CIENCIA

¿Por qué navegaba un observador científico en el barco que naufragó en Terranova?

Uno de los desaparecidos en el naufragio de Terranova era un biólogo marino que trabajaba de observador de control

Roberto Sarralde Vizuete, Instituto Español de Oceanografía (IEO – CSIC)

El terrible accidente que ha sufrido el buque de pesca Villa de Pitanxo en aguas de Terranova me ha hecho revivir la época en la que yo embarqué en la misma flota, muchos años atrás, como observador científico.

Uno de los desaparecidos, de los que no se ha recuperado el cuerpo, es Francisco Manuel Navarro Rodríguez, biólogo marino grancanario que en esta campaña trabajaba de observador de control.

Quien se ha embarcado en un barco de pesca comercial invariablemente piensa lo mismo: el precio que se paga por el pescado no es suficiente para compensar las durísimas condiciones que conlleva este trabajo.

Tradición, pasión y necesidad se entremezclan para conseguir que esta profesión ancestral siga adelante y nos permita tener pescado en nuestras plazas y supermercados.

Las duras campañas internacionales

Las condiciones se endurecen en las pesquerías que ocurren fuera de nuestras aguas jurisdiccionales. Especialmente, en aquellas en las que las condiciones meteorológicas son extremadamente adversas, como las que gestiona la Organización de pesquerías del Atlantico Noroccidental (NAFO), área en la que ocurrió el hundimiento.

Estas campañas tienen una duración de tres a seis meses, dependiendo de la pesca y de la capacidad de almacenamiento del barco. Les sigue un descanso en tierra de aproximadamente un mes para la mayoría de la tripulación. Un tiempo que apenas les alcanza para ver el progreso de sus hijos, solucionar problemas familiares o invertir un poco más en la casa que se están construyendo antes de volver a la rueda de embarques y descanso.

La mayoría de su vida tiene lugar en el mar. Un trabajo físico y psíquico demoledor. La tripulación trabaja jornadas continuas, en las que se descansa cuando se puede. Y los días de capa, en las que el mar no permite trabajar, son los peores ya que no es posible conciliar el sueño debido al movimiento continuo y arbitrario del barco.

David Luis Rodríguez, Author provided

El trabajo de los observadores científicos

El embarque de los observadores científicos tiene unas dificultades añadidas. Se trata de personal que no suele estar arraigado ni a la tradición pesquera, ni al barco en el que le ha tocado trabajar y al que probablemente no vuelva al acabar la campaña. Tampoco a la tripulación con la que tendrá que convivir durante ese largo periodo de tiempo.

Gran parte de los observadores a bordo son mujeres que están trabajando en un medio tradicionalmente masculino. No es menos cierto que, en general, para ellos y ellas, a diferencia de la tripulación habitual, el embarcar es un modo de ganarse la vida transitorio, de adquirir experiencia laboral y vivir en primera mano la pasión que los llevó a elegir la carrera de biología marina.

El trabajo de los observadores científicos es crucial para conocer tanto el estado de las poblaciones explotadas como el potencial impacto que puedan tener en otras especies y en el ecosistema.

Los datos que proporcionan los muestreos a bordo nos permiten realizar una evaluación de los recursos marinos que permitirán regular las pesquerías y, de este modo, intentar evitar su sobreexplotación y desarrollar medidas de conservación que limiten este impacto.

Controlar los recursos marinos

El observador científico a bordo ha pasado de ser visto como alguien extraño, al que se trataba con mucha suspicacia –relacionando su presencia con un mayor control de sus actividades y posibles multas en caso de que no se respetara la normativa–, a ser un miembro más de la tripulación. Esta ha constatado que su trabajo es independiente y se limita a progresar en el conocimiento de la biología de las especies implicadas.

Aún hoy pienso en nuestro trabajo y en los dedos de las manos que tenía que agitar continuamente cada vez que abría un fletán para ver su sexo, el estado de madurez de sus gónadas o al recoger muestras para su posterior estudio en el laboratorio, debido a la temperatura a la que llegaban, cercana a la congelación. Pero compensaba con creces la experiencia de vivir a bordo y el saber que nuestro trabajo iba a contribuir a un mejor conocimiento del estado de los recursos marinos vivos y su entorno.

Ante el accidente del Villa de Pitanxo nos vuelve a rondar la misma pregunta, que parece imposible contestar: ¿cuál sería el precio justo que se debería pagar al comprar pescado para compensar este tremendo esfuerzo y sacrificio de miles de familias en las que algún miembro está trabajando a bordo de la flota pesquera?

Roberto Sarralde Vizuete, Biólogo. Departamento de pesquerías lejanas, IEO-CSIC, Instituto Español de Oceanografía (IEO – CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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