Se llama África y está desafiando todas las estadísticas. Según las cifras, los hipopótamos son, después de los mosquitos, los animales que más vidas humanas se cobran en el continente. Pero ella, porque África es un hipopótamo hembra de 17 años, le lleva la contraria a los números.
Hace nueve años, el río Garoua (Camerún), su hogar, creció repentinamente debido a las lluvias torrenciales en la zona. Un niño que se estaba bañando en la orilla se quedó atrapado en los bancos de arena; África le rescató y le puso a salvo en tierra firme. Esto podría parecer otra de esas historias que cuentan los viejos bajo algún baobab, pero es el relato de Clement Mboué. Este camerunés de 37 años es, junto con Sali y Boukar, uno de los tres “cuidadores” de África.
Una relación de 15 años
La relación entre ellos comenzó cuando África, criada muy cerca de la ciudad de Garoua, inició su acercamiento a los humanos. Su vida, siempre cercana a una urbe, hizo que nunca viera a los hombres como una amenaza. De hecho, en una ocasión se metió directamente en el centro de la ciudad y organizó un atasco gordo, tan gordo como un hipopótamo. Mboué, Sali y Boukar se fueron acercando a ella poco a poco, ofreciéndole harina de maíz y sal para que África no tuviera que recorrer ocho kilómetros río abajo para alimentarse. Muy pronto, ella aceptó que, primero, le acariciaran el lomo, luego que se subieran a él y finalmente que metieran la cabeza entre sus fauces. Sin temor a que los inmensos dientes de este animal de 2.000 kilos se cierren de pronto.
Estos “trucos”, más las fotografías en las que África posa con turistas y locales, son los que permiten recolectar dinero para que se pueda alimentar a África. Por si alguien se lo pregunta, cada foto cuesta 1 € para casi todos. Sali reconoce que cuando el embajador de Japón pidió una foto, el precio fue algo más alto, aunque no dice cuánto.
Esta relación espontánea entre el hombre y una criatura salvaje ha despertado el interés de la WWF (siglas de World Wildlife Fund, la Fundación para la Vida Salvaje), que la está estudiando como un ejemplo perfecto del uso sostenible de la vida salvaje con el propósito de preservar una especie o todo un hábitat.
Hay diversos aspectos beneficiosos que, según declara WWF, destacan en este proyecto: fue iniciado de forma local y cumple con la función de divulgar conocimientos de una especie en peligro de extinción, y además, propicia la interacción con un animal (siempre que este quiera) con el que muy rara vez comparte espacio el hombre.
Esta relación ya tiene 15 años, pero cada tarde, cuando Mboué, Sali y Boukar se acercan a la orilla del río y llaman a África, la expectativa es la misma que la del primer día: el hombre es aceptado en una parcela de la naturaleza como un igual. Como uno más. Y esto es algo que casi nunca ocurre.
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