La amplia mirada de incrustaciones de piedra blanca y negra es lo primero que destaca de la estatua que un grupo internacional de arqueólogos ha recuperado en el sureste de Turquía. Sus labios, sellados, callan, pero no así su espalda. Una inscripción tallada a lo largo de su parte posterior registra los logros y las campañas de Suppiluliuma, el rey que, dentro de una coalición entre sirios e hititas, probablemente hizo frente a la expansión del Imperio Neoasirio en el 850 a.C. Más allá de las especulaciones sobre la identidad del guerrero desenterrado, el hallazgo de su estatua, y de la base de una columna parcialmente decorada, permitirá a los arqueólogos profundizar en la riqueza cultural de la Edad del Hierro de la zona.
Ambos hallazgos “proporcionan un vívido atisbo del carácter innovador y de la sofisticación de las culturas de la Edad del Hierro que emergieron al este del Mediterráneo tras el colapso del poder de los grandes imperios de la Edad del Bronce, al final del segundo milenio a.C”, según el director del ‘Proyecto Arqueológico Tayinat’, Tim Harrison. En concreto, quien también es catedrático de Arqueología de Oriente Próximo de la Universidad de Toronto señaló que las nuevas esculturas son un ejemplo interesante de la tradición escultórica local de la cultura neohitita.
La estatua se conserva intacta desde la cintura hasta los rizos delicadamente tallados que dan forma a su pelo, un recorrido de 1,5 metros. En total, los investigadores calculan que el cuerpo entero medía unos 3,5 metros y que debió haber sido “enterrado ritualmente en la superficie empedrada del pasadizo central que traspasaba la puerta del complejo de Tayinat”, donde las excavaciones arqueológicas han hallado los restos de grandes palacios, de un templo y de numerosos grabados y esculturas.
La costumbre de situar estatuas humanas colosales en los caminos hacia los accesos a las ciudades reales de la Edad del Hierro persistieron en la Edad de Bronce. La intención era acentuar la sensación de frontera y el papel del rey como defensor divino o como guardián de la comunidad. Hacia los siglos octavo y noveno a.C, estos pasajes se convirtieron en una especie de desfile mudo de la dinastía y en un lugar donde las narraciones conectaban el reino humano con el divino, todo ello a través del rey.
Andrés Masa Negreira
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