Casi cada verano hay una tormenta con rayos y truenos. Pero incluso en las tormentas de nieve más feroces no hay ni una chispa en el aire. Las tormentas eléctricas con nieve no son imposibles (aunque en todo Estados Unidos solo se ven de media seis al año), pero el aire de invierno no es el más conveniente para que se formen las condiciones que necesitan los relámpagos, afirma el meteorólogo Robin Tanamachi de la Universidad de Oklahoma.
Durante el verano, la troposfera está llena de aire húmedo y caliente. Por encima, el aire es frío y está lleno de cristales de hielo. Cuando el aire caliente asciende, llevando consigo vapor de agua, las moléculas rozan los cristales de hielo y la fricción crea un campo eléctrico en la nube, como cuando cepillas el felpudo con los pies. Los cristales de hielo adquieren una ligera carga positiva, y la corriente ascendente los lleva a la parte superior de la nube, de modo que en la parte baja queda una red de carga negativa. Cuando la diferencia entre la carga positiva superior y la negativa inferior es suficientemente significativa se produce un relámpago.
Pero en los meses en los que nieva, la atmósfera es casi completamente fría y seca, de modo que no hay corrientes ascendentes que puedan crear una fricción en las nubes. El viento agita un poco las moléculas y los cristales, pero rara vez consigue generar un campo eléctrico lo bastante fuerte para dar lugar a un rayo.
Redacción QUO
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