La ciencia asegura que los astronautas, cuando están en una misión, envejecen más lentamente. Apenas microsegundos, pero regresan a la Tierra más “jóvenes”. Quizás Elizabeth Parrish intente imitarlos con tanto viaje. En las últimas dos semanas ha recorrido decenas de miles de kilómetros volando entre Estados Unidos y Alemania (dos veces), un vuelo a Sudamérica, otro a Rusia, una excursión aérea a Londres y varios traslados entre Washington, donde tiene su cuartel general, y otras ciudades estadounidenses. Por eso dar con ella ha resultado tan complejo, pero combinando el teléfono y el correo electrónico en diferentes continentes hemos logrado que aterrice y explique a Quo cómo planea curar el envejecimiento. Porque para Liz, como prefiere ser llamada, envejecer es una enfermedad, no un proceso. Ella es el paciente cero de una terapia que ha diseñado para que el tiempo sea más benévolo con su cuerpo. Y, a juzgar por los primeros resultados, lo está consiguiendo. Aunque sea enfrentándose a gobiernos, agencias reguladoras y colegas científicos, con el objetivo de testar en humanos una terapia cuyos efectos secundarios se desconocen.
“No estaba preparada para descubrir que el envejecimiento biológico es en verdad una enfermedad –explica Parrish a Quo–. Me tomé el tiempo necesario para hablar con muchos expertos y descubrí que algunos de los agentes que provocan enfermedades en los niños son procesos de envejecimiento acelerados. Fue necesario que comprendiera que las células del cuerpo son como un ordenador y gran parte del daño que provocan a lo largo del tiempo se debe a que están programadas para ello. Algunas personas sufren este deterioro a una edad temprana, es decir, algunos tienen problemas de programación, genéticos. Pero todos estamos acumulando estos daños que finalmente nos llevarán a los síntomas de la vejez y nos provocarán la muerte”. Lo que Elizabeth Parris intenta, siguiendo con el símil, es actualizarnos.
“¡Exacto!”, exclama Liz. “Para eso, una de las cosas más importantes que necesitamos es obtener información en humanos. Hemos curado el cáncer cientos de veces en ratones, revertimos la formación de placas de arteriosclerosis y el envejecimiento biológico con inductores de telomerasa. Pero no estamos usando esas técnicas en humanos. Así que decidí probarlas conmigo misma. Voy a demostrar que se trata de una terapia segura”.
Los primeros resultados señalan que Parrish ha logrado que sus células sean 20 años más jóvenes. Pero la comunidad científica le exige más datos
Esa terapia a la que se refiere Parrish tiene dos partes. Por un lado están los telómeros. En 2009, Elizabeth Blackburn ganó el Nobel por su descubrimiento de la “tijera” que divide las células: los telómeros. Estos son secuencias repetitivas del ADN que las protegen de la degradación después de cada división. En cierto sentido, son como la tinta en una fotocopiadora: intentan que la copia de la copia sea lo más parecida posible al original. El problema es que por más tinta que se tenga, la copia de una copia de una copia (y así sucesivamente) no es tan buena como el original: en términos celulares esto equivale a decir que cuando una célula se divide, las dos resultantes tienen menos telómeros que su “madre”.
Y esta es la razón del envejecimiento: cuanto más se dividen nuestras células, menos parecidas resultan a la original, hasta que son tan distintas que las diferencias podrían producir un riesgo y esa rama de la familia se inmola por el bien de las restantes. Así, si tuviéramos un aporte constante de telomerasa, el “suplemento nutritivo” de los telómeros, encargado de añadir trozos de ADN para que no haya malas lecturas, el envejecimiento sería mucho más lento.
[image id=»83273″ data-caption=»La terapia con telomerasa que está probando Parrish ya ha sido testada en ratones por María Blasco del CNIO. “Pero no sabemos cómo afectará a los humanos”, señala Blasco.» share=»true» expand=»true» size=»S»]Esto ya ha sido demostrado por una de las pioneras en este campo, María Blasco, directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) quien ha llevado a cabo una terapia con telomerasa en ratones y logró alargar su vida un 30%. Pero, ¿cómo lo ha hecho Parrish? ¿Hay algún modo de explicarlo de modo sencillo?
“Seguro– nos responde la paciente cero de este tratamiento–. Se trata de una terapia génica, pero no pusimos los genes directamente, usamos vectores mediante los cuales transmitimos la información que queremos. Y estos vectores son virus. Sabemos que los virus son esencialmente buenos en ponernos enfermos, pero nosotros empleamos virus que no nos ponen enfermos y los utilizamos porque tienen la capacidad de conectarse con nuestras células y transmitirles su material genético. En la terapia génica quitamos a los virus la capacidad de enfermarnos y les ponemos la información que queremos en nuestras células. En cierto sentido es ciencia muy simple. No estamos creando moléculas que tienes que comer y van a un sitio de tu cuerpo para crear un efecto. Lo que estamos haciendo es entregar un gen a la célula, que luego produce la proteína que te hará diferente.
Solo hay un pequeño inconveniente. Esta terapia aún no se ha testado en humanos. Cuando le consultamos a María Blasco al respecto, su respuesta fue clara. “No sabemos si en humanos la extensión (conseguida en ratones) sería igual o no. De entrada, los humanos estamos mucho más protegidos del envejecimiento que los ratones. Mientras que en humanos hasta los 40 años es muy raro padecer enfermedades asociadas al envejecimiento, como infarto, mal de Alzheimer o cáncer, en ratones todo ocurre mucho más rápido y empiezan a desarrollar enfermedades al año de edad. A los 2 años, la mayor parte de los ratones ya ha muerto. Por lo tanto, algo que extiende la vida en ratones un 30% podría extender la vida en humanos un 3% o un 300%, no lo sabemos… De todos modos, el objetivo de entender cómo modular la longevidad en ratones o en otros organismos modelo es entender cuáles son los procesos moleculares importantes, determinar la velocidad de envejecimiento para poder intervenir con la intención de prevenir enfermedades vinculadas al paso del tiempo o incluso tratarlas más eficientemente. Ahora mismo hay muchas patologías asociadas a la senectud que ni sabemos prevenir ni sabemos cómo curar”, indica María Blasco.
Y esto es justamente lo que pretende Parrish. Lo que ocurre es que en Estados Unidos los ensayos con humanos están regulados por la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA) y hasta que esta agencia no los apruebe, no pueden comenzarse… A menos que sea en otro país.
“Si se llega a tratar el envejecimiento con esta terapia, será solo a largo plazo”, pronostica María Blasco
Por eso Parrish se fue a Colombia a iniciar la primera fase del ensayo. Antes de empezar, el equipo de Bioviva, la empresa que dirige Parrish, midió la longitud de los telómeros de sus leucocitos y lo volvió a hacer tras la terapia. Los resultados muestran que sus telómeros se alargaron de 6.71 kb o kilobases (kb: mil pares de bases de ADN) a 7.33 kb. En pocas palabras, su células son 20 años más jóvenes.
La otra parte del tratamiento al que se sometió Parrish involucra el uso de inhibidores de miostatina, una proteína que obstruye el crecimiento muscular. De hecho la sarcopenia (la pérdida de masa muscular a partir de los 30 años de edad) mata al 6% de la población. “Así que bloqueamos la miostatina y nuestros músculos siguen creciendo –apunta Parrish–. Pero no solo eso. Los beneficios también incluyen mayor sensibilidad a la insulina, disminución de la grasa y una ayudapara las señales de las células madre. Mucha gente muere luciendo muy vieja, aunque sus células madre estén muy sanas. Eso es porque nunca recibieron la señal para ayudar al cuerpo a regenerarse”.
¿Es esto suficiente información para que la FDA apruebe los ensayos en humanos? ¿Hay algún contexto que justifique saltarse a las agencias reguladoras y convertirse en “conejillo de indias”? Para María Blasco está más que claro y su respuesta es espartana: “Ninguno”. A George Martin, patólogo, experto en ciencias genómicas y hasta hace unas semanas miembro del consejo científico de BioViva le ocurre algo similar. “Liz es una mujer extremadamente trabajadora y concienzuda –explicó a Quo en una conversación telefónica– pero a mi juicio el objetivo de las ciencias médicas es curar y para ello debemos seguir ciertas reglas. Esa es la razón por la que solicité abandonar el consejo”.
Otro miembro del mismo consejo, que permace en él, es el archiconocido genetista George Church. El trabajo de Church es una muestra más de que BioViva investiga con límites éticos difusos. Él fue quien propuso resucitar a un neandertal y llegó a buscar a una humana que quisiera gestarlo. Church se declara consciente de que un trabajo así sería declarado ilegal en muchos países, pero esto es algo que no le frena.
Para Parrish tampoco hay polémica. “Creo que es un derecho poder hacer con tu propio cuerpo lo que te apetezca y que deberíamos poder pagar a un médico para que lo haga del modo más seguro posible. Inicialmente mantuvimos en secreto el sitio donde se realizaron los ensayos y las personas involucradas en él, porque como directora de la empresa quería proteger a mi personal. Ahora que los resultados han demostrado ser positivos hemos dado a conocer los datos”.
El paso ha sido indudablemente arriesgado. No solo por los efectos adversos que podría tener el tratamiento en humanos, sino porque a la hora de solicitar la aprobación de la FDA, la agencia puede no ver con buenos ojos esta “insubordinación” contra el orden establecido, un acto que podría sentar precedentes. La pregunta entonces es, ¿cómo piensa convencer a la FDA para que apruebe este tratamiento y poder comenzar los ensayos?
Y Parrish ya lo tiene pensado. “Cada día perdemos a cerca de 100.000 personas a causa del envejecimiento –asegura en su conversación con Quo–. Y no estamos haciendo frente a esta realidad como la catástrofe que es. Pensamos que se trata de un proceso normal, pero debemos tener en cuenta que es uno muy costoso. En 2020 habrá más gente de más de 65 años que menores de 5 años. Tenemos que pensar cómo lograr que la gente trabaje más tiempo y esté más activa y saludable. No tiene sentido impedir el desarrollo de una tecnología que nos permitiría ahorrarnos los billones de dólares que se gastan en encontrar la cura para enfermedades relacionadas con el envejecimiento, cuando podemos tratar directamente lo que las produce”.
De tener éxito, el empeño de Parrish no solo podría extender nuestra esperanza de vida, también tendría un enorme impacto en la economía, sobre todo en las pensiones. ¿A qué edad deberíamos jubilarnos? ¿Cuánto se extendería la educación? ¿Cómo se pagarían las pensiones si vivimos 20 años más? ¿Ha pensado en ello? “La verdad es que no me planteo ese tipo de preguntas –afirma Parrish–. Mi trabajo es mitigar las enfermedades que podemos curar. Si pensamos que tenemos una posible solución, sería inmoral no compartirla. ¿Cuánto tiempo viviremos? No lo sé, pero a mí me gustaría que fuera el mayor tiempo posible y en las mejores condiciones”.
La terapia que está llevando a cabo Elizabeth Parrish podría tener potencial para tratar enfermedades relacionadas con el envejecimiento como el cáncer, duchenne, alzhéimer, párkinson, problemas renales, leucemia, esofaguitis de Barret… La lista es larga. “Los primeros que deberían beneficiarse de ella –explica Parrish– son los pacientes terminales. Luego, si los datos obtenidos resultan positivos, podríamos comenzar con pacientes con diagnósticos más leves y finalmente llegar al área de cuidados preventivos”. Para que esto ocurra será preciso solo un requisito: “Que las agencias reguladoras reconozcan la vejez como una enfermedad”, concluye María Blasco.
A partir de los 50 años de edad, la masa muscular disminuye entre un 1 y un 2 % y la fuerza un 1,5 % anualmente y hasta un 3 % a partir de los 60 años. La miostatina, también conocida como factor de diferenciación de crecimiento 8, no solo resuelve esta perdida muscular. “También trabaja junto a la telomerasa –explica Parrish–. Esta aumenta el suplemento de células madre y la miostatina permitiría que más células madre se activen
y regeneren tejidos”.
Juan Scaliter
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