Lo que nos muestra la báscula depende no sólo de nuestra masa, sino también de la potencia del campo gravitatorio en el que nos encontremos. Esto significa que, con el mismo cuerpo, podemos pesar más o menos en función de si nos encontramos en la Tierra, en la Luna o en un asteroide. En los cuerpos más importantes del Sistema Solar una persona de 70 kg pesaría:
26,4 kg En Mercurio
63,4 kg En Venus
11,6 kg En la Luna
26,3 kg En Marte
165,4 kg En Júpiter
64,1 kg En Saturno
62,2 kg En Urano
78,7 kg En Neptuno
4,6 kg En Plutón
1.895 kg En el Sol
9.800.000.000.000 kg En una estrella de neutrones
Cualquier cuerpo atrae lo que le rodea
Todos los objetos destinados a amortiguar la carga de nuestro peso (colchones,tumbonas, camas, sillas…) serían innecesarios. Quizás incluso necesitásemos dormir atados para no ‘salir volando’. © D. R.
Todos los objetos, por diminutos que sean, se atraen entre sí. Y sí, hay atracción más allá de la emocional entre un cuerpo y otro, pero absolutamente irrelevante. Dentro del paraguas de la gravitación terrestre, ese potente campo gravitatorio de la Tierra, cualquier otra fuerza queda totalmente aplacada. Si no existiera, nuestros cuerpos tendrían una mayor fuerza de atracción sobre otros cuerpos y sobre objetos más pequeños.
Sin gravedad, la inercia hace que cualquier objeto en movimiento sea imparable. Una vez acelerado un coche, su velocidad sería constante; necesitaríamos un sistema que imprimiese mucha más fuerza de frenado a los vehículos para poder detenerlos.
Para levantar cualquier objeto necesitamos ejercer una fuerza similar al peso del mismo. En una situación de gravedad cero, la masa permanece, pero el peso no existe, así que podríamos cambiar las ruedas del coche sin necesidad de utilizar un gato.
Nuestro sistema digestivo utiliza la gravedad para realizar el tránsito intestinal. Sin gravedad, los movimientos peristálticos que empujan el alimento hacia abajo serían mucho más enérgicos, algo así como comer boca abajo.
Los deportes más populares también sufrirían al no haber gravedad. La práctica de cualquier actividad deportiva basada en el lanzamiento (baloncesto fútbol, tenis, tiro, golf…) o en los saltos (hípica, altura, trampolín…) perdería su sentido completamente.
11,2km/sg para poder escapar de la Tierra
Si la Tierra nos atrae con la intensidad suficiente como para que nada ‘caiga’ de ella por su propio peso, ¿cómo es posible lanzar naves al espacio y hacerlas escapar así a semejante magnetismo?
La fuerza del campo gravitatorio decrece con la distancia, de forma que, a determinada altitud, es posible alcanzar un punto de ingravidez. Para ello es necesario imprimir al objeto que se desee lanzar la velocidad suficiente como para originar una fuerza centrífuga cuya magnitud equilibre la de la gravedad.
La velocidad mínima inicial que necesita un objeto para escapar de la gravitación de un cuerpo astronómico y continuar desplazándose sin tener que hacer otro esfuerzo propulsor se denomina velocidad de escape; su valor depende de la masa de dicho cuerpo y de la distancia que media entre él y el centro del cuerpo del que pretende despegar. La velocidad de escape de la Tierra se ha calculado en unos 11,2 km/sg.
El sistema que se utiliza para conseguir propulsar un cohete se basa en el principio que expone la tercera ley de la mecánica de Isaac Newton y que afirma que toda acción provoca una reacción de igual intensidad y dirección opuesta. El motor del cohete deja escapar hacia abajo gases que impulsan el cohete hacia arriba con la misma fuerza.
Dentro de nuestra inmensa jaula planetaria existen posibilidades de alcanzar la ingravidez durante cortos periodos de tiempo. Los astronautas utilizan grandes piscinas para ensayar las tareas que efectuarán en órbita, ya que la flotabilidad simula bastante bien la falta de peso, a pesar del rozamiento con el agua. Para experiencias más cortas, los cosmonautas viajan en aviones que trazan rutas parabólicas en el aire; durante unos segundos, en las cercanías del apogeo de la trayectoria, experimentan la sensación de ingravidez en un receptáculo cerrado.
Para poner a punto los instrumentos que usarán en el espacio, utilizan también torres especialmente diseñadas para ello, en cuyo interior los sueltan en caída libre.
En la vida cotidiana, accionar un ascensor para bajar permite sentir la ingravidez durante unas décimas de segundo. Y, si queremos experimentar más aventura, sólo tenemos que lanzarnos en paracaídas. En cualquier caso, los efectos de la gravedad cero sobre nuestro organismo no nos resultarían agradables: los huesos y músculos se atrofian y la sangre, desorientada, se acumula libremente en distintas zonas del cuerpo.