Es la madrugada del 6 de junio de 1944. Las horas previas al día D. A bordo de un avión B-24 se encuentra Harold Edgerton y un invento que, espera, cambie el curso de la II Guerra Mundial.
Pocos años antes, este profesor del MIT, especializado en fotografía ultrarrápida, había diseñado un artefacto de unos 1.500 kg de peso para tomar imágenes muy precisas desde el aire. Pero no existía aún un avión capaz de albergar el ingenio. Hasta que en 1943 se construyó el B-24 y el Ejército estadounidense convocó a Edgerton.
En tiempo récord, el científico montó su “cámara” en el avión. Y casi sin ensayos previos, Edgerton se subió a la nave, pues quería asegurarse de que nada fallara. Las fotografías que se tomaron en esas horas determinaron dónde se efectuaría el desembarco: una playa de Normandía en la que no había tantos alemanes como se pensaba. El uso de la cámara de alta velocidad posibilitó el éxito del Desembarco del día D. Desde entonces, los científicos se han servido de las cámaras ultrarrápidas para explorar un campo hasta entonces vedado: congelar lo efímero y conseguir hacerlo eterno.
Así se descubrió, por ejemplo, que la hormiga sudamericana Odontomachus bauri, cuando muerde, cierra sus mandíbulas a más de 230 km/h, y ejerce una fuerza 500 veces superior a su propio peso. La velocidad a la que esta superhormiga cierra sus quijadas es 2.300 veces mayor que un parpadeo.
Otro truco desvelado fue el de los pájaros carpinteros. Estas aves, proverbiales por su “cabezonería”, impactan los árboles a una velocidad de 250 km/h, a razón de unos 20 golpes por segundo. A esta velocidad y contra una superficie dura, el cerebro del pájaro debería estallar y los ojos saltarle de las órbitas. Pero la fotografía ultrarrápida demuestra que los carpinteros han desarrollado una protección en los ojos, similar a un cinturón de seguridad, para mantenerlos en su sitio. Respecto al cerebro, las imágenes mostraron que primero el pájaro efectúa unos toques superficiales y, una vez lograda una muesca clara en el árbol, dispara los golpes.
Las capacidades de esta técnica también han roto la ilusión acerca de los insectos que “caminan” sobre el agua. Imágenes ultrarrápidas muestran que el movimiento constante de sus patas crea unas olas minúsculas que les sirven para propulsarse. De este modo, y gracias a los pellillos de sus patas, que les permiten flotar, alcanzan velocidades de 54 km/h.
Pero no solo se han hecho descubrimientos en el campo biológico. La Astronomía también se ha visto beneficiada. Al combinar imágenes ultrarrápidas, los astrofísicos minimizan el efecto de la interferencia atmosférica, que puede hacer borrosa la imagen. Esto permite que se consigan detalles más precisos que aquellos que se logran con el telescopio Hubble… Y a un precio mucho menor.
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