El entomólogo colombiano Fernando Fernández debía de conocer la importancia de un nombre. En un viaje de trabajo a las selvas de Malasia descubrió todo un género nuevo de hormigas. Pero lo que tenía entre manos era un único y diminuto ejemplar de obrera muerta. Ni colonia, ni reinas, ni machos, ni larvas. Sin embargo, al describirlo en 2003, Fernández le aseguró la fama por el bautizo: su especie sería la hormiga T Rex. En lenguaje científico, Tyrannomyrmex rex. Un magnífico alimento para titulares.

Tras él, otros colegas encontraron una nueva obrera en Singapur en 2015 y dos especies nuevas del género, T. dux y T. legatus, en India y Sri Lanka, respectivamente. Pero siempre se trataba de un solo insecto muerto entre muestras de follaje.

Por eso, el hallazgo de toda una colonia viva de T. Rex en un bosque de Singapur acaba de dar la vuelta al mundo. ¿Tendrá algo que ver este animal con el gran carnívoro al que hace honor? Pues parece que no. El estudiante Gordon Yong y sus colegas trasladaron los 25 individuos y cinco huevos encontrados en una madera putrefacta a un nido de laboratorio. Un tubo de ensayo conectado a una pequeña caja plástica a modo de zona de forrajeo. Y los observaron durante diez días, empeñados en desentrañar sus misterios.

Las obreras, de entre 3 y 5 milímetros, pasaban los días apelmazadas y sin apenas moverse, tanto si las dejaban a oscuras como si las exponían a luz artificial. Solo al llegar la noche, entre dos y cuatro individuos parecían activarse y marchaban a investigar la zona de forrajeo. ¿En busca de qué? Yong y sus colegas no han conseguido saberlo. A pesar de ofrecerles todo lo que se les ocurría como menú – miel, arañas, ciempiés, ácaros, obreras de termitas, larvas de otras especies recogidas cerca de su hábitat– ninguna dio muestras de considerar aquello como alimento. Por tanto, seguimos sin saber qué comen. La única pista la han dado sus mandíbulas, pequeñas y romas, que apuntan a una dieta de invertebrados mucho más pequeños, larvas o incluso carroña.

Eso sí, la actividad nocturna seguía cuando les encendían la luz, por lo que las T. rex deben de tener alguna forma de acompasar su organismo con el ritmo día/noche.

En cuanto a su esperada agresividad, la reacción general ante el peligro fue hacerse una bola inmóvil y esperar a que la amenaza pasara para salir corriendo a buscar refugio. Tanto si el enemigo eran molestias con unas pinzas como la presencia de un ciempiés. Únicamente cuando este se paseó por encima del montón de obreras y larvas, una de las adultas se decidió a clavarle su aguijón y ponerle así en fuga.

Sin embargo, y en aparente contraste con lo anterior, cuando el único macho del grupo eclosionó de uno de los huevos, las obreras se lo zamparon antes de que los investigadores pudieran observarlo con tiempo. Quizá este pobre sí hubiera entendido el monstruoso apelativo que les otorgó su descubridor.

Pilar Gil Villar