Una de las personas que más sabe sobre los entresijos de cómo se escribió Frankenstein es Roseanne Montillo, profesora de literatura en el Emerson College de Boston, autora de un libro recientemente publicado bajo el titulo The lady and her monsters, en el que se lanza a construir la crónica del proceso creativo que llevó a Shelley a mezclar galvanismo, electricidad y ladrones de cadáveres, hasta dar a luz a la historia de un nuevo Prometeo creado con retales. Obviamente, la obra de Montillo analiza el descubrimiento del importantísimo papel que la electricidad desempeña en la biología, de la mano de los experimentos que Luigi Galvani comenzó a realizar con ranas muertas a partir del año 1780 (podemos imaginar la fascinación que debió despertar entre el público la visión de las ranas empaladas en varas de metal, expuestas a los rayos eléctricos en los días de tormenta, y agitando sus miembros como si estuvieran vivas), pero hay mucho más.
No mucha gente sabe que tras la muerte de Galvani en 1798, su apenas conocido sobrino Giovanni Aldini se propuso dar a conocer los descubrimientos de su tío por toda Europa, lo cual le llevó a Londres. De hecho, en esa misma ciudad y en el invierno de 1803, Aldini unió electrodos al cuerpo de un hombre ajusticiado en la horca pocas horas antes. En una especie de experimento-espectáculo, Aldini trató de despertar al difunto aplicándole descargas eléctricas con una batería. Obviamente, el muerto no resucitó, pero entre los asistentes hubo quien afirmó verle abrir un ojo, ladear la cabeza y mover convulsamente los miembros.
Así se llega de un salón de Londres al polo sur
Es cierto: en aquel instante la pequeña Mary tenía solo seis años; pero es probable que historias semejantes llegaran con posterioridad a sus oídos, puesto que la niña vivía en un hogar que formaba parte de la élite intelectual londinense. Le preguntamos a Roseanne Montillo sobre la formación científica de la autora de Frankenstein. En su opinión, el conocimiento científico no le llegó a Mary Shelley a través de la educación formal, sino que en lugar de eso fue adquiriendo conocimientos directamente de las personas que fueron cruzándose en su vida.
Montillo nos cuenta que, desde muy pequeña, Mary creció en un ambiente en el que se fomentaba el conocimiento. Su padre, el escritor y político reformista Willian Godwin, organizaba cada domingo reuniones a las que acudían intelectuales ávidos por discutir lo último en literatura, pero también los más recientes hallazgos científicos y los avances tecnológicos. Entre aquellos amigos se encontraban poetas, escritores, doctores y profesores con intereses multiculturales. Uno de los asuntos estrella a comienzos del siglo XIX era la reanimación, es decir, la idea de que el galvanismo podría devolver la vida a los muertos.
La curiosidad intentó revivir al gato
A pesar de que a Mary no se le permitía asistir a aquellas charlas, oía hablar de ellas, y finalmente no dudó en aprovechar todo aquel caudal informativo a su favor. Uno de los hombres que más le influyeron fue el poeta Samuel Taylor Coleridge, uno de los fundadores del romanticismo literario en Inglaterra, cuyo poema Balada del viejo marinero es una buena mezcla de literatura y ciencia. En un momento dado del poema, el barco en el que navega su protagonista es obligado por las tormentas a recalar cerca de la Antártida, un lugar completamente inexplorado en aquella fecha. De hecho, hasta febrero de 1819, momento en que un barco inglés de cazadores de focas divisó la isla Livingston, no se conocía tierra firme al sur del paralelo 60º S.
El hecho de que a causa de la magia evocadora del poema de Coleridge, publicado en 1799, la novela de Shelley incluyese su propio episodio final de un viaje a la Antártida, donde por cierto encuentran la muerte tanto Victor Frankenstein como su criatura, parece dar la razón a Rosseane Montillo. Shelley tuvo la fortuna de conocer a personas excepcionales, además de haber vivido tiempos excitantes para la exploración científica. Es necesario destacar además, como otra de las grandes influencias en la joven autora, el papel de su futuro marido, Percey Shelley. Este conocido escritor romántico era, además de un gran literato, un buen aficionado a experimentar con el galvanismo, la electricidad e incluso la toxicología. No en balde, es conocido el capítulo en que Percey trató de reanimar a un gato con la intención de devolverle a la vida.
Influida por Polidori
Prosiguiendo la cadena de fuentes de la autora de Frankenstein, Montillo nos recuerda el importante papel desempeñado por el joven médico John William Polidori, asistente junto con Byron y los Shelley a la crucial reuniónen un lago suizo donde surgió la idea del monstruo el verano de 1816. Inglés, aunque de origen italiano, Polidori estudió en Escocia, donde brilló por su precocidad y se convirtió en uno de los alumnos más jóvenes en obtener el título de Medicina. Mary y Polidori pasaron mucho tiempo juntos, por lo que, en opinión de Montillo, no es descartable que el joven médico le contara múltiples historias que de un modo u otro se reflejaran en la novela de Shelley.
Es realmente edificante saber que en aquellos tiempos la cultura era tomada como un todo, por lo que ciencia y artes eran caras distintas de la misma moneda. Nos encantaría poder decir lo mismo hoy, cuando, especialmente en España, muchos se empeñan en seguir dividiendo a las personas en “ciencias o letras”. La profesora Montilla está de acuerdo y afirma: “Aquellas personas, poetas y científicos, se sentían libres para perseguir sus pasiones, las cuales muy a menudo se entrecruzaban”.
Capítulo aparte se merece la famosa introducción añadida en la nueva edición de la novela de Shelley en el año 1831. En ella, por primera vez, se habla de galvanismo; se emplean términos como electricidad y reanimación; y se cita a Luigi Galvani y a Humphry Davy (químico británico considerado codescubridor de la electroquímica, junto a Volta y Faraday). Rosseane Montillo confiesa que fue esta introducción la que le hizo decidirse a escribir el libro. Como ella misma relata: “Quería conocer el mundo científico en el que vivía la autora. Saber más de todas esas personas que le impactaron de una manera tan obvia, y estudiar el modo en que sus trabajos influyeron en la novela”.
La ciencia tiene moraleja
Todo lo que la profesora Montillo aprendió documentándose para su libro la llevó a darse cuenta de que Mary Shelley no solo estaba al tanto y seguía el trabajo de sus influyentes contemporáneos, sino que, además, lo empleaba en su propio provecho, de forma profunda, para mejorar el trasfondo de su novela. Al mismo tiempo, Shelley empleaba todo ese caudal de conocimiento a modo de advertencia lanzada a sus lectores. ¡Cuidado! Esto es lo que puede pasar si la ciencia confunde su camino.
Parece claro que a la autora le encantaba escribir sobre la moralidad de la ciencia, o como dice Rosseane Montillo: “Esa fina línea entre la ciencia y la religión que a menudo se solapa, un asunto que a mí misma me interesa”. Esto queda meridianamente claro cuando descubrimos que la profesora Montillo –quien, como antes mencionamos, enseña literatura– ha dado a una de las clases el título Conocimiento Prohibido. No es de extrañar que Frankenstein sea parte fundamental del temario.
Ella misma nos lo aclara: “En esa clase tratamos de abordar la idea del conocimiento científico, religioso, histórico e incluso privado: cómo obtenemos ese conocimiento, qué hacemos con él y cómo debemos usarlo”. Le preguntamos si hay posibilidades de leer su libro en castellano y nos cuenta que no hay conversaciones al respecto, pero que la idea le parece fantástica. Nos despedimos agradeciéndole el modo en que ha “disuelto” fronteras entre ciencia y literatura, y confiesa que no será la última vez. En su cabeza, un futuro libro sobre neurociencias: “Investigo la historia de la locura, los trastornos mentales y las instituciones en que estas se trataban a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. En aquel tiempo, los enfermos eran tratados como poseídos por el demonio o, simplemente, como depravados”. No suena nada mal.
¿Volverá a la vida?
Mientras esperamos que el ejemplar de La dama y sus monstruos llegue a nuestras manos, tratamos de imaginar el aspecto que el futuro libro de Montillo tiene ahora mismo en su cabeza. Resulta irónico visualizarlo como una colección de relatos inconexos, retales literarios esperando tomar cuerpo. Con suerte, la electricidad de las sinapsis cerebrales terminarán por obrar el milagro de traerlo a la vida. Y es que, casi doscientos años después de la publicación de Frankenstein; o el moderno Prometeo, la fascinación que la obra despierta en nosotros sigue tan viva como entonces.
Redacción QUO
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