Las selvas de Centroamérica acogen a unas hormigas agricultoras de hongos (Sericomyrmex amabilis), de los que se alimentan. Su apacible rutina se ve ensombrecida a veces cuando otra especie (Megalomyrmex symmetochus) comienza a abrir huecos en esos huertos, instala allí a su reina y sus crías, y se queda en ellos como parásita. Pero en un estudio publicado en PNAS, Rachelle Adams, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), ha descubierto que esa molestia se convierte en ventaja cuando una tercera especie (Gnamptogenys hartmani) decide atacar ambas colonias. Las huéspedes inyectan en las atacantes unas toxinas que las incapacitan para reconocerse entre ellas y éstas se aniquilan unas a otras. La sola presencia de estas defensoras disminuye el número de ataques, por lo que los investigadores se preguntan si debemos considerarlas auténticas parásitas o mercenarias.
Aquí puedes presenciar el proceso de ocupación e instalación en el hormiguero, seguido del ataque de las otras enemigas y la defensa:
Pilar Gil Villar
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