Nosotros podemos enseñarles a decir tacos o cursiladas en nuestro idioma, y bautizarles con cualquier apelativo ingenioso. Sin embargo, los loros tienen un nombre propio en su particular lenguaje de vibrantes sonidos. Se trata de una llamada a la que responde sólo un animal y que además contiene información sobre el sexo del mismo y el grupo al que pertenece.
Lo que no se sabía era si los animales ya nacían con él y se lo comunicaban a familiares y amigos, o si alguno de estos les «bautizaba», como nos ocurre a los humanos. El encargado de despejar la duda ha sido Karl Berg, estudiante de doctorado en neurobiología en la Universidad de Cornell (EEUU). En un estudio publicado en Proceedings of the Royal Society B ha dejado claro que son los padres y madres loro quienes eligen el nombre de sus vástagos. Se los enseñan durante los primeros días de vida y éstos empiezan a repetirlos enseguida, tras modificarlos ligeramente con su toque personal.
Para llegar a esta conclusión, el equipo de Berg grabó en vídeo el comportamiento de 17 familias de periquitos, algunos de cuyos huevos habían intercambiado previamente. Todas las crías, tanto las adoptadas involuntariamente como los descendientes biológicos, siguieron la conducta de asumir los nombres con que les llamaban sus padres. Los investigadores aseguran que estos resultados pueden aportar datos al estudio de cómo ha ido evolucionando el aprendizaje del lenguaje. En sucesivos trabajos se adentrarán en la posible relación de este proceso con el tamaño del cerebro, que en los loros es bastante grande en relación con el resto del cuerpo, y con el tiempo de dependencia de los padres en las crías.
Como estos animales tardan bastante en independizarse, los autores del estudio piensan que la necesidad de dotar a cada vástago de un nombre característico puede obedecer a la amplitud de los territorios en los que estas aves buscan alimento. Si pueden alertarlos individualmente de posibles peligros, por ejemplo, aumentarán sus posibilidades de supervivencia.
Pilar Gil Villar
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