Hace exactamente un año, un equipo de científicos detectó un aumento de sustancias químicas que destruyen el ozono, las conocidas como clorofluorocarbonos (CFC).
Debido a que habían sido prohibidos en 1987 por el Protocolo de Montreal, solo había una explicación: en algún lugar alguien debía estar utilizando CFC en cantidad suficiente como para demorar la recuperación del agujero de ozono una década o más.
Ahora, tras mucha especulación, el paradero y la magnitud de estas emisiones nocivas se han confirmado en un nuevo estudio, también publicado en Nature. Y el origen se encuentra en la costa noreste de China.
De acuerdo con los resultados, las emisiones de CFC en esta región industrializada prácticamente no se han detenido, ni han mermado. De hecho, entre 2008 y 2012 y entre 2014-2017, las emisiones de CFC-11( el segundo clorofluorocarbono más abundante en la atmósfera) aumentaron aproximadamente en un 110%.
«Para producir un aumento de este calibre – señalan los autores en el estudio –, sería necesario destruir neveras a un ritmo 10 veces mayor que el estimado para toda China durante 3 años o una demolición de más edificios antiguos de lo que se predijo previamente para todo el mundo en un período de 20 años (2020-2040)”.