Un grupo de investigadores del Instituto Max Planck y el University College de Londres han estudiado la superposición genética entre el riesgo de tener autismo o esquizofrenia y la competencia social comunicativa (la capacidad de relacionarse socialmente con otras personas con éxito), durante la niñez y la adolescencia. De acuerdo con los resultados, publicados en Nature,los genes que influyen en los problemas de comunicación social durante la infancia se superponen con los genes que confieren riesgo para el autismo (Trastorno del Espectro Autista, TEA), aunque esta relación disminuye durante la adolescencia. Por el contrario, los genes vinculados al riesgo de esquizofrenia, tenían un nexo con aquellos que afectan la competencia social durante la adolescencia.
Gracias a los recientes avances en el análisis genómico, ha sido posible dibujar un mapa más preciso de la arquitectura genética tanto en quienes sufren trastornos psiquiátricos, como en personas no afectadas. Esto ha permitido descubrir que una gran proporción del riesgo para dichos desórdenes se deriva de pequeños efectos combinados de miles de diferencias genéticas a través del genoma, conocidos como efectos poligénicos. En el caso particular de la comunicación social, estos factores no son constantes, sino que cambian durante la infancia y la adolescencia. Esto se debe a que los genes ejercen sus efectos de acuerdo a su programación biológica.
Las personas con TEA y con esquizofrenia tienen problemas para interactuar y comunicarse con otras personas, ya que no pueden iniciar fácilmente interacciones sociales o dar respuestas apropiadas. Por otro lado, ambos se desarrollan de maneras muy diferentes. Los primeros signos de TEA se producen habitualmente durante la infancia, mientras que los de la esquizofrenia por lo general no aparecen hasta la adolescencia.
«Los hallazgos sugieren que el riesgo de desarrollar estas condiciones psiquiátricas está fuertemente relacionado con distintos conjuntos de genes – explica Beate St Pourcain, principal autora del estudio, en un comunicado –, los cuales influyen en las habilidades de comunicación social, pero que ejercen su máxima influencia durante diferentes períodos de desarrollo”.
David Skuse, profesor de Ciencias del Comportamiento en el University College de Londres, añadió: «Este estudio ha demostrado de manera convincente cómo la medición de la competencia comunicativa social en la infancia es un indicador del riesgo genético. Nuestro gran desafío ahora es identificar cómo la variación genética influye en el desarrollo del cerebro social”.
Juan Scaliter
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