Ignacio Martínez es abogado y profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid. Ha acudido al I Congreso Internacional de Longevidad y Criopreservación con un único motivo: consultar al doctor Juan Carlos Izpisúa, una eminencia científica que investiga sobre regeneración celular en el Instituto Salk, en La Jolla (California). Izpisúa no es médico, pero tampoco es un bioquímico y un farmacéutico cualquiera. El profesor de Derecho tiene suerte de haber podido asistir al congreso, organizado por la Fundación VidaPlus.
Martínez no podría haber encontrado una persona más indicada, en toda España, para saber qué grupo de investigación del mundo tiene un mayor conocimiento acerca de la regeneración de las células del nervio óptico. Las mismas que han dejado de funcionar, a causa de un glaucoma congénito, en su hijo Ignacio, de 44 años e invidente hace unos dos. A la izquierda de su padre, espera con expectación poder hablar con el investigador.
La pareja del científico, quien ha aprovechado el viaje a España para ver a su familia, le advierte de la visita. Izpisúa se olvida de que tiene un taxi esperando en la puerta para trasladarle al aeropuerto, va junto a ellos y escucha. Les explica las probabilidades de que las investigaciones en el campo que les interesa lleguen a término y puedan aplicarse a personas como Ignacio. Luego toma una carta del padre y les promete que se la hará llegar a un grupo de investigación de Japón, en el que trabajan importantes expertos en la materia.
“La esperanza es lo que nos hace despertarnos cada mañana; tratar de, algún día, ayudar a alguien y curar su enfermedad”, dice Izpisúa a Quo. Y esa es, exactamente, la emoción que ha impregnado el salón de actos de la sede central del CSIC después de la conferencia en la que ha presentado algunos de sus numerosos avances científicos en la edición genómica y la regeneración celular.
Con pausa y muy serio, ha planteado al público el problema del envejecimiento. Uno nace y la enfermedad le queda muy lejos. Y se convierte en un ser extraordinario, tanto como el Arnold Schwarzenegger marcando músculos que proyecta en las diapositivas con las que apoya su discurso. Puede que no todos queramos ese físico, sí, pero definitivamente ninguno queremos acabar como la siguiente foto que muestra, la de un Schwarzenegger en bañador, envejecido, en un barco que ya no puede presumir más que de haber dado servicio a los michelines del actor y político.
Es una imagen que quita el aliento, pero su efecto es inmensamente menor que el que provoca todo lo que dice a continuación. Izpisúa ha conseguido hitos que hacen pensar que podemos conservar la juventud durante mucho más tiempo, quizá incluso desandar el cruel camino del viejo actor. Hace soñar con curar enfermedades tan tristes como el glaucoma congénito, aliviar el sufrimiento que ocasiona y mejorar la calidad de vida hasta un extremo nunca antes alcanzado.
Los experimentos en los que participa no dejan de conmocionar a una sociedad que anhela los frutos de su trabajo. Por ejemplo, los científicos han conseguido introducir células de rata en un embrión de ratón, y estas células se han integrado y se diferenciado con éxito. Así han creado la quimera más vieja del mundo, un animal que uno no sabría decir de qué especie es y que ha alcanzado los 24 meses de vida.
“También podemos hacer un ratón con un ojo de rata, lo que nos indica la potencialidad de esta tecnología para generar diversos órganos”, enfatiza Izpisúa. Y añade: “El interés último es generar tejidos, órganos humanos”. Su estrategia: hacerlos crecer dentro de cerdos.
“Muchos dirán que no se parecen mucho a un cerdo, pero quizá no sea así”, dice provocativo. De hecho, las imágenes que ha mostrado del embrión de un cerdo, de una vaca y de un humano, las unas junto a las otras, han dejado claro que la semejanza es sorprendente. Y es esa similitud la que le ha permitido introducir dos células humanas en un embrión de cerdo de unas semanas y conseguir que se multipliquen en el animal. Pero la efectividad del experimento es baja. Su grupo lo sabe bien después de haberlo repetido alrededor de 3.000 veces.
No desespera. Su apuesta por un tipo de células pluripotenciales conocidas como progenitores es sorprendente. Son el tipo de células con las que investiga cómo el ajolote mejicano logra regenerar sus extremidades y sus órganos aunque se amputen cien veces. No es un cruel juego de niños adaptado a un laboratorio. Izpisúa advierte de que la investigación está en un momento muy básico y preliminar, pero también opina que los jóvenes científicos harían bien en sumarse ahora a este campo científico de futuro.
“Yo creo que tenemos un problema muy grande,que es la falta de órganos y tejidos para trasplante”, explica el investigador. La solución podría venir de la mano de sus investigaciones: ya ha conseguido hacer crecer órganos con células. Con este antecedente, es difícil calibrar la magnitud de su próximo trabajo. Lo que está claro es que no dejará a nadie indiferente.
Andrés Masa Negreira
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