Los dragones de Komodo son unos reptiles enormes. Pueden alcanzar los tres metros de largo y pesar hasta 140 kilos. Su mordedura es venenosa y puede resultar letal. Y, por si no fuera suficiente, sus garras y sus dientes pueden resultar armas terribles.
Pero, más allá de todo lo anterior, hay algo de estos animales que intriga a los científicos. Tal y como se deduce de los resultados de un estudio publicado en Proceedings of Royal Society B, los dragones de Komodo son criaturas “muy apegadas al terruño”.
Su hábitat se localiza en el sudeste asiático, en Indonesia y Tailandia. Pero muy pocos ejemplares llegan a abandonar el valle en el que nacieron. De hecho, al parecer, solo se conocen dos casos de ejemplares que hayan viajado largas distancias para alejarse de su territorio.
Los investigadores hicieron un experimento en el que cogieron a siete ejemplares y los trasladaron fuera de su hábitat habitual. Y al cabo de varias semanas, seis de ellos habían regresado a su “hogar”. Tan solo uno que había sido llevado a una isla se quedó en ella.
Pero, ¿por qué tienen ese rechazado a desplazarse lejos y explorar nuevos territorios? Los investigadores creen que es por seguridad. Ya que alejarse del lugar en el que viven, les supone el riesgo de no encontrar lugares con suficiente alimento y agua para subsistir.
Y esa carácter tan “hogareño” es también una de las mayores amenazas para la supervivencia de la especie. Por un lado, limita su diversidad genética y, por otro, les hace más vulnerables a las amenazas que representan tanto la actividad humana como los desastres naturales.