La gran aportación de Denny a la historia de la humanidad fue nacer, y convertirse así en prueba irrefutable de que sus padres se habían liado, aunque papá y mamá nos den bastante igual como individuos, totalmente desconocidos, por otra parte. Lo importante es que cada uno de ellos pertenecía a una especie distinta –ella neandertal, él denisovano– y que, hasta hace algo más de una década, reinaba la convicción de que la evolución humana se había desarrollado sin canas al aire entre sus distintas ramas, por muy cercanas que estuvieran.
Ese mito se rompió cuando aprendimos a extraer ADN de los fósiles y a compararlo con el de poblaciones actuales para ir aprendiendo quién procede de quién, por un lado, y cómo los genomas han ido modificándose para adaptarse a diversos entornos y convertirnos en quienes somos hoy. Los abigarrados códigos genéticos han ido desvelando un pasado movidito: parte de la población actual lleva genes de los desaparecidos denisovanos y neandertales, y algún ejemplar de estos mostró genes de un tatatatarabuelo de aquellos. El impulso procreador había prevalecido claramente sobre la taxonomía, pero no habíamos encontrado ningún híbrido de primera generación. Esto convierte a Denny en “la auténtica aguja en el pajar”, asegura el paleontólogo español Antonio Rosas: “Hallar ese individuo en el registro fósil es una suerte que convierte el hallazgo en algo singular”.
Astillas entre hienas
Rosas no ha participado en el estudio, pero su símil resulta casi literal. En realidad, lo que hemos hallado de Denny, unos 90.000 años después de su muerte, es apenas una astilla de hueso, extraída en 2012 por paleontólogos rusos de la cueva Denisova, un yacimiento de fósiles al sur de Siberia. Hay que tener en cuenta que los 270 m2 de la caverna de los montes Altái han ofrecido desde 1980 más de 130.000 huesos, muchos de ellos de animales y en gran parte triturados y digeridos por hienas. De ahí lo extraordinario de que el fragmento etiquetado como Denisova 11 encontrara su camino hasta Leipzig (Alemania), donde la paleogenetista Viviane Slon, del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva (MPIEA), extrajo su ADN, lo analizó y decidió que se había equivocado. Hasta seis veces repitió la extracción y secuenciación antes de dar crédito a sus resultados: había encontrado la prueba directa de una hibridación.
A partir de ese momento, había que sacar hasta el último ápice de información de ese hueso. Junto a un grupo dirigido por Svante Pääbo, codirector del departamento de Slon y pionero de la paleogenética, consiguió los detalles que publicaron en Nature en agosto. Denisova 11 se convirtió en celebridad prehistórica con el entrañable apelativo de Denny. Porque se trataba de una niña (eso dicen sus cromosomas sexuales) que falleció con al menos 13 años (eso dice la densidad ósea). Hasta ahí sus detalles personales. El resto de la información atañe a quienes la engendraron.
Dos híbridos en casa
El ADN de las mitocondrias –los corpúsculos que nutren de energía a las células– solo se hereda de la madre. En este caso reveló que Denny había tenido una madre neandertal. La parte denisovana que podía contemplarse en el resto del genoma debía de corresponder, por tanto, al padre. Para averiguarlo, los investigadores tuvieron que comparar las secuencias genéticas de esta criatura con las de otros tres individuos de la gran familia Homo: un neandertal y otro denisovano –ambos hallados en la misma cueva– y un humano actual de la etnia de cazadores recolectores mbuti, que viven en la República Democrática del Congo. ¿Por qué alguien hoy vivo?: para contar con un genoma sin las mezclas genéticas a las que se sometieron nuestros ancestros tras salir de África. Solo con las características de los humanos modernos.
El contraste entre y unos y otros descartó una posibilidad: que el cóctel en el ADN de la niña se debiera a que sus dos progenitores fueran ya híbridos. Y se encontraron con la sorpresa de que, aunque el padre era mayoritariamente denisovano, un antepasado suyo –de entre 300 y 600 generaciones antes– también había tenido un progenitor (o progenitora) neandertal. Así pues, Denny prueba dos eventos distintos de mezcla.
Pero ¿podrían sus padres haber estado emparentados ente sí vía neandertal? Seguramente no, porque su madre está genéticamente más cerca de un especimen encontrado en una cueva de Croacia que vivió hace unos 55.000 años que de otro neandertal que habitó Denisova hace 120.000, cuyos restos yacieron a menos de un metro de los de la híbrida. Algo que no resulta raro, teniendo en cuenta las frecuentes idas y venidas de los neandertales por Eurasia. Según explican Slon y sus colegas, pudo ocurrir que la madre de Denny procediera de alguna población que había llegado a Siberia desde Centroeuropa. O que algunos de los descendientes de estos grupos hicieran después de la época de Denny el camino de regreso a Europa.
En el estudio se afirma que “los neandertales y denisovanos se habían separado hace más de 390.000 años”. Pero hasta su desaparición hace unos 40.000 tuvieron repetidas ocasiones de encontrarse, incluso en un mundo escasísimamente poblado, en el que, a juzgar por los restos encontrados, los neandertales se asentaron predominantemente en Europa, y los denisovanos prefirieron la ruta asiática. Pero ¿quién era esta gente?
Denisova es cosa de niñas
Pues es el primer grupo humano identificado por sus genes y no por su anatomía. Hasta ellos, se encontraban restos fósiles, y las características de cráneo, dientes, pelvis, manos o pies revelaban si la especie ya estaba científicamente descrita o no. Las técnicas de secuenciación de ADN antiguo hicieron posible un nuevo método de descubrimiento. Sus hallazgos se realizan en los laboratorios y se van refrendando a posteriori con el registro fósil.
Así ocurrió cuando en el Max Planck de Leipzig extrajeron el ADN mitocondrial de tres molares y un diminuto fragmento de meñique desenterrados de la galería este de Denisova en 2008. Dos años más tarde, Pääbo, su compañero Johannes Krause y Terry Brown, de la Universidad de Mánchester (Reino Unido), anunciaban en Nature que pertenecían a una especie humana desconocida, que debió de salir de África hace aproximadamente un millón de años. Cada resto pertenecía a un individuo distinto, y el del meñique –destacado en el estudio– a una criatura de entre 5 y 7 años.
Los interrogantes que abría el anuncio empezaron a responderse gracias a 10 mg de ADN nuclear (más completo que el mitocondrial) del meñique y a una nueva técnica de secuenciación desarrollada por Mathias Meyer. Con ella se supo no solo que la pequeña denisovana fue niña. También que tuvo ojos, cabello y piel oscuros. Era la primera aproximación al aspecto de su especie. Se afinó la datación para confirmar que, si ella y uno de los portadores de las muelas vivieron hace más de 50.000 años, los otros ocuparon la transitada cueva 65.000 antes.
También quedó claro que no se habían reproducido únicamente dentro de los límites de su grupo humano. Por dos indicios: por un lado, su genoma contenía vagos restos de neandertal, que indicaban que “se habían mezclado con esta especie al menos una vez”, dice el artículo, lo que convertía ya a Denny en una realidad anunciada. Por otro, al compararlos con personas vivas para establecer sus diferencias genéticas se toparon también con similitudes. Hasta el 3% de los actuales habitantes de Papúa Nueva Guinea –en Oceanía– y una proporción menor de chinos de las etnias han y dai tienen genes denisovanos. Por tanto, los llamados ‘humanos modernos’ que salieron de África –y que darían lugar al Homo sapiens sapiens que hoy puebla el planeta– también tuvieron sus escarceos con el pueblo de Denny.
¿Especies parecidas?
El hecho de que esos apareamientos tuvieran descendencia pone en duda la tradicional idea de que dos especies distintas no pueden procrear. Además de que se ha comprobado que lo hacen si son lo suficientemente cercanas, aún no está claro el grado de diferenciación de los denisovanos respecto a otros parientes. “Tenemos aún muy poca información sobre ellos”, previene Antonio Rosas. “No conocemos su anatomía. Sabemos que son genéticamente distintos y que esa diferencia es fundamental, pero nadie tiene por ahora una respuesta sobre si ya se había producido un proceso de especiación o si son dos linajes de la misma. No hay un criterio sólido”.
El director de paleoantropología del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC) apunta a un síntoma de esta indefinición. El grupo carece aún de denominación científica, ya que el nombre derivado de la cueva tiene carácter popular.Tampoco podemos hacernos aún una idea sobre su grado de evolución cognitiva o sus destrezas. Es cierto que en la gruta de la Siberia rusa han aparecido numerosos restos de herramientas y artefactos, pero resulta complejísimo saber si sus autores fueron neandertales, humanos modernos –de los que también se han hallado allí fósiles– o denisovanos.
Genes para el frío
En cualquier caso, la herencia involuntaria que dejaron sigue teniendo sus repercusiones. En 2014, Rasmus Nielsen, de la Universidad de California en Berkeley (EEUU), descubrió que los tibetanos deberían estarles especialmente agradecidos. Una rara variante del gen EPAS1, que procede de ellos, les permite soportar los bajos niveles de oxígeno de las grandes altitudes que habitan. Probablemente a los denisovanos les sirviera para soportar las frías alturas siberianas, y ahora la portan el 90% de habitantes de Tíbet –ha desaparecido en los grupos que emigraron a regiones más bajas– y los chinos de la etnia han que comparten con ellos un ancestro reciente. Menos evidente resulta la utililidad de su legado a sus descendientes de Papúa Nueva Guinea: un agudísimo sentido del oído.
Otra variante genética que puede ayudarnos está presente en parte de la población europea analizada por Janet Kelso, de nuevo del MPIEA de Leipzig, en 2016. Se da en un gen cuyas proteínas nos ayudan a detectar agentes patógenos y a activar la respuesta inmune, por lo que podría tener que ver con la defensa ante enfermedades a las que ellos ya se hubieran adaptado.
La mezcla genética puede ayudar a conquistar nuevos territorios: al adquirir variantes genéticas de poblaciones ya adaptadas a un entorno, otra población recién llegada adquiere herramientas biológicas de superviencia mucho más rápido que si ha de esperar a que la selección natural vaya ayudándola a golpe de mutación beneficiosa. Este fenómeno, conocido como ‘introgresión adaptativa’, pudo darse en los híbridos de los denisovanos y sus herederos.
Pero siempre “hay una de cal y otra de arena”, asegura Rosas. “Habría combinaciones de descendencia que no fueran viables, o lo fueran mucho menos”. El genetista de Harvard David Reich publicó en Current Biology un estudio sobre herencia neandertal y denisovana en personas de hoy. También habla de los genes que no se transmitieron, porque seguramente habrían acarreado problemas de supervivencia y adaptación a sus portadores. “Hubo una selección negativa para eliminar sistemáticamente la ascendencia de los humanos modernos que podía haber resultado problemática”, afirmaron.
Y la selección natural debe de haber estado ocupada en los últimos cientos de miles de años, porque las evidencias de cruces van acumulándose.
Especies fantasma
El primero que conocimos fue el de un humano moderno (bautizado como Oase 1), con un tatarabuelo neandertal –entre cuatro y seis generaciones anterior– que debió de vivir hace unos 60.000 años en la actual Croacia.
Y, además de los mencionados apareamientos de los denisovanos con neandertales y humanos modernos, también sabemos que probablemente también tuvieron descendencia “con un hominino arcaico que se separó de los ancestros de los humanos modernos hace más de un millón de años”, según recuerdan Slon y Pääbo en su artículo sobre Denny. Se trata de una de las llamadas ‘especies fantasma’, porque deducimos su existencia al estudiar los fósiles de otras, pero no hemos descubierto restos suyos. Esta podría haber derivado del Homo erectus y haber dejado África varios millones de años atrás para terminar por instalarse en Indonesia hace unos 100.000 años. Incluso podrían haber sido parientes de los Homo floresiensis, más conocidos como ‘hobbits indonesios’. Habrían estado en esa zona hasta hace unos 100.000 años.
Considerando que hemos hallado relativamente pocos individuos de esos grupos que coincidieron en el tiempo, que solo se ha extraído ADN de un puñado y que aun así ya hemos detectado varios casos de hibridación, Svante Pääbo asegura que “puede que los neandertales y denisovanos no tuvieran muchas ocasiones de encontrarse, pero cuando lo hacían debieron de aparearse con frecuencia. Con mucha más de la que pensábamos hasta ahora”. Algo que, al fin y al cabo, tiene toda su naturalidad.