Uno de los muchos desafíos en la lucha contra la adicción al alcohol y otros trastornos por abuso de sustancias es el riesgo de recaída, incluso después de posibles progresos hacia la recuperación. Hasta las moscas de la fruta anhelan el alcohol, y debido a que las señales moleculares involucradas en la formación de los recuerdos de recompensa de las moscas son muy parecidas a las de los humanos, son un buen modelo para este tipo de investigaciones.
Ahora, un nuevo estudio centrado en estos insectos ha descubierto que el alcohol secuestra esta vía de formación de memoria y cambia las proteínas expresadas en las neuronas, creando la necesidad de más alcohol. De hecho, bastan solo unos tragos para cambiar el modo en el que se forman los recuerdos a nivel molecular fundamental.
Los hallazgos fueron publicados en Neuron.
El equipo de científicos, liderado por Karla Kaun, ha descubierto las vías de señalización molecular y los cambios en la expresión genética involucrados en la creación y el mantenimiento de recuerdos de recompensa.
“Una de las cosas que queremos entender es por qué las sustancias que generan adicción pueden producir recuerdos realmente gratificantes cuando en realidad son neurotoxinas – explica Kaun en un comunicado – . Todas las sustancias de abuso (alcohol, opiáceos, cocaína, metanfetamina) tienen efectos secundarios adversos: provocan náuseas y resaca en las personas, ¿por qué las encontramos tan gratificantes entonces? ¿Por qué recordamos las cosas buenas de ellas y no lo malo? Estamos tratando de entender a nivel molecular que le están haciendo a nuestra memoria las sustancias adictivas y por qué provocan antojos”.
Una vez que los investigadores comprenden qué moléculas cambian cuando se forman los antojos, pueden descubrir cómo ayudar a los alcohólicos y adictos a recuperarse al disminuir la duración o la intensidad de los recuerdos.
Se sabe que el receptor similar a la dopamina-2 está involucrado en la codificación de si una memoria es agradable o aversiva, señalan los autores y el alcohol altera esta vía de memoria conservada para formar antojos.
Lo que sucede con el alcohol es que este no activa o desactiva al gen receptor de la dopamina, sino que tiene un efecto más sutil: cambia la versión de la proteína producida.
“No sabemos cuáles son las consecuencias biológicas de ese pequeño cambio – concluye Kaun –, pero uno de los hallazgos importantes de este estudio es que los científicos deben observar no solo qué genes están siendo activados y desactivados, sino qué formas de cada gen se afectan”.