El análisis de casi 2.000 personas que viven en aldeas remotas de Honduras revela quién transmite microorganismos intestinales a quién
Una comida compartida, un beso en la mejilla: estos actos sociales unen a las personas, y también a sus microbiotas. Cuanto más interactúan las personas, más parecida es la composición de sus microorganismos intestinales, aunque no vivan en la misma casa, según demuestra un estudio1.
El estudio también descubrió que la microbiota de una persona no sólo está determinado por sus contactos sociales, sino también por las conexiones de éstos. El trabajo es uno de varios estudios2 que plantean la posibilidad de que las condiciones de salud puedan estar moldeadas por la transmisión de la microbiota entre individuos, no sólo por la dieta y otros factores ambientales que afectan a la flora intestinal.
En la búsqueda de la comprensión de lo que conforma la microbiota de una persona, las interacciones sociales son «definitivamente una pieza del rompecabezas que creo que ha faltado hasta hace poco», afirma la microbióloga Catherine Robinson, de la Universidad de Oregón en Eugene, que no participó en el trabajo. La investigación se publicó en Nature.
Lo mío es tuyo
El estudio tiene sus raíces en una investigación publicada hace casi 20 años que investigaba cómo se propaga la obesidad en las redes sociales. Se sabe que determinados virus y bacterias presentes en la microbiota intestinal modifican el riesgo de obesidad de una persona4, y el científico social Nicholas Christakis se preguntó si los amigos se transmiten estos microbios además de influir en los hábitos alimentarios de los demás. «Era una idea que no podía dejar escapar», afirma Christakis, que trabaja en la Universidad de Yale, en New Haven (Connecticut).
Desde entonces, varias publicaciones han sugerido que las interacciones sociales moldean la microbiota intestinal. Christakis y sus colegas viajaron a la selva de Honduras para enriquecer esta literatura emergente. Allí cartografiaron las relaciones sociales y analizaron los microbiomas de los habitantes de 18 aldeas aisladas, donde las interacciones son principalmente cara a cara y la exposición a alimentos procesados y antibióticos, que pueden alterar la composición de la microbiota, es mínima.
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«Fue una empresa enorme», afirma Christakis, porque el equipo tuvo que instalarse en un lugar remoto y luego enviar las muestras a Estados Unidos para su procesamiento.
Los cónyuges y las personas que viven en la misma casa comparten hasta el 13,9% de las cepas microbianas de sus intestinos, pero incluso las personas que no comparten techo pero pasan habitualmente tiempo libre juntas comparten el 10%, según descubrieron los investigadores. En cambio, las personas que viven en el mismo pueblo pero que no suelen pasar tiempo juntas sólo comparten el 4%. También hay indicios de cadenas de transmisión: los amigos de los amigos comparten más cepas de lo que cabría esperar por azar.
Según la microbióloga Mireia Valles-Colomer, de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona (España), que no participó en el estudio, los resultados contribuyen a profundizar los conocimientos de los científicos sobre lo que conforma la microbiota, en parte porque el equipo analizó subespecies de microbios intestinales. Los contactos sociales pueden compartir las mismas especies microbianas por casualidad, pero es mucho menos probable que compartan las mismas cepas a menos que se las hayan pasado unos a otros.
Repensar la transmisibilidad
Según el biólogo computacional Nicola Segata, de la Universidad de Trento (Italia), investigaciones como ésta «están cambiando por completo nuestra forma de pensar», ya que sugieren que los factores de riesgo de enfermedades relacionadas con la microbiota, como la hipertensión7 y la depresión, podrían transmitirse de una persona a otra a través de sus microbiotas. Segata no participó en el trabajo actual, pero ha trabajado con Valles-Colomer y miembros del equipo de Christakis en investigaciones similares.
En el caso de la depresión, que puede ser difícil de tratar, la combinación de las terapias existentes con tratamientos dirigidos al microbioma podría mejorar la atención, afirma Valles-Colomer.
Pero las personas no deben evitar las interacciones sociales por miedo a «contagiarse» de la microbiota de los demás. Las interacciones sociales pueden propagar componentes de microbiomas sanos y tener otros muchos beneficios. Valles-Colomer afirma: «Los contactos íntimos no son malos para nosotros. Al contrario: ¡son beneficiosos!».
REFERENCIA
Gut microbiome strain-sharing within isolated village social networks