Los enormes cuerpos de los dinosaurios retenía mucho calor. Y eso podía ser peligroso para ellos. Especialmente para su cerebro que, aunque era bastante pequeño, podía sufrir daños irreparables. ¿Cómo evitaban entonces ese riesgo potencial?
La respuesta la han encontrado investigadores de la Universidad de Ohio, que han reconstruido la estructura de las narices de dos tipos de dinosaurio: el Panoplosaurus, que era del tamaño de un hipopótamo, y el Euoplocephalus, que era tan grande como un rinoceronte.
Combinado la tomografía computerizada con la dinámica de fluidos, los investigadores han recreado cómo eran las vías respiratorias de estos animales y cómo se movía el aire a través de ellas. Y lo que han descubierto es que estos dinosaurios tenían unos conductos nasales muy largos y enrollados.
Las simulaciones revelaron que dichos conductos eran muy eficaces a la hora de calentar y humedecer el aire que aspiraban del exterior, antes de que llegase a los pulmones pero, además, cumplían otra función. Los investigadores observaron que había un fluido suministro de sangre procedente del corazón y rumbo al cerebro, cerca de donde se encontraban los canales nasales.
Comprobaron así, mediante simulaciones, que las fosas nasales extraían la humedad de dicha sangre, contribuyendo a enfriarla antes de que llegase al cerebro.
Fuente: ScienceDaily.