Casi cuarenta años después de convertirse en uno de los doce hombres que han paseao por nuestro satélite (los célebres moonwalkers), el general Charles M. Duke aterrizó en Madrid para inaugurar la exposición La aventura del espacio, cuyo cartel protagoniza. La entrevista que nos concedió pudo ser seguida por Twitter en nuestro primer evento Quo & Tuits. En ella fue desgranando los detalles y emociones de la expedición Apollo 16, que le llevó a pasar 72 horas en la Luna en abril de 1972.
P ¿Fue su primer viaje al espacio?
R El primero y el único. Dejé la NASA en 1976, antes de que comenzara el programa de transbordadores espaciales, para terminar mi carrera militar y dedicarme a los negocios.
P Pero había sido seleccionado también para la Apollo 13.
R Si, formaba parte de la tripulación de reserva, pero una semana antes del despegue enfermé de sarampión. Como consecuencia, también retiraron de la misión a Thomas Mattingly, uno de los astronautas de la tripulación principal, porque no había pasado la enfermedad y los médicos dijeron que corríamos el riesgo de llevar el sarampión a la Luna.
P ¿Qué momento de la misión le impresionó más?
R Todos fueron muy intensos. El despegue del cohete Saturn, enorme y con una vibración intensísima o volver la vista a la Tierra a 40.000 km. Pero llegar al suelo lunar fue la parte más emocionante de la misión.
P Describa su primera visión.
R Fascinante. Sentir “estoy en la Luna” y ver esa belleza, es el desierto más extremo que puedas imaginar. Casi todo gris, en un terreno muy rocoso cubierto de polvo finísimo, y mirar al horizonte, elevar la vista y contemplar el contraste de una Luna blanquísima con el cielo negro en pleno día y con el Sol en medio.
P ¿Sabían dónde alunizar?
R Los asesores científicos de la NASA habían determinado la zona, una región montañosa, porque querían obtener la mayor variedad posible de rocas y las misiones previas habían alunizado en laszonas volcánicas, los mares. Pero buscar el punto exacto era complicado. En las fotografías que llevábamos no aparecía ningún objeto menor de 15 metros y había muchísimos, como rocas y cráteres, y necesitábamos una zona lisa y no muy inclinada de al menos 10 m de diámetro.
P Llevaban un vehículo, ¿fue difícil bajarlo a la superficie?
R Iba plegado y adosado al módulo lunar. Como allí solo pesaba menos de 40 kilos, pudimos desacoplarlo y extenderlo entre en comandante John Young y yo. Te sentías como Superman. Después, mi comandante conducía y yo iba leyendo los mapas.
P ¿Qué agenda siguieron?
R Dividimos las 72 horas en períodos de 24. Cada 24 horas descansábamos, comíamos al despertar y nos preparábamos para salir. Tardábamos dos horas en ponernos el traje y comprobarlo todo. Después salíamos a explorar, volvíamos, nos quitábamos el traje y lo preparabamos para el día siguiente. Luego hacíamos otra comida y nos íbamos a dormir.
P ¿Es cómodo el traje de astronauta?
R En la Tierra resultaba muy incómodo caminar con él. Pesa 25 kilos, que con la mochila y el equipo de respiración ascienden a 70kilos. Pero en la Luna, con una sexta parte de la gravedad, sí es cómodo una vez presurizado. Sin embargo, te sientes restringido en tus movimientos, no puedes doblarte hacia delante, ni sentarte derecho. En el vehículo lunar íbamos recostados y nos enderezaban los cinturones de seguridad.
P ¿Qué tipo de tareas realizaron?
R Instalamos una estación experimental, que siguió enviando datos durante 5 años, y un detector de radiación, recogimos 98 kilos de rocas y suelo, hicimos unas 2.000 fotografías y preparamos un experimento sísmico con morteros que explotaron tras nuestra partida.
P Gran parte de la expedición era de carácter geológico ¿recibieron formación especial en esta materia?
R Sí. Cuando fuimos teníamos el equivalente a un máster en Geología. Habíamos recibido clases y habíamos hecho prácticas de campo. Todos los meses realizábamos un viaje de dos o tres días a un lugar único de la Tierra para estudiar rocas y simular que estábamos en la Luna. Así viajamos cinco veces a Hawaii y también al sudoeste de EEUU, a Canadá, Islandia, México y mis compañeros también a Alemania.
P ¿Cómo se comunicaban?
R Por radio. Llevábamos una en la mochila y nos comunicábamos en una frecuencia determinada entre nosotros y con el vehículo, que a su vez enviaba la señal a la Tierra a través de la estación de Robledo de Chavela (Madrid), otra de Australia u otra de California. Así llegaban aquí nuestras voces.
P Para compensar el peso de los 98 kilos de rocas, ¿tuvieron que dejar algo allí?
R Dejamos el vehículo, uno de los equipos de respiración y los envoltorios de los experimentos, que aún siguen allí. Así estábamos casi en el máximo de peso para despegar. Tienes que tener mucho cuidado de no sobrecargar la nave, porque, aunque llegue a despegar, podrías quedarte sin combustible antes de entrar en órbita.
P ¿Hubo algún imprevisto con los experimentos?
R Teníamos previsto un experimento para medir la radiación de calor procedente del interior de la Luna. Por desgracia, a mi comandante se le enganchó el pie en el cable que unía los aparatos con la estación central y no pudimos realizarlo.
P ¿Cuál fue el principal resultado científico de la misión?
R Determinar el tipo de rocas de la zona, que nos proporcionaron mucha información sobre el viento solar, sobre la radiación cósmica a la que habían estado expuestas. Eran rocas con una composición muy similar a la de la Tierra, pero con una historia distinta en su formación.
A continuación transmitimos al General Duke algunas de las preguntas enviadas por nuestros seguidores de Twitter.
P ¿A qué huele la Luna?
R Con los trajes no nos llegaba aire del exterior, pero al manipular las muestras de roca, ya en el módulo, nos dimos cuenta de que huelen a pólvora, a pesar de que no tienen una composición siquiera parecida.
P ¿Qué le impresionó más de toda la experiencia?
R Probablemente la belleza de la Luna. En nuestra segunda excursión nos dirigimos hacia el sur y ascendimos a lo alto de una montaña. Al mirar hacia atrás, contemplamos todo el valle, unos 20 kilómetros hasta el horizonte, con una nitidez cristalina, porque allí no hay atmósfera. En medio del valle estaba nuestro pequeño módulo lunar. Era una vista espectacular de una belleza sobrecogedora.
P ¿Cambió sus creencias?
R No. Yo creía en Dios, pero no era un cristiano comprometido, y aquello no me proporcionó una convicción más profunda. Sin embargo, seis años después tuve una profunda experiencia con Dios y ahora soy un cristiano comprometido y dedico parte de mi tiempo viajando por el mundo para mostrar mi fe. Algunos de los otros astronautas volvían con la sensación de haber mirado la Tierra y haber entendido que estamos todos juntos aquí y deberíamos aprender a cuidarla. Algo así como el inicio del movimiento medioambiental moderno.
P ¿Se puede jugar a los dados en la Luna?
R Sí. Sólo habría que colocar un cartón o algo así en el suelo para que pudieran rodar, porque el polvo es tan fino que los atraparía. Pero en la Luna hay gravedad y cualquier cosa que sueltes, incluso una pluma, caerá al suelo.
P ¿Se sintió solo allí?
R No. Nos sentíamos en casa, sentíamos que pertenecíamos a la Luna, reconocíamos la zona y estábamos en permanente comunicación entre nosotros y con Houston. Me encontraba tan bien que no quería volver.
Pilar Gil Villar
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