Desde su puesto como Científico Titular del Instituto Geológico y Minero de España, en su Valencia natal, Enrique Peñalver (miembro de la Selección Española de Ciencia 2018) mira al pasado, al suelo y a lo que los demás llamamos bichos. Con una pasión de paleontólogo que no encendió un dinosaurio, sino el fósil de un caracol marino. El interés y el estudio le llevaron a especializarse en el ámbar, esa cárcel de resina sólida que él escudriña en busca de insectos extintos. En una pieza extraída de El Soplao (Cantabria) identificó una de las grandes joyas de su carrera: la garrapata más antigua que se conoce. Tras cerciorarse de que llevaba allí 105 millones de años, Peñalver quiere arrancarle toda la información posible sobre el entorno en el que vivió, mucho antes de que los humanos hubiésemos empezado a perfilarnos. Estos parásitos que cualquiera rehuiría le sirven incluso para seguirles la pista a los dinosaurios.

P: ¿De dónde viene el interés por la paleontología?

R: La pasión, más bien pasión. Desde muy pequeñito. Siempre me ha gustado mucho la naturaleza. Cuando era niño, mi tía Pilar estudiaba biológicas. La llevaron al campo y cogió un braquíopodo, un invertebrado marino fósil del mesozoico. Y yo recuerdo que estaba en casa de mi abuela cuando me lo puso en la mano y me dijo: “mira, esto tiene millones de años”. Entonces se produjo, no sé, como una tormenta mental y yo me quedé fascinado… Millones de años. Si lo piensas, da vértigo. Así empezó esto y, fíjate, que no fueron los dinosaurios, porque entonces tampoco se hablaba tanto de ellos.

A las cucarachas no las puedo ni ver. Es algo cultural

P: ¿Recuerdas contárselo a alguien?

P: Sí, seguro, a todo el mundo. Porque entonces yo quería buscar fósiles por todas partes. Veraneábamos en La Eliana, cerca de Valencia, donde hay unos estratos marinos del Mioceno y, cuando iba con mis amigos a coger lagartijas, yo me pasaba horas rascando la roca. De vez en cuando, me salía como una almejita en tres dimensiones y eso era… Tenía toda una caja de puros con sus compartimentos llenos de mis tesoros.

P: ¿Y después?

R: Ya en el bachillerato miraba todas las revistas de ciencia y de todo lo que hablaba de fósiles me hacía una fotocopia. Después hice biológicas y fue apasionante.

P: ¿Y cómo te fuiste escorando hacia la especialidad que tienes hoy?

R: Yo quería estudiar animales fósiles y me gustaban mucho los insectos. En Rubielos de Mora (Teruel), hay una roca laminada que hace 19 millones de años fue un lago. Cuando abres la roca con un cuchillo salen salamandras, hojas, insectos,… Encontré algunos perfectamente fosilizados sobre los que hice el doctorado.

P: Entonces llegaste a donde estás ahora a través de los insectos, ¿qué te interesa de ellos?

R: Su diversidad, su papel absolutamente capital en los ecosistemas terrestres y que están continuamente con nosotros, aunque no los veamos. Si ahora te vas a hacer un picnic al campo, estarán ahí las hormigas fastidiándote el picnic. Pues el ámbar de España que yo estudio se originó justo antes de que aparecieran las hormigas. Nunca vamos a encontrarlas ahí, porque nacieron unos pocos millones de años después. Los insectos que encuentro en ese ámbar –y son muchos– existieron antes de que apareciera un grupo tan importante.

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P: ¿Hay alguno que no te guste?

R: Las cucarachas. Soy paleoentomólogo, pero no las puedo ni ver. Es una cosa cultural.

P: ¿Qué insectos te llamaron primero la atención?

R: Pues los dípteros, es decir, las moscas y los mosquitos. Porque en paleontología siempre los encuentras.

P: Pero esos con los que tú trabajas ¿siguen existiendo?

R: No, los que yo encuentro son especies nuevas y ya extinguidas.

P: Háblame de algún bicho que te haya sorprendido especialmente.

R: Me impactaron mucho unos insectos pequeños en ámbar de Álava que estaban cubiertos de polen. Tenían unos 105 millones de años, que es cuando las plantas con flores empezaban a estar presentes en los ecosistemas terrestres y los bosques. Esos insectos ya estaban polinizando árboles como pinos o araucarias, sin flores. Estábamos viendo una prefase de lo que iba a ocurrir luego, que iba ser una explosión en la evolución de la vida. La polinización de las plantas con flor se considera uno de los hitos de la evolución. Y nosotros veíamos el momento anterior, un primer paso a lo que vendría después, y nunca se había encontrado eso.

Las garrapatas son fascinantes, pero lo mejor es su estrategia evolutiva de alimentarse de sangre

P: ¿Cómo se pasa de ahí a las garrapatas?

R: Ocurrió lo siguiente: la pieza que he traído para mostraros, del yacimiento cántabro de El Soplao, está llena de insectos. Para identificarlos con la lupa, estaba yo en la Universidad Complutense y, de repente, digo: esto es una garrapata. Pequeñita, pero indiscutible. Tiene una forma muy determinada que no tiene ningún otro tipo de artrópodo. Y, aunque no tengo en la cabeza el registro fósil de los arácnidos, pensé: esta va a ser la garrapata más antigua que se conoce.

P: ¿Así, directamente?

R: Sí, Sí. Porque yo sabía que se habían encontrado garrapatas en ámbar de hacía 99 millones de años. Nosotros estábamos en 105. Es decir, 6 millones de años antes. Nos interesamos mucho por ella y fuimos a un congreso en Edimburgo, donde un norteamericano presentaba unas garrapatas muy raras en ámbar de Birmania de 99 millones de años. Accedió a colaborar con nosotros e hicimos la investigación.

P: ¿ Y tú me puedes hablar bien de las garrapatas?

R: Yo te puedo hablar bien. Te puedo decir que son fascinantes cuando las ves con todo detalle al microscopio electrónico. De estas fósiles hicimos un CT escáner y obtuvimos imágenes en tres dimensiones que podíamos rotar, abrir, etcétera. Pero el aspecto más interesante es el evolutivo. Piensa en su estrategia: para alimentarse, ellas tienen que acercarse a un vertebrado sin que este las detecte o se las pueda quitar. Tienen que chupar la mayor cantidad de sangre posible y luego desprenderse para reproducirse, ya cargadas de proteínas. ¿Por qué eligen la sangre? Porque así te alimentas de un animal sin matarlo y le estás quitando lo que más fácilmente vas a poder incorporar. Las garrapatas, como los mosquitos, afinan tanto que te perforan la piel sin que tu sistema nervioso lo acuse, porque te están inoculando saliva con analgésicos. Una garrapata puede estar así días y días.

(Ve mi expresión de asco-estupor…)

Sí, es un poco monstruoso. Tiene la fascinación del monstruo, del criminal. Pero el proceso es una coevolución, lo que llamamos una carrera armamentística. El animal se va refinando para no ser parasitado y los parásitos para parasitarlo, en una especie de danza evolutiva.

Crear un dinosaurio de la sangre de un mosquito en ámbar, como en Jurassic Park, nunca sería posible

P: Y al ámbar ¿Cómo llegas?

R: Yo estaba estudiando los insectos lacustres que te mencioné, aquí en Madrid. Un día, en el autobús a la Complutense, un colega me contó que había aparecido en Álava un yacimiento de ámbar con insectos dentro. Del Mesozoico, del Cretácico. Y yo le dije: “¿me estás tomando el pelo?”. Entonces, cuando hablábamos de ámbar, hablábamos del ámbar del Báltico, de la República Dominicana. Me junte con el grupo que empezó estudiar el de Álava y prácticamente abandoné lo demás.

P: ¿Qué tiene el ámbar? ¿es lo que mejor conserva los fósiles?

R: Sí, se les llama yacimientos de conservación excepcional. Algunos de esos insectos de 105 millones de años parece que estaban volando ayer. Están perfectos, aunque huecos por dentro. A veces, tienen haces musculares momificados, con estructura celular y todo. Sobre todo los de República Dominicana se conservan muy bien.

Según Enrique Peñalver, crear un dinosaurio de la sangre de un mosquito en ámbar, como en Jurassic Park, nunca sería posible.
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P: ¿Qué diferencia hay entre un ámbar y otro?

R: Muchas. La edad –que puede ir de 20 a 105 millones de años, el contenido, porque los ecosistemas de entonces eran muy diferentes, o la conservación. En ámbares más recientes suele ser mucho mejor. El más antiguo tiene fracturas por compresión, o la profundidad puede haberlo sometido a un calentamiento que lo enrojece. Los más antiguos con insectos, de más de 200 millones de años, aparecieron en Italia. Pero el primero con muchos insectos y mucha información es del Líbano, de 120 millones de años. Y la planta que lo produce también es importante.

P: ¿Hay criterios para buscar un yacimiento?

R: Yo, por ejemplo, en España ya tengo el ojo entrenado y algunos yacimientos los he descubierto desde el coche, en los cortes de carretera. Lo que nosotros buscamos y excavamos son bolsadas. Se producen en un lugar donde un río baja cargado de ramitas, hojas, resina… y, por alguna razón, se acumulan en un sitio, como en una bolsa. En El Soplao y en San Just, en Teruel, hay una abundancia tremenda. Estás picando y aparece una pieza, otra, otra…

P: Eso supone trabajo ¿para cuánto tiempo?

R: Bueno… Yo sé que en El Soplao – el yacimiento del Cretácico más importante de Europa– tienen sacos de ámbar. Pero tiene que someterse a una preparación muy técnica, muy costosa. Lo hacen poco a poco y, según van preparando, vamos descubriendo y estudiando cosas nuevas.

P: Lo del Jurassic Park ¿sería posible alguna vez?

R: No.

P: ¿Por qué?

R: Por muchas razones. Primero porque se ha visto que los supuestos fragmentos de ADN hallados en ámbar de esa época son contaminación de material genético actual; las bacterias se meten por todas partes. Además, se ha comprobado que, en condiciones ideales, el ADN no podría sobrevivir más de un millón de años. Si en los mamuts, que están congelados, ya está muy dañado, imagínate en ámbar de 105 millones de años. Y no estamos hablando del Jurásico, que es más antiguo, sino del Cretácico. En realidad, la película se tenía que haber llamado Parque Cretácico, porque en el jurásico hay muy poco ámbar y nunca se han encontrado insectos en él. Eso es una licencia de Michael Clayton cuando escribió la novela, yo creo que también porque los dinosaurios del Jurásico eran más monos.

P: Y, ¿en el caso de que hubiera habido un insecto, un mosquito?

R: Nosotros tenemos mosquitos con el abdomen hinchado porque estuvo lleno de sangre. Los estamos investigando, pero vamos lentamente, porque hay que estar seguros de que los posibles residuos no vienen de contaminación externa, por ejemplo, hierro procedente de la misma roca que contiene el ámbar. De no ser así, tenemos a los insectos que picaron a los dinosaurios y a los mamíferos.

P: ¿Esos de dónde y de qué época son?

R: De aquí de España, del Cretácico. Ahora, no estamos para nada esperanzados de que pueda haber ahí ADN. El proceso para detectar ADN antiguo y luego hacer copias es una cosa tremenda. No sé si conoces las investigaciones de Pääbo. A no ser que él se interesara por esto, yo creo que es una investigación abocada al fracaso. Porque realmente el ADN es una macromolécula muy inestable. Claro, dentro de las células esta de maravilla, pero, una vez que los sacas de ahí, se viene abajo como un castillo de naipes. Querer hallar ADN en un mosquito de hace 105 millones de años en ámbar es como pretender que un castillo de naipes se haya mantenido sin derrumbarse durante tanto tiempo.

P: Vi que estuviste en Madagascar porque habías pensado que igual hay cosas en el ámbar que no son tan estupendas como se pensaba. Cuéntame algo de esto.

R: Lo que nosotros nos planteamos fue: de todos los actores e interacciones de un ecosistema ¿qué nos muestra el ámbar? ¿Nos da una muestra general o hay cosas que sobrerrepresenta y otras que obvia? Para averiguarlo fuimos a Madagascar y buscamos en árboles que producen mucha resina, los mismos que originaron el ámbar de República Dominicana. Pusimos trampas pegajosas en los árboles y comparamos lo que quedaba atrapado ahí, con lo que había en la resina. Tras un análisis muy laborioso nos dimos cuenta es de que el ámbar y la resina nos engañan.

P: ¿Cómo?

P: Imagina qué una cámara estuviera registrando la actuación del circo. Y, cuando ves la grabación, te das cuenta que sólo ha sacado al domador de leones y una pequeña muestra de la actuación de los payasos. Pues te has perdido a los equilibristas, los trapecistas, al que juega con el fuego de las antorchas… Aquí pasa igual, unas cosas me las muestra –a veces una y otra vez– y otras que deberían ser muy comunes no aparecen. Es muy importante saber esto cuando queremos interpretar el pasado tenemos que saber. Tenemos que conocer este tipo de huecos.

P:¿Es posible que en la expedición a Madagascar os hicieran un comic?

R: No, lo hicimos nosotros http://www.igme.es/ZonaInfantil/ComicVONGY/Vongy_ES_WEB.pdf . Cubrimos así la parte de divulgación que nos pedían en el proyecto de financiación de National Geographic. Pensé que podríamos repartirlo en los colegios de Madagascar para que los niños supieran lo que estábamos haciendo. El guión lo escribimos allí, en los ratos libres y por las noches en el hotel.

P: En Nueva York realizaste una investigación postdoctoral. ¿Cómo trabajaste?

R: Allí trabaje en el Museo de Historia Natural, con el ámbar de la República Dominicana, del que tienen una colección muy potente. Estudié dos mariposas casi completas, mosquitos en piezas llenas de pelos del mamífero al que habían picado, que descubrimos que era una musaraña tropical. También unas avispas qué son las únicas que polinizan las higueras, conservadas con el polen pegado al cuerpo. Lo pasé muy bien allí.

P: ¿También fuera del museo?

R: Sí. Me junté con los postdoctorales argentinos y cubanos Y aquello era una fiesta continua. Eso sí, al día siguiente puntual a trabajar.

P: ¿Te llamó la atención el sistema de trabajo de allí?

R: Totalmente, para mi fue un shock. El museo tiene la biblioteca de ciencias naturales más importante de Estados Unidos. Encontrabas cualquier artículo, cualquier revista, cualquier libro, todo. Impresionante. Además, son muy expeditivos, sistemáticos y rápidos publicando e investigando. Hay unas facilidades increíbles. Al investigador no le molesta nadie, porque para toda la parte burocrática ya están los administrativos. Como además tienen financiación, vas a una velocidad de vértigo.

P: ¿Hubo algo que no te gustara?

R: Me impactó muchísimo ver que en el estamento de investigación eran todos blancos y en la limpieza y otros servicios, afroamericanos y latinos. Ves que hay una segregación no forzada, pero si socioeconómica. Es duro y me costó digerirlo.

P: ¿Te ha tentado alguna vez trabajar allí?

R: Yo quería volver a España y, al llegar, conseguí una beca Ramón y Cajal, me vine al IGME y decidí quedarme aquí. Que tampoco está mal. Aquí investigamos a buen ritmo y somos muy creativos, cosa que allí quizás no tanto.

P: Volviendo a las garrapatas, además de la más antigua de El Soplao, investigaste otra en una pieza de ámbar birmano con una sorpresa. ¿Cuál fue?

R: Sí, había una que no correspondía a ninguna de las tres familias de garrapatas que se conocen. Y tenía pegadas al cuerpo unas estructuras que, al microscopio, eran como un hilos de macetitas imbricadas. Al principio creímos que era un plumón, pero luego nos dimos cuenta de que se trataba del pelo de unas larvas de escarabajo. Esos pelos son únicos en todos los artrópodos. Pero resulta que estas larvas viven en los nidos. Y luego vimos que las garrapatas entraron en contacto con ellas mientras parasitaban a los polluelos de dinosaurios (o a sus padres) en el nido.

P: En el mismo artículo hablábamos de otra garrapata –esta de una familia actual– que está enganchada a una pluma de dinosaurio. Y, de las cosas que tienes por delante para el futuro, ¿qué es lo que más te ilusiona?

R: Pues creo que vamos a encontrar interacciones con dinosaurios. Porque los dinosaurios debían de estar llenos de parásitos. Debía de picarles todo lo que pasaba por allí, piensa que, aunque muchos de ellos fueran muy feroces, ante un parásito no tienes nada que hacer.

En lo que confía Enrique Peñalver, es en que ese parásito se acercara después peligrosamente a un reguero de resina.

Enrique Peñalver
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