en blanco. Era incapaz de escribir las palabras que debían seguirla aunque las supiera […] Lo admitía, pero no lo aceptaba. Cerró el cuaderno y lo guardó junto a las hileras de líneas tachadas.” Una auténtica despedida literaria.
Primo Levi, dolor eterno
Probablemente, Primo Levi no naciese con alma de escritor. Hasta el acontecimiento que marcó su vida estaba muy alejado del mundo de las letras, pues era químico. Pero en 1943 fue arrestado por los fascistas italianos (Por pertenecer a la milicia antifascista) y entregado al ejército alemán, que lo enviaría a Auschwitz, concretamente al campo de concentración de Monowitz.
Su trilogía de Auschwitz, que cuenta su propia experiencia autobiográfica, es imprescindible para comprender un poco mejor el holocausto. Escrita con una curiosa mezcla de resignación y esperanza, Primo Levi deja frases tales como “Tarde o temprano en la vida cada uno descubre que la felicidad perfecta es irrealizable, pero pocos son los que nos detenemos a considerar la antítesis: que la infelicidad perfecta es igual de inalcanzable.”
¿Hasta dónde aguanta un hombre roto? Hasta 1987. El año anterior su editorial había publicado Los hundidos y los salvados, una colección de cartas y reflexiones del propio autor, que muestran de forma magistral los mecanismos psicológicos de los prisioneros. Quizá este libro reabriese viejas heridas. Quizá Primo Levi, en sus propias palabras, se diese cuenta de que, aun con un mundo tan distinto, después de tanto tiempo y esfuerzo “el dolor es la única fuerza creada desde la nada, sin costo y sin esfuerzo” Al año siguiente se suicidó tirándose por el hueco de las escaleras. Al final la resignación y el dolor le ganaron la batalla la esperanza.
David Foster Wallace, depresión infernal
David Foster Wallace fue uno de esos escritores tan lúcido como complicado. Posiblemente le viniese de familia, con unos padres catedráticos de filosofía y literatura respectivamente. Estudiante brillante, observador contumaz, pronto se manifestó su talento como escritor al publicar La escoba del sistema. Terminaría siendo uno de los profesores de literatura más destacados de la Universidad de Illinois.
Su obra maestra llegó en 1996 con La broma infinita, una distopía que analiza de forma mordaz a la sociedad posmoderna. Con frases como “La verdad os hará libres. Pero no hasta haber acabado con vosotros” el libro realmente es una reflexión sobre la muerte y el sentido de la vida, pues, para Foster Wallace ¿Qué es esto sino una broma infinita? Todo queda muy reflejado en el personaje del patriarca Incandeza (A quienes se refieren como Él mismo en la novela) que se suicida tras dejar un legado que afecta, aunque sea indirectamente, al resto de personajes.
¿Ficción o premonición? En esta época Foster Wallace ya lidiaba con una gran depresión, y poco a poco fue haciéndose inmune a los antidepresivos. Otros tratamientos tampoco funcionaron, hasta que, finalmente, el genial literato se ahorcó en 2008, poniendo fin a su propia tortura. Como decía en su gran novela “Si a una persona con dolor físico le resulta difícil prestar atención a algo que no sea el dolor, una persona clínicamente deprimida no puede ni siquiera percibir ninguna otra persona o cosa como independiente del dolor universal que la digiera célula a célula. Todo es parte del problema y no hay solución. Es un infierno»
Virginia Woolf, miedo a la locura
La historia familiar de Virginia Woolf fue tan fascinante como decisiva para la escritora modernista. Sus padres se casaron en segundas nupcias, y tuvieron cuatro hijos que sumar a otros tantos retoños de sus primeros matrimonios. La casa familiar era uno de los habituales lugares de reunión de los círculos literarios de la época, pues su padre era editor y biógrafo. Las constantes visitas de Henry James o James Russell tuvieron una decisiva influencia en Virginia, y, unidas a la gran biblioteca, contribuyeron a que aprendiese pronto el valor de la literatura clásica.
Pero no todo fueron buenos momentos.Siendo adolescente, a la prematura muerte de su madre, primero, y de su padre, unos años después, se le sumaron los abusos de sus hermanastros mayores. En esta época, Woolf comenzaba a tener frecuentes períodos de depresión hasta que le fue diagnosticado un trastorno bipolar. Para huir de los problemas, se fue a vivir con sus hermanos legítimos a Bloombsbury. Allí estaría hasta que se casó con 30 años y, diez años después, comenzó paralelamente una relación lésbica que la marcó profundamente. Mantendría ambos amores hasta el final de su vida, pese a sus continuos cambios de humor y depresiones.
No obstante, y pese a ser feliz a su modo, la destrucción de su casa en la Segunda Guerra Mundial y el rechazo de la crítica a su última biografía precipitaron su suicidio en 1941, con 59 años. Virginia vivía con temor de su propia locura, y ya había reflexionado sobre las bondades del suicidio en su famoso libro La señora Dalloway, cuando decía “Aquel joven había arrojado cuanto era. Ellos seguían viviendo (tendría que regresar; las estancias estaban aún atestadas; la gente seguía llegando). Ellos envejecerían. Había una cosa que importaba; una cosa envuelta en parloteo, borrosa, oscurecida en su propio vivir, cotidianamente dejada caer en la corrupción, las mentiras, el parloteo. Esto lo había conservado aquel joven. La muerte era desafío. La muerte era un intento de comunicar, y la gente sentía la imposibilidad de alcanzar el centro que místicamente se les hurtaba; la intimidad separaba; el entusiasmo se desvanecía; una estaba sola. Era como un abrazo, la muerte.”
Stefan Zweig, un gran gesto
El nombre de Stefan Zweig perdió bastante vigencia en la segunda mitad del siglo XX nadie sabe muy bien por qué. Quizá fuese porque los europeos no aceptaban su propia decadencia que el humanista austríaco desglosaba en su novela póstuma autobiográfica, El mundo de ayer.
Claro, que, para un intelectual judío en Austria la situación en los años 40 debía ser difícil ¿Tanto como para quitarse la vida creyendo que el nazismo se extendería por todo el mundo? Eso es lo que dice la versión oficial. Que Zweig se suicidó junto a su esposa para no ver como se extendía el nazismo. En su última nota escribiría “Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra.» Un gesto para la historia. Más cuando había instrucciones de publicar su último manuscrito.
Sin embargo, un análisis de su obra demuestra que Zweig tenía una clara idea del significado del suicidio. En 1922 escribiría en Amok “Desde que la proscrita había tomado la decisión de poner fin a todo, había desaparecido de ella la tensión, la pesadez, la apremiante angustia […] Quería morir de modo heroico, legendario, como las reinas de la antigüedad. Su vida había sido fulgurante: también su muerte debía serlo, debía despertar una vez más la admiración soñolienta de miles. Nadie en París debía sospechar que ella perecía allí entre tormentos, sofocada por la soledad y la impiedad, abrasada por un ansia de poder no satisfecha; quería engañar a todos con una comedia de la muerte.” Que cada uno saque sus conclusiones.
Sylvia Plath, el arte de morir
Desde 2001 se llama “Efecto Sylvia Plath”, en psicología especializada en pensamiento creativo, a la idea que los poetas son más propensos a morir jóvenes que cualquier otro tipo de escritores. Si son mujeres, más aun. Esta idea fue acuñada por James C. Kauffman, que decidió homenajear a la poetisa de esta forma.
Y es que si ha existido un alma torturada a lo largo de la historia, es la de esta autora norteamericana. Una vida marcada por la muerte de su padre cuando tenía 8 años acabó traduciéndose en poemas desgarradores e intentos de suicidio a partes iguales. Una Sylvia Plath incapaz de cumplir sus propias expectativas de perfección utilizaba sus propias experiencias negativas (abortos, infidelidades conyugales) para componer unos versos que iban directos al corazón.
Pero vivir entre dos aguas tan turbulentas era demasiado. Con tan solo 30 años, separada y malviviendo, tomó la decisión de asfixiarse con el gas del horno. Después de haberlo intentado sin éxito por lo menos tres veces, por fin consiguió suicidarse. Al fin y al cabo, la relación de esta autora con la muerte la daba ella misma “Mejor que se desgarre cada fibra, que la ira fluya desatada, la sangre empapada, vívida,[…] mejor eso que quedarme aquí sentada, muda, convulsionándome así bajo las espuelas de los astros, con la mirada perdida, echando pestes, maldiciendo todas y cada una de las veces que nos despedimos, que los trenes partieron arrancando a esta loca, estúpida magnánima de su único reino.” Lo tenía muy claro desde joven “Morir es un arte, como todo. Yo lo hago excepcionalmente bien. Supongo que cabría hablar de vocación”
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