Mientras estudiaba el doctorado en la Universidad del Estado de Florida en 2009, Josh Grinath observó cómo un oso negro (Ursus americanos) se entretenía jugueteando con un hormiguero. Y se preguntó por qué. En la primera observación descubrió que el oso consideraba las hormigas una buena merienda. Pero más tarde se dio cuenta de que los hormigueros del prado estaban marcados por una característica evidente. Los arbustos de Ericameria nauseosa cercanos a ellos eran más numerosos, lustrosos y repletos de flores amarillas que los del resto del prado.

Convencido de que aquello tenía una razón lógica, siguió investigando y encontró a otro implicado en la historia: unos insectos llamados Membracidae, mucho más abundantes en América que en Europa. Grinath ya sabía que estos animales mantienen una relación de beneficio mutuo con las hormigas. Ellas se alimentan de la mielada que producen aquellos tras digerir la savia que chupan de las plantas. A cambio, las hormigas espantan a escarabajos y otros potenciales depredadores de Membracidae.

Por tanto, si el oso se come a las hormigas, estas no asustan a los enemigos de los Membracidae, que perecen y no perforan las plantas. Los arbustos crecen así sanos y frondosos y muchas aves pequeñas pueden refugiarse en ellos.

Esta cadena de relaciones ha sido publicada en Ecology Letters, y Grinath destaca que es importante conocerla para evaluar adecuadamente acontecimientos como la tendencia de los osos a alimentarse en basureros. Si los dejamos, terminarán sufriendo plantas y aves.

Pilar Gil Villar