Los sombreros protegen, decoran, dan estatus, y forman parte de la historia de la humanidad desde hace miles de años, pero están desapareciendo de nuestras cabezas
Panamá, copa, charro, cordobés, canotier, cloche, pamela, floppy, stetson, tirolés, chupalla, scout, son algunos de los cientos de tipos de sombrero que existen. Algunos son tan icónicos que nos basta verlos para recrear mentalmente a Charlot con su bombín, Indiana Jones o Michael Jackson con su fedora, Napoleón con su sombrero de tres picos, o el pork pie de Walter White en Breaking Bad.
Sin embargo, tras miles de años, el sombrero está en peligro de extinción. Existen pinturas del año 3200 a.C. que ya muestran a personas con sombreros, y se conservan piezas datadas de la Edad de Bronce como el Sombrero de Oro de Schifferstadt, el de Avanton, el de Ezelsdorf-de Buch y el de Berlín.
La famosa Venus de Willendorf también parece llevar lo que muchos historiadores creen que es uno de los primeros gorros del mundo, una especie de redecilla trenzada con fibras vegetales. Su contemporánea, la estatuilla de Brassempouy o Dama de la Capucha también lleva una especie de tocado.
El primer sombrero como tal lo usaron en la Antigua Grecia campesinos, cazadores y viajeros, que necesitaban protegerse del sol o de la lluvia. Era el pétasos, un primitivo sombrero de fieltro de ala ancha, provisto de un cordón que servía para colgar el sombrero a la espalda cuando no se estaba usando. Etruscos y romanos lo copiaron y lo usaron habitualmente.
Los griegos, además, llevaban un sombrero sin ala, en forma de cono truncado. Se llamaba «pilos», por el fieltro del que estaba hecho. Esta pieza se propagó por toda Europa, y con el auge de las universidades a fines de la Edad Media, resurgió como «pileus quadratus», el birrete de cuatro lados.
Las mujeres del mundo grecolatino, en cambio, no usaban sombrero, únicamente alguna tela que les cubriese la cabeza, o capuchas para salir a la calle. Esta costumbre se extendió hasta la Edad Media. Las mujeres llevaban la cabeza descubierta, y los hombres cubierta, incluso en el interior de las iglesias.
La moda de las pelucas, que empezó en el siglo XVI para ocultar la calvicie y la falta de higiene, y evitar la tiña y los piojos, llevó al uso de pelucas cada vez más imposibles, y dificultó el uso del sombrero. Cuando la moda pasó, los hombres volvieron a usar sombrero, pero la etiqueta dictaba que ya no lo llevaran jamás en casas, iglesias, ni en presencia de una dama.
Las mujeres empezaron a usar sombreros ya de forma habitual a partir del siglo XVIII. Sus tocados eran cada vez más extravagantes y sofisticados. La fabricación de sombreros se convirtió entonces en un próspero negocio, sobre todo en Milán, capital de la manufactura de esta pieza. Tanto es así que en inglés existe un término para designar a los fabricantes y vendedores de sombreros de mujer, «milliner», deformación de «milaner», o milanés.
El oficio de sombrerero puede parecer inofensivo, pero no era así en el siglo XIX, en que, en el apogeo del sombrero, muchos fabricantes de esta prenda murieron por culpa de su trabajo, aunque la causa no se supo hasta mediados del siglo XX.
Hasta esa época, muchos sombrereros habían padecido durante años una enfermedad llamada hidrargiria, provocada por el mercurio que utilizaban para procesar el fieltro con el que confeccionaban los sombreros.
Al manipular el mercurio, los artesanos inhalaban sus vapores tóxicos, se iban envenenando lentamente, y sufrían síntomas que se confundían con la locura. En inglés se usa desde entonces la expresión «mad as a hatter» (loco como un sombrerero) coloquialmente para hablar de alguien que en español está «como un cencerro».
Lewis Carroll se inspiró en la hidrargiria para crear el personaje del «sombrerero loco» de su obra «Alicia en el país de las maravillas».
A los humanos nos gusta parecer más altos, ya sea usando zapatos de tacón, o con sombreros de copa alta. En el siglo XVI se llevaron distintos tipos de sombreros de copa más o menos alta, y ala más o menos ancha. También las mujeres los llevaban, incorporando algún broche o alguna pluma.
El sombrero fue perdiendo altura y ganando ala, hasta el punto en que se tenía que doblar para poder ver. Se transformó así en el sombrero de tres picos, que desaguaba mucho mejor la lluvia, y que se llevó durante todo el siglo XVIII.
John Hetherington, al que se le atribuye el invento del sombrero de copa tal como lo conocemos, apareció en público por primera vez en 1797 con «una construcción tan alta y brillante en la cabeza que debió aterrorizar a la gente más nerviosa», según un informe policial, causando una conmoción y varios desmayos. Hetherington fue acusado de escándalo público y arrestado, y se le impuso una fianza de 500 libras.
Según un informe policial, el sombrero de copa de John Hetherington causó una conmoción y varios desmayos
Pese a ello (o por ello), el sombrero de copa se puso de moda rápidamente. Si eras alguien, llevabas sombrero de copa. Era tan alto que las sombrereras habituales no servían para guardarlo, y era tan incómodo de llevar en la mano, que se inventó la chistera plegable, o clac, para que no molestase en las fiestas.
Abraham Lincoln era un fanático del sombrero de copa, y se rumoreaba que escondía documentos importantes en su interior. Curiosamente, John Wilkes Booth asesinó a Lincoln, y a su vez, Boston Corbett, soldado y antiguo sombrerero, disparó y mató a Wilkes, desobedeciendo órdenes. Considerado un héroe, y un loco (ahora entendemos por qué), volvió al negocio de los sombreros, y terminó en paradero desconocido.
El sombrero de copa era un símbolo de riqueza, elegancia y estatus, pero también era poco práctico, así que en 1849 un sobrino del conde de Leicester encargó a una prestigiosa firma de sombrereros londinense un sombrero duro para proteger las cabezas de su guardabosques, puesto que el alto sombrero de copa que llevaban no era adecuado para montar a caballo.
Nacía así el mítico sombrero bombín, sombrero hongo, o «bowler hat», que pasó de usarse para montar a caballo a ser el símbolo de los ejecutivos de la City londinense, y uno de los sombreros más icónicos del mundo gracias a Charles Chaplin.
Hay varias teorías, no excluyentes, que explican la desaparición del sombrero de nuestras cabezas desde los años 50. Posiblemente, la más importante es el desarrollo y uso generalizado del automóvil. El coche ofrece cobijo de la lluvia y del sol, protege de los golpes con ramas, comunes entre los jinetes, y hace innecesario el sombrero. Además, el techo de los coches es incompatible con muchos modelos de sombrero.
Por otra parte, las dos guerras mundiales dejaron (entre otras secuelas) traumatizados a los combatientes, que a su vuelta de la guerra no querían ver un sombrero ni de lejos, ya que les recordaba a las gorras y a los cascos de sus uniformes.
Una razón más que explica el abandono del sombrero es la higiene del cabello. No hay por qué ocultar un pelo limpio y sedoso, así que con la llegada del agua corriente y del champú, y la popularización de las peluquerías, el sombrero fue perdiendo utilidad.
Quizá así lo entendió el presidente John Fitzgerald Kennedy, el primer presidente de los EE UU que no llevó sombrero de copa en su toma de posesión más que para un par de fotos. Claro que Kennedy tenía una frondosa y cuidada mata de pelo digna de mostrarse al mundo.
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