El uso de la bicicleta en entornos urbanos constituye una de las principales alternativas para disminuir las emisiones de CO2 derivadas del transporte. En Sydney (Australia) han decidido apostar claramente por fomentarlo entre sus ciudadanos con la construcción de 55 kilómetros de carriles bici separados de la calzada. Sin haber llegado a completar la totalidad de la red, el número de pedaleadores habituales ha aumentado ya en un 82% de media, llegando al 154% en algunos puntos de la ciudad.
La medida pretende eliminar uno de los principales frenos de la población para echarse a rodar: el miedo. En el último Barómetro de la Bicicleta elaborado en España, un 38% de los consultados declaraba sentirse intimidado por la gran velocidad de los demás vehículos, o el temor a ser golpeado por una puerta que se abre o un conductor que gira tienen un efecto disuasorio.
A pesar de ello, el aumento de la conciencia para proteger el medio ambiente (y quizá también la crisis económica) convence cada vez a más gente para utilizar sus piernas como combustible. En Cataluña, ya han igualado en número a los usuarios de cercanías.
Este cambio de costumbres supone además un beneficio para la salud y, por tanto, un ahorro para la administración: al implementar el nuevo sistema, las autoridades de Sydney utilizan como argumento los 1.500 millones de dólares anuales que le cuesta al país la inactividad física de los australianos.
El impulso definitivo para decidirse por alejar físicamente a conductores y ciclistas surgió cuando Graham McCabe, máximo responsable de la red de tráfico de la ciudad recibió un vídeo que demostraba el funcionamiento y las ventajas de los carriles separados. Según sus creadores, las ONGs OpenPlans y Transportation Alternatives, esta herramienta creada en 2006 puede resultar de gran utilidad para urbanistas con intención de descongestionar las ciudades y disminuir su contaminación.
Pilar Gil Villar
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