Por qué iba un científico serio a colocarles colas falsas a un puñado de gallinas antes de dejarlas correr por su laboratorio? Para saber cómo andaban los dinosaurios extintos. El primero fue Matthew Carrano, intrigado por saber si la carga trasera deformaba ese característico paso de puntillas “a lo Groucho Marx”, como dicen los expertos, basado en un movimiento que parte del tobillo (sí, esa articulación que vemos no es una rodilla). Los mamíferos y los cocodrilos iniciamos el impulso con la cadera, y Carrano pensó que devolviendo la cola a un dinosaurio actual podría saber si sus ancestros también habrían movido sus caderas para desplazarse. Desgraciadamente, sus prótesis no resultaron muy adecuadas, pero recientemente Bruno Grossi, de la Universidad de Chile, ha recogido su idea y, gracias a dos tipos de colas de madera y yeso, colocadas en doce gallinas domésticas (Gallus gallus) desde que tenían tres días, ha comprobado que estas echaban el peso hacia adelante, lo que modificaba la posición del muslo y la cadera asumía algo más el impulso del movimiento. Este estudio de la mecánica es solo un ejemplo de cómo el humilde pollo se está convirtiendo en nuestra puerta de acceso a una historia que comenzó hace 150 millones de años. Entonces, un grupo de dinosaurios carnívoros empezó a evolucionar hasta dar lugar a todas esas especies aladas que llamamos aves.
En laboratorio se consiguió que les crecieran dientes a las gallinas
Para rastrear los cambios que se han producido por el camino tenemos varios métodos, a menudo complementarios: estudiar los fósiles que vamos descubriendo de los distintos eslabones, colocarles colas falsas a aves de corral y adentrarnos en las profundidades del pollo. Por ejemplo, para averiguar cuáles fueron los dos dedos que perdieron las “manos” aviarias de los cinco que tenían sus tatarabuelos jurásicos. Los expertos han estado discutiéndolo durante más de un siglo, y sus argumentos opuestos han sido esgrimidos por quienes defendían que las aves siguen siendo dinosaurios y por quienes lo negaban.
Sin meñique ni anular
Hasta que Matthew Towers, de la Universidad de Sheffield (Reino Unido), y su equipo decidieron insertar tejido modificado con proteínas fluorescentes en embriones de aves normales. El proceso de crecimiento del ala dejaba así un rastro luminoso en el que brillaban los genes que lo regulaban. Luciendo en verde, quedó claro que, como en los dinosaurios, los huesos de las alas se desarrollan a partir del pulgar, índice y corazón, y el anular y el meñique se han perdido en el proceso evolutivo. Una prueba de neón que refuerza la idea del origen dinosauriano de las aves. Los autores sospechan que la pérdida de esos dos dedos se inició hace 200 millones de años por muerte celular, y tienen intención de realizar experimentos que la impidan, para ver si las aves desarrollan entonces cinco dígitos.
Eso supondría evitar que la evolución se exprese, y puede hacerse porque cualquier organismo actual conserva muchos de los genes que dieron lugar a rasgos característicos de sus ancestros. Esos genes están presentes desde el embrión, pero ya no se activan de forma natural. Excepto en casos excepcionales, como la aparición de un dedo de más en un caballo y vello en zonas no características en humanos. Este fenómeno, conocido como atavismo, puede activarse ahora voluntariamente gracias a los avances en nuestro conocimiento del genoma. Y se está utilizando para comprender los mecanismos que van esculpiendo la anatomía de cada especie. Francisco Ortega, paleontólogo y profesor de Biología Evolutiva de la UNED, señala que “resulta de enorme utilidad conocer la base genética de las novedades evolutivas que caracterizan el linaje aviano”.
Cambio de cara
Abejarucos, buitres y petirrojos alimentan a sus crías y construyen sus nidos sin manos, con un poquito de patas y mucho, mucho pico. B. Bhullar y A. Abzhanov, de las universidades de Yale y Harvard respectivamente, se plantearon cómo surgió esta herramienta; menos lucida, pero tan útil como las alas. Realizaron un exhaustivo análisis de los fósiles disponibles antes de tener una hipótesis, y después compararon los genes implicados en el desarrollo del rostro de diversas especies, de ratones a tortugas. Las aves resulta que tenían una serie de genes no presentes en los otros, y cuando los investigadores probaron a silenciarlos en embriones de pollo, estos crecían con un morro similar al de un aligátor, un Archaopteryx, o un dinosaurio cuadrúpedo, en lugar de pico.
John Horner está investigando la genética de los ratones para darle a su dino pollo la larga cola de un animal del Jurásico
La anatomía dormida del dinosaurio había vuelto a activarse. Es más, al pollo no solo se le puede quitar el pico, también se le pueden devolver los dientes que perdió hace entre 78 y 80 millones de años. Lo sabemos desde 2006, cuando Matthew Harris buscaba otros mecanismos de formación de órganos en el Instituto Max Planck de Tubinga (Alemania) y encontró unas protuberancias dentro del pico de un embrión de pollo de 16 días, que resultaron tener una forma similar a la de los dientes de un cocodrilo. Harris encontró el mecanismo genético que había permitido esa anomalía, que nos chivaba cómo sería la dentadura del antecesor común de las aves y los cocodrilos. Luego, modificó un virus para revertir el mecanismo y consiguió que a pollos normales les salieran dientes, que luego volvieron a reabsorberse.
¿Un dinopollo mascota?
Los embriones con dientes y aquellos sin pico no llegaron a nacer. Sus creadores han declarado que probablemente habrían sobrevivido, pero dentro del huevo ya cumplieron su contribución a la ciencia y para eclosionar habrían necesitado un permiso de algún comité de ética. Bullhar dejó clara su intención cuando publicó su artículo en Evolution: “Nuestro objetivo era entender los procesos moleculares de una importante transición evolutiva, y no crear un ‘dino pollo’ solo por capricho”.
Esa denominación suponía una clara referencia a los planes del paleontólogo John Horner: ir revirtiendo esos procesos evolutivos que nos han traído el pollo para crear a partir de él un dinosaurio. Según declara en una charla TED que ha repetido por todo el mundo, para cumplir su sueño de tenerlo como mascota y “porque sería buenísimo para enseñar biología evolutiva a los niños”. En su opinión, el proceso no sería muy distinto a la ingeniería genética que “hemos practicado permanentemente a través de la cría. Empezamos con un lobo y terminamos con un chihuahua. Esto solo sería más rápido”. De momento, cuando las pistas para recrear el morro, las patas y los dientes ya están en marcha, Horner se centra en la cola, una cola larga digna de un dinosaurio de película.
Su equipo de investigación está experimentando con ratones para saber qué genes comunes a ellos y a las gallinas podrían estar bloqueando su desarrollo en estas últimas.
Horner publicó un libro llamado ¿Cómo construir un dinosaurio? en el que expone sus teorías, pero a pesar de la gran repercusión en los medios de estas y de su buena reputación como paleontólogo, Francisco Ortega opina que en realidad “nadie quiere crear un dino doméstico, y Horner no puede hacerlo. Es más, quien tiene canarios ya tiene dinosaurios domésticos. Al inhibir la expresión de los caracteres avianos podemos crear un monstruo genético, pero no uno de los dinosaurios del pasado”. En esa línea se ha expresado también el paleontólogo Hans Larsson, de la Universidad McGill de Montreal, cuyas conversaciones con Horner le llevaron a plantearse recrear en pollos rasgos desaparecidos de los dinosaurios, pero no para crear un dino pollo, por razones éticas y prácticas. En una entrevista a France Press declaró que una incubadora de dinosaurios es “una empresa demasiado grande”.
Trabajo por hacer
Aunque Horner manifieste que, ya puestos a crear seres no existentes, también le encantaría reprogramar un unicornio, la comunidad científica se centra en las dudas que puede ayudar a despejar el intento de recorrer la evolución en sentido inverso: qué ocurrió primero –perdieron los dientes, salió el pico, acortaron la cola, desarrollaron alas– cuándo les salieron plumas, de qué colores, o si les servían para volar o para exhibirse, como sugieren los últimos estudios del undécimo fósil descubierto de Archaeopterix, con plumas en sus patas traseras. Pero también cuál de las especies “intermedias” estaba más cerca de las aves, o cuándo apareció el llamado wulst, una estructura del cerebro avícola relacionada con la percepción visual durante el vuelo.
Además, la paleontóloga canadiense Emily Bamford ha advertido de que “la manipulación de genes del desarrollo suele provocar mutaciones letales en otras zonas del animal”. Y ese no sería un final de película.
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