La formación de cada una de las playas del mundo tiene su propia historia y debe datarse por separado, una tarea que se completa analizando los diferentes estratos que la componen. Además, son espacios “vivos” capaces hasta de desaparecer en invierno y reaparecer en verano, en cuestión de días, como sucede en algunas zonas del norte de España. Lo que todas tienen en común es que su formación depende de la dinámica terrestre y de la influencia de las corrientes del mar que las baña.
Normalmente, el proceso es el siguiente: los sedimentos que se generan en tierra firme son transportados por el agua de los ríos hasta el mar, donde son repartidos por la mano de las corrientes. De ahí que las zonas más llanas y próximas a las desembocaduras, además de las áreas resguardadas del oleaje, sean las más proclives a ofrecer una buena oportunidad para el baño. Como la formación de una playa depende en gran medida de la dinámica de la erosión en el interior, y esta no es constante, es difícil prever el ritmo de formación de los bancos de arena.
Por ejemplo, el Delta del Ebro sufrió una gran transformación a partir del siglo XVII por el aumento de la erosión en la zona de Los Monegros. Dicha erosión fue, a su vez, el resultado de un proceso de deforestación que a la postre resultó definitivo para formar las nuevas playas.