No era más grande que el punto de esta i cuando Clyde Tombaugh lo identificó en dos fotografías tomadas por el telescopio del Observatorio Lowell, en Arizona. Corría el año 1930 y ambas imágenes mostraban la misma región del cielo, repleta de las mismas estrellas, excepto por esa diminuta chispa blanca que ocupaba una posición diferente en cada una de ellas. Al moverse, se había delatado como el objeto más buscado por los astrónomos de la época: un nuevo planeta en el Sistema Solar. Su existencia había sido augurada por quienes consideraban que el trazo de la órbita de Urano solo podía explicarse por la presencia de un cuerpo que ejerciera una determinada influencia gravitatoria sobre él. Y allí estaba: tan esquivo a la vista que cuando se abrió un concurso popular para bautizarlo, la niña inglesa Venetia Burney, de 11 años, lo identificó con el dios romanooculto en el inframundo: Plutón.
Se colocó al final de la cantilena escolar para memorizar los cuerpos que giran alrededor del Sol, y cuando la Humanidad empezó a lanzar artefactos mecánicos que nos abrieran los ojos al espacio, también ocupó el furgón de cola. Hasta el 19 de enero de 2006 no fletamos una misión que se acercara a curiosearlo para nosotros. Ahora, tras más de nueve años de viaje, la sonda New Horizons de la NASA acaba de entrar en su fase de aproximación y se prepara para contarnos cómo es ese cuerpo helado que una vez llamamos planeta.
Rocoso, con -228ºC en la superficie, su órbita alrededor del Sol dura 248 años terrestres
Tras la anulación de otros dos proyectos, Pluto Fast Flyby y Pluto Kuiper Express, por falta de fondos, la NASA dio luz verde en 2003 a la New Horizons, que se convirtió en un ejemplo de celeridad y economía. Su investigador principal, Alan Stern, ha declarado que “la NASA se había gastado casi 300 millones en estudiar misiones a Plutón durante 11 años, y eso es lo que nos costó a nosotros construirlo [el hardware] en solo tres”. Nosotros son el Southwest Research Institute de Boulder, Colorado, encargado de la vertiente científica del proyecto, y el Laboratorio de Física Aplicada (APL) de la Universidad Johns Hopkins, que diseñó, construyó y gestiona la sonda.
Ayuda de un gigante
El tamaño del aparato se ha comparado con el de un piano de cola. Salió de Cabo Cañaveral con menos de 500 kilos de peso y está construido para un consumo mínimo de energía: su funcionamiento básico no necesita más electricidad que dos bombillas de 100 W, y cada uno de los siete instrumentos que transporta puede cumplir su misión con entre 10 y 20 W, no más que una de esas lucecitas encargadas de ahuyentar el miedo nocturno en los niños. Un recubrimiento externo mantiene su interior a una temperatura entre 10 y 30ºC, al tiempo que la protege de impactos de pequeñas partículas; y el estado de hibernación durante la mayor parte de su viaje le ha ahorrado gasto y desgaste en estos años. Su gran despertar hasta ahora tuvo lugar en un momento clave de la misión: el acercamiento a Júpiter en 2007.
La visita al gigante se calculó para proporcionar a la nave un tirón gravitatorio que la acelerase a 14.000 km/h. Hasta entonces, había mantenido el impulso que recibió en las tres fases de aceleración iniciales del viaje, ya que los 16 propulsores de a bordo solo se encienden para realizar correcciones de su trayectoria. Aquel gran empujón le ahorró tres años de camino. De paso, aprovechó para hacer un ensayo general de sus instrumentos y acumular sobre él y sus lunas incluso más datos que la misión Galileo de la década de 1990, específicamente diseñada para estudiarlo.
Sabremos si Caronte es luna de Plutón o un planeta enano más
Después se la volvió a dejar hibernar, con pequeñas vigilias anuales para revisar sus sistemas, hasta el pasado 6 de diciembre. Empezaba la etapa final y decisiva. Para este último tramo hacia los confines del Sistema Solar, la New Horizons no lleva un mapa con itinerario prefijado. Cual gallinita ciega tecnológica, debe ir orientándose por las señales que ella misma va encontrando a su paso. Para ello, cuenta con cámaras que disparan al cielo diez veces por segundo y comparan el resultado con un mapa con 3.000 estrellas de esa misma región. Las diferencias entre ambos y los datos de unos sensores que miden la radiación solar la ayudan a orientarse y a ir corrigiendo permanentemente su rumbo. No solo para llegar a Plutón, sino “sobre todo, para que desde allí tome la dirección deseada para encontrarse con otro objeto del cinturón transneptuniano”, aclara Javier Licandro, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias.
Porque, previsiblemente, esta misión tendrá un epílogo: estudiar alguno de los cuerpos de roca y hielo que pueblan la zona más externa del Sistema Solar. Básicamente, se trata de aprovechar al máximo la inversión. Sobre todo, porque la visita al explaneta constará de una única pasada a 10.000 kilómetros de distancia, sin reducir la velocidad ni parar a orbitarlo. ¿Por qué la brevedad? Porque decelerar la nave habría requerido una considerable cantidad de combustible extra, con el consiguiente aumento de peso y de dificultad para la misión.
Solo una pasada
Así y todo, le dará tiempo a ofrecernos fotografías de uno de sus hemisferios con suficiente resolución como para distinguir cráteres, cordilleras y otros accidentes del terreno que puedan hablarnos de la geología del planeta y su historia. “Tenemos muchas preguntas sobre cómo se forma y se mantiene su atmósfera. Está compuesta de nitrógeno y metano, que deben de fluir desde el interior del planeta. Ahora podremos observar alguna de esas fuentes, y saber si sale por actividad criovolcánica o por porosidad, despacito”, explica Licandro. En el interior, esos elementos podrían estar atrapados en agua con una estructura amorfa, como la nieve, de la que podrían salir en forma de gas. A los -228ºC de la superficie se congelarían sin pasar por el estado líquido, hasta que, en las épocas de mayor cercanía al Sol, volvieran a pasar a gas, al menos en algunas zonas. Bien es cierto que tendrían tiempo de hacerlo: el año en Plutón dura 248 de los nuestros. Ahora, ese juego de estados en una atmósfera cambiante podría estar a punto de desvelar sus reglas.
¿Qué relación tienen estos dos?
No son las únicas. Mientras se baraja la posibilidad de que Plutón pudiera enseñarnos algún anillo –como el que descubrieron astrofísicos españoles en el también transneptuniano Chariklo–, la principal luna plutoniana, Caronte, descubierta en 1978, deberá explicar si su subsuelo alberga quizá un océano. O si lo tuvo alguna vez. Es más, las observaciones de los próximos meses podrían abrir un nuevo debate acerca de la relación entre Plutón y Caronte.
Si el primero puede tener unos dos tercios del tamaño de nuestra Luna, el segundo casi llega a la mitad de Plutón, y no orbita a su alrededor. Ambos giran en torno a un punto imaginario, conocido como centro de masas. Esas características podrían hacerles merecedores de la consideración de sistema binario de planetas enanos. Sobre todo, porque otros cuatro cuerpos mucho más pequeños, Nix, Hidra, Cerbero y Estigia sí dan vueltas alrededor del conjunto. “Y no me extrañaría que esta sonda descubriese algún otro, sería lo esperable”, considera Licandro. Porque la región que habitan está bien poblada.
De hecho, la razón que provocó la descatalogación de Plutón como planeta por parte de la Unión Astronómica Internacional (apenas ocho meses tras el lanzamiento de la New Horizons) fue que no había “limpiado” su órbita de otros cuerpos (no que fuera muy, muy chico, aunque lo llamaran enano).
Los habitantes inertes de esa vecindad comenzaron a descubrirse en la década de 1990 cuando se confirmó que Plutón no era el rarito de la familia planetaria. Hoy sabemos que esas rocas heladas del cinturón exterior del Sistema Solar representan su estirpe más abundante. Nunca han sido calentados por la estrella y conservan las características de las piezas que formaron los núcleos de los planetas gigantes (Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno). Estudiarlos supone enfrentarnos a la lejana procedencia incluso de la propia Tierra. Con ayuda del telescopio espacial Hubble, se han identificado tres candidatos de ese cinturón para ser estudiados en el epílogo de esta misión. Una visita que el mismísimo Clyde Tombaugh no habría podido imaginar. Y sin embargo, 28 gramos de sus cenizas viajan a bordo de la New Horizons como tributo a su descubrimiento.
Pilar Gil Villar
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